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Lo que esperan los becarios. Por Gorka Zumeta

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Durante estos días se está incorporando a diferentes medios de comunicación el reemplazo de los becarios: jóvenes universitarios, que cursan en la actualidad Ciencias de la Comunicación, y que dedican el verano no a descansar, sino a seguir formándose, y a adquirir experiencia real, trabajando en un medio. Es su primer contacto con el mundo de la empresa; o sea, con el mundo real.

La radio les recibe, por lo general, con simpatía. Son bienvenidos. Sobre todo por quienes se marchan de vacaciones -los titulares de la plaza- que ven más próximas sus fechas de descanso con la llegada de los chavales. En la mayoría de los casos, alcanzan su puesto de becario tras superar una prueba teórica de actualidad y posteriormente una entrevista personal, con alguna prueba de micrófono por el camino.

Pese a esta última prueba, muchos de los que se incorporan como becarios no harán nunca micrófono, lo que inevitablemente provocará una decepción entre ellos, cuando no una frustración. Pero, como suelo comentarles, el micrófono no lo es todo, aunque sí se identifica con esa meta personal, soñada antes de incorporarse, que supone salir en antena, que le oigan a uno los familiares, los amigos y celebren con él ese, para ellos, enorme paso, que no deja de alimentar el ego que todos tenemos en diferentes dosis, y los becarios, aunque incipiente, también.

El tiempo de trabajo que protagonizan los becarios se denomina “período de formación en prácticas”. Vamos a analizar esta expresión. Honestamente, creo que en la mayoría de los casos, salvo honradas excepciones, de las tres palabras que componen la microfrase solo una se cumple: período. Efectivamente, se trata de un plazo cerrado, que oscila entre los dos meses y los dos años (más allá de este período habría que formalizar un contrato con ellos y no están los medios como para echar cohetes…), durante los cuales el medio en cuestión se aprovecha de su talento y de su trabajo. Es cierto que todavía disponen de un perfil junior y que su aportación carece del peso que sería deseable pero, también en muchos casos, la falta de solidez se combate con voluntad y exceso de horas de trabajo invertidas por los becarios.

Vamos con el término ‘formación’. En la mayoría de los casos, ni se contempla, ni se le espera. Y este capítulo es, sin duda, el más triste de todos cuantos concurren en esta relación de los universitarios con el mundo de la empresa. Llegan, teóricamente, para seguir formándose, pero en realidad llegan para sustituir a quienes se marchan de vacaciones. Son los sustitutos.

Yo tuve la suerte de dedicar a los becarios en general y a los míos en particular un tiempo que me resultaba especialmente gratificante, en lo profesional y en lo personal. Les recibía, me preocupaba por sus inquietudes, por su procedencia, por su formación e intereses y trataba de orientarles y de hacerles más fácil su estancia en la SER. Yo no percibía por esta función ninguna remuneración especial (por si alguien lo está pensando), pero sí recibía un intangible que me proporcionaba una gran satisfacción personal: intercambiar experiencias.

La formación consiste, por lo general, en incorporarse a un puesto de trabajo y espabilarse. Bienaventurados los espabilados porque ellos lograrán superar las prácticas. No existe la figura del tutor, que es su conexión entre la empresa y él, no solo entre su jefe, o jefes, y él. El tutor debe velar porque el universitario se sienta a gusto, y perciba su evolución dentro de la empresa como una indudable mejora de sus cualidades y habilidades profesionales. El tutor, en definitiva, es el primer interlocutor que deberían tener para resolver todos los problemas que se les vayan planteando por el camino, de todo tipo. Deben poder recurrir a esta figura, con confianza, como persona de contacto que realiza el seguimiento de su período de formación en prácticas. Pero esta figura o no existe como tal o está desdibujada en la buena voluntad de los compañeros de la sección de destino del becario, que le ayudan, en última instancia, a aprender y le abren la puerta para que él encuentre solo el camino. O sea, depende de la suerte.

Último término: “en prácticas”. ¡Claro! Todavía no son licenciados, todavía no son máster, son solo universitarios, estudiantes, que pretenden completar o combinar su formación universitaria teórica con la práctica. Pues bien, a menudo recae sobre ellos una responsabilidad que no les corresponde, ni por capacidad para asumirla, ni desde luego por retribución. En este último aspecto, los sindicatos han alzado sus voces porque en realidad la figura de los becarios encierra una burla de las empresas a los puestos de trabajo establecidos en cada departamento. Están suprimiendo puestos y amortizándolos con becarios. Pero también es cierto que no he oído a ningún sindicato quejarse por la formación -prácticamente inexistente- que reciben los becarios.

Son prácticas. En ningún momento, por tanto, los becarios deberían realizar funciones de profesionales con mayor recorrido en la casa, con un puesto de trabajo y, sobre todo, con una retribución acorde con el trabajo que realizan. ¡Cuántas veces he visto a becarios presentando boletines, acudiendo a ruedas de prensa de especial peso informativo, respondiendo a las preguntas del editor de un informativo como si fueran expertos en tal o cual sección, etc. Los chavales son los primeros que celebran estos incuestionables logros profesionales, porque si les otorgan la responsabilidad, es porque lo hacen bien, y responden al reto. Pero es un engaño. Esto, ciertamente, es lo que deberían denunciar los sindicatos. Los becarios que cubren esas funciones deberían disponer de otro tipo de regulación contractual, y, desde luego, una retribución más justa.

Hablando de retribuciones, aquí a más de una empresa de renombre se le caería la cara de vergüenza por el presupuesto que dedican a pagar a los becarios. De las radios, si no ha cambiado mucho el panorama, cosa que dudo, la SER es la que más paga: el mes se abona a 300,00 euros. No es una gran cifra, pero si la comparamos con las empresas que no se gastan ni un euro en retribuir el trabajo –porque es mucho el trabajo desarrollado- no está mal, y hasta habría que aplaudir. Pero cuando se acude a trabajar durante dos años, cubriendo un puesto de trabajo, como cualquier otro, con formación ya asimilada y con capacidad como para responder a los retos igual que el resto de titulares de un programa o informativo, desplazándose hasta la sede de la emisora (a veces muy distante y con malas combinaciones) y con la necesidad de pagarse la estancia y la manutención si se trata de un becario desplazado, solo a cambio de 300,00 euros a final de mes, o ¡nada!, la situación colma la paciencia y el bolsillo de cualquier joven. Un simple camarero, con todos mis respetos, cobra bastante más que esta cantidad ridícula.

Con razón he oído más de una vez la expresión “precario en prácticas” para describir la verdadera experiencia que viven los jóvenes universitarios que se acercan a los medios de comunicación con la ilusión de empezar a formarse en la profesión que han elegido para el resto de sus vidas. Y no he hablado todavía del salto existente entre el mundo de la universidad y el de la empresa informativa. Éste aspecto merecerá sin duda un post específico porque encierra también muchas decepciones y sorpresas desagradables entre los estudiantes.

Tratando, como siempre, de ser práctico, y de proponer mejoras que encarrilen con mayor eficacia las prácticas de un becario, abogaría porque fuera la propia universidad la que forzara en el convenio suscrito con el medio de comunicación la figura de un tutor real (no de Recursos Humanos, sino de la propia redacción) que sirviera de cordón umbilical entre el alumno en prácticas y el centro de formación. Se debería impedir los excesos de las empresas, en horarios, en volumen de trabajo, en peso de responsabilidad y hasta en nivel de exigencia. Las compañías parecen disponer de una especie de patente de corso para aprovecharse del becario, siempre –insisto- con excepciones dignas de reseñar. Pero hay que poner coto al descontrol y a la impunidad.Los becarios no son esclavos. Los becarios llegan a los medios para seguir su formación, con unos horarios lógicos, racionales, y con unos niveles de exigencia acordes con su función y capacitación. Si algún colega con becarios a su cargo lee estas líneas, por favor, que les dedique un poco más de cariño, y algo más de atención, porque el fruto que recogerá será enormemente gratificante. No es de extrañar que la experiencia como becarios llegue a traumatizar de tal manera que muchos se decidan a emprender caminos diferentes al del periodismo, no porque la profesión no les guste, sino porque el panorama actual no les ofrece otra alternativa que eternizarse en el perfil del becario con más de la treintena de años en su DNI. Lamentable. De vergüenza ajena. Así no hacemos periodistas. Los ahuyentamos. 

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