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Vivir en una agenda. Por Marisol Ayala

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De pronto un día te da por visitar las agendas, las antiguas agendas de papel, manoseadas, remendadas, de páginas dobladas, gastadas, llenas de nombres que en un momento supusieron un buen contacto profesional y que con el paso del tiempo se los tragó la vida. Son desconocidos. Se los tragó la vida y la actualidad, pero se quedaron a vivir en esas páginas. Poseo varias, grandes, pequeñas, con tachones, números que se rectificaron y en algún caso con un aclarado: “fallecido”. Pero no iba yo a eso; no, es que ojeando sus páginas reparé en una evidencia. Las prisas del momento no permitieron identificar esos contactos con sus nombres y sus teléfonos de manera que, pensaría yo, un buen recurso será ordenarlos por casos y ya se sabe lo que eso supone. Supone ver enunciados tales como “le quitaron a su hija”, “le pegó a un policía”, “madres niñas”, “curanderos”, “maltratadas”, “abortos”, “travestis”, “videntes”, “echadoras” de cartas, putas y así, centenares. El día que como digo volví a las agendas que me han acompañado tantos años y leí nombres e inscripciones, me vi repasando parte de mi vida y la de ellos.

La vieja agenda ...

La vieja agenda …

Con el paso del tiempo la informática dejó de lado las típicas agendas pero siempre las guardé porque para los teléfonos soy un poco hormiga; los guardo todos. Tanto que en ese paseo por nombres y teléfonos llamé expresamente a uno de ellos. Quería saber si podía contar con una mujer que conocí hace años y que tal vez podría ayudarme en un trabajo que preparo. Vive en Jinámar y la recuerdo como la jiribilla del barrio, la que todo denunciaba y la que luchó lo indecible por mejorar el destartalado polígono de hace 15 o 20 años. Sorpresa. Nos reconocimos. “Llevaba años buscándote”, me dijo entre carcajadas. Recordamos las mil historias que denunciamos. Seguí con la agenda y sonreí al ver de qué manera había bautizado un curioso contacto. “Dice que habla con Dios”, puse. Imaginen de qué tipo de personaje hablo. Entonces recordé que ese hombre hizo creer que tenía poderes para sanar las enfermedades más agresivas y que su casa en Los Giles era un hervidero de personas desesperadas. Llamé. Pregunté por él. Pedí consulta, “me fue bien y quiero repetir”, dije. “No, murió. Él murió”. Me quedé mirando la agenda y pensé, vaya, engañó a desesperados pero para su mal no halló sanación. Era un estafador.

Como tantos otros, ya solo vive en mi agenda

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