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El hombre en el castillo, una novela de P. K. Dick. Por Eduardo García Rojas

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“- Las felonías callejeras de los nazis, una tragedia. – Joe habló tartamudeando mientras se adelantaba a un camión que marchaba despacio.- Pero los cambios son siempre duros para el que pierde. Nada nuevo. Recuerda las revoluciones anteriores, como la Francesa. O Cronwell contra los irlandeses. Hay demasiada filosofía en el temperamento germano, demasiado teatro también. Tantos actos públicos. Nunca sorprenderás hablando a un verdadero fascista, sólo actuando, como yo, ¿no te parece?

Riéndose, Juliana dijo: – Dios, tú has estado hablando a un kilómetro por minuto.

Joe gritó, excitado: -¡Estoy explicando la teoría facista de la acción!

Juuliana no pudo responder, era demasiado cómico.”

(El hombre en el castillo, Philip K. Dick. Traducción: Manuel Figueroa, colección Clásicos Minotauro, Editorial Planeta, 2012)

 

Como otros tantos escritores Philip K. Dick nunca conoció el éxito aunque disfrutara de las simpatías y la admiración de otros compañeros de oficio, como Robert A. Henlein y Stanilav Lem, y de cierto prestigio entre los consumidores de ciencia ficción. Un género el de la ciencia ficción con el que a lo largo de mi vida he mantenido apasionado encuentros como furibundos desencuentros.

Supongo que como muchos, llegué a K. Dick gracias a una película, Blade Runner, basada en un relato del escritor al que hoy catalogan de visionario, pero pronto descubrí que había más K. Dick puluando por ahí y que algo debía de tener cuando geniales historietistas como Robert E. Crumb le dedicaba tebeos.

Mejor argumentista que escritor, sin embargo, conviene acercarse a su trabajo con cierta reserva porque en su prolífica producción hay de todo: desde rarezas que han ido adquiriendo importancia con el paso del tiempo a obras demasiado herméticas, que permanecen a modo de incógnitas en su universo narrativo, aunque detrás de todas ellas, de sus libros recordados y de los olvidables se respira su sello, su mirada, su forma de entender el mundo y lo que lo rodea.

Llámalo paranoia, aunque yo prefiero denominarlo como una luminosa y reveladora visión individual la que tuvo K. Dick al describir la fragilidad de lo que consideramos real. La constante, quizá, más determinante de su trabajo como escritor.

Todo este proceso de cambio, observado más que con miedo con una inquietante objetividad, se mantiene a lo largo de su producción. Elementos que mutan, se transforman lentamente. Mundos que ya están aquí y que se definen como un ordeno y mando en virtud del control mental de las masas.

¿Es necesario, con todos sus defectos, leer a Philip K. Dick?

Creo que sí ya que en sus mejores novelas y cuentos vuelca su talento para demostrar que, efectivamente, todo cuanto vemos y damos por hecho es una sutil mentira.

Un tío curioso y bastante enfermizo Philip K. Dick, un autor que supo canalizar y también traducir muchas de sus neuras en excelentes libros a los que no araña el paso ni el peso del tiempo. Y un escritor que pese a sus dudas se agiganta cuando las revela con su personal sentido del humor. Un humor que te obliga a mantener una desconcertante sonrisa en los labios… Sonrisa que a su vez es un signo con el que se reconocen los aficionados a sus historias. Casi como si formaran parte de una hermandad que integran los iniciados en sus revelaciones. Revelaciones que no dejan de ser un castigo porque ¿de qué sirve saber la verdad? aún cuando la verdad deja de ser verdad cuando los demás creen y defienden otra verdad…

Entre las obras populares de Philip K. Dick siento especial cariño por El hombre en el castillo, una convincente ucronía que se desarrolla en unos Estados Unidos de Norteamérica que han dejado de serlo tras la   II Guerra Mundial. La costa del Pacífico ha caído bajo la influencia japonesa mientras que la del Atlántico está en la órbita de los nazis. En el medio oeste, unos pocos estados hacen de tapón y se gobiernan solos…

Novela coral, El hombre en el castillo reflexiona continuamente sobre ¿qué es verdad? a través de una serie de personajes que son parte de un mismo rompecabeza. Circula de hecho dentro de ese mundo en el que ha triunfado el totalitarismo, un libro: La langosta se ha posado, en el que un escritor plantea otra realidad/verdad alternativa: los aliados ganaron la II Guerra Mundial. El libro circula libremente en la zona japonesa y se tratan de ejemplares que los nazis desean arrojar a la hoguera y asesinar a su autor.

Otro libro que se cita continuamente en esta novela es el I Ching, oráculo de consulta obligada entre algunos de los protagonistas de la obra y cuya influencia fue trascendental para K. Dick mientras escribía El hombre en el castillo. Una historia que se preocupa por reflejar cómo pudo ser esa otra realidad y no solo en recrearla…

En este aspecto, y como en otras de sus novelas, lo que importa es el contraste entre culturas, así como su proceso de absorción. También su denuncia de lo que el mismo K. Dick llama malignidad y cuyo veneno representan los nazis y no tanto los japoneses, un pueblo al que describe con un respeto que tiene mucho de reverencial.

Entre las numerosas novelas y cuentos que se han escrito para reescribir la historia, otra manera de escribir la historia, El hombre en el castillo junto a La conjura contra América, de Philip Roth son textos de referencia para hacerse una idea de lo qué pudo haber sucedido si los nazis dominan parte del mundo. Claro que mientras en el caso de Roth la preocupación es mostrar cómo afectan esos hechos alternativos a una familia judía norteamericana; en K. Dick, y siendo también sus ambiciones ciertamente intimistas, domina la cuestión de que no hay un solo fue sino muchos universos paralelos al nuestro cuya evolución de los acontecimientos históricos resultaron muy diferentes al que creemos que ahora es.

K. Dick pone en cuestión una y otra vez ¿qué es la realidad? Y no da respuesta a la pregunta sino que suscita más preguntas. Entre las más inquietantes de la novela:  el paseo que inicia un japonés por nuestra realidad y a quien en una cafetería su clientela blanca llama despectivamente Tojo.

El paso de los años ha colocado con justicia El hombre en el castillo en las estanterías de los  clásicos de un género preocupado en ocasiones por imprimir más ciencia que ficción a sus relatos. Lo que sí sucede con esta novela, aparentemente sin rumbo fijo, es que despierta algo. Enciende un interruptor hasta ese momento apagado dentro de tu cabeza.

A Philip K. Dick. más que la ucrononía lo que le interesa es la endeblez de la realidad que, como bien apunta John Brunner, está sujeta en esta novela a El libro de los cambios.

Todos tenemos un hombre en el castillo. Un título, en definitiva, hoy más vivo que nunca. De obligada lectura y relectura según sean los casos. Una novela notablemente amarga que va más allá de la destacable Patria, de Robert Harris y esos inquietantes divertimentos que son El cuerno de caza y El sueño de hierro, de Sarban y Norman Spinrad, respectivamente.

Saludos, son tiempos de langosta, desde este lado del ordenador.

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