FIRMAS Marisol Ayala

Amargas vacaciones. Por Marisol Ayala

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Cuando conocí la historia pensé en aquello tan repetitivo de “la realidad supera la ficción”. Me la contaron educadores de la Casa del Niño, orfanato en el que hallaron cobijo niños cuyos padres solo tenían brazos, hijos y un sueldo mísero. Un verano, el centro vio incrementado su número de alumnos con tres hermanos que no tenían el perfil de la pobreza. En todo caso, el de la mala suerte.

Los niños llegaron a Gran Canaria con sus padres que en los precarios años setenta se podían permitir el lujo de salir de vacaciones. Gente rica, gente bien. Los cinco, el matrimonio y los tres hijos llegaron a la isla y se hospedaron en el sur. Desde allí se movían de manera que poco a poco recorrieron la isla. Ninguno sospechaba que aquel viaje cambiaría para siempre sus vidas de una manera trágica. La tarde que el matrimonio decidió conocer Las Palmas de Gran Canaria lo hicieron con un coche de alquiler. A la altura de la potabilizadora un camión arrolló el vehículo. El matrimonio murió en el acto pero los niños apenas sufrieron rasguños. Cuando las autoridades canarias se pusieron en contacto con los familiares en la Península para que se hicieran cargo de los chiquillos, se negaron. No quisieron saber nada porque los fallecidos eran la parte más pudiente de la familia, el resto, obreros que trataban de sacar sus vidas adelante. No tenían ganas de ver cómo sus vidas se complicaban todavía más con tres nuevas bocas.

Y es ahí cuando entra en juego la Casa del Niño. Finalmente allí fueron a parar los huérfanos; allí crecieron, allí estudiaron y en la isla se han quedado. Las fiestas más señaladas del año no las pasaron nunca en soledad. A su lado siempre estuvieron maravillosos y comprometidos educadores que siendo muy jóvenes, con carreras recién terminadas, se convirtieron en su familia. Hace unos años escribí la historia del centro y entre las personas con las que hablé lo hice con alguien que me regaló un viejo fichero en el que figuraban datos personales de niños acogidos en el centro y las razones de ese acogimiento. Leyendas duras. Entre aquellas fichas figuraba la de tres niños que compartían apellidos y a los que conocí ya hombres. Recientemente hablé con ellos por separado. Supe entonces que han dejado de hablarse, que no mantienen contacto y lo más triste es que no saben ni por qué. La adversidad se los llevó por delante.

Pobres chicos.

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