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Canchan-canchanchán: Mascotas-mascotas humanas. Por Agustín Gajate Barahona

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Los cronistas castellanos relataron que los guanches tenían como mascotas a unos pequeños perros peludos a los que denominaban ‘cancha’, que los acompañaban a todas partes.

En algunos documentos se indica que aquellos perros fueron trasladados a Europa y existen indicios de que, ya fuera en su forma original como cruzados con otras razas similares, se granjearon la simpatía de las cortes, que los adoptaron como mascotas, bajo el glamuroso nombre de Bichón Frisé, del que también se dice que fue introducido en las Islas Canarias por los españoles, para pasar a denominarlo como Bichón Tenerife, lo que resulta, cuanto menos, pintoresco. Bajo esta última denominación, incluso posó como modelo para Francisco de Goya y Lucientes.

Sin embargo, en los textos oficiales, el Bichón Frisé es descendiente del Bichón Maltés o Water Spaniel (Perro de aguas español), cuyo origen parece proceder de Egipto, donde unas estatuillas con su forma aparecieron en la tumba del emperador Ramsés II (1301-1225 antes de Cristo). Posteriormente, los fenicios los repartieron por todo el Mediterráneo y pudiera haber sucedido que los trajeran también a Canarias, donde existen testimonios arqueológicos de la presencia púnica.

Otra curiosidad de esta raza es que su apellido Maltés no significa que proceda de la isla de Malta, sino que guarda relación con el vocablo semítico ‘màlat’, que significa refugio o puerto, de donde deriva también la denominación de la conocida isla mediterránea.

Según la Federación Cinológica Internacional, «los ancestros de este pequeño perro vivían en los puertos y las ciudades costeras del Mediterráneo central, donde cazaban a los ratones y las ratas que se encontraban en los almacenes de los puertos y en las bodegas de los barcos donde se propagaban abundantemente. En la lista de perros existentes en el tiempo de Aristóteles (384 – 322 a.C.) se menciona una raza de pequeños perros a los que se atribuye el nombre latino ‘canes melitenses’. Ese perro era conocido en la antigua Roma y era compañero preferido de las matronas, fue elogiado por Estrabón, poeta latino del siglo primero.»

Pero, al margen de las curiosidades que rodean a los antiguos ‘canchan’ y su relación con los bichones malteses, parece que los seres humanos sentimos la necesidad de rodearnos de mascotas de mayor o menor tamaño, con el propósito de que nos acompañen, nos ayuden o nos protejan.

Desconozco si la mascota elegida revela algo sobre nuestra personalidad, pero entre un canario cantor, unos peces de colores, una tortuga, un conejo, un pato, una iguana, una serpiente, un cochino vietnamita, un felino o un perro, existen notables diferencias.

Incluso entre los propios perros se produce una variedad de tamaños, que van desde los denominados ‘toys’ a los mastines o grandes daneses. Lo mismo que sucede con los felinos. El creador surrealista Salvador Dalí, cuando residía en Nueva York, se hacía acompañar por un ocelote y, hace unos años, vi pasear a una pareja extranjera por los alrededores del Botánico de Puerto de la Cruz con un puma y un dóberman, ambos con correa y en tiempos en lo que no se exigía el uso de bozal.

En algunas películas se escenifica a emperadores y emperatrices junto a tigres, leones, leopardos, panteras, cocodrilos, osos, grandes serpientes y otros animales símbolos de poder como águilas o halcones, algunos de los cuales aparecen también en banderas y escudos actuales, aunque, curiosamente, ya los hayamos extinguido en el territorio al que tratan de representar.

Y si los seres humanos elegimos mascotas en función de nuestras necesidades, ¿no estaremos haciendo lo mismo con nuestros congéneres? ¿No esteremos pidiendo a las personas que nos rodean y que colaboran con nosotros que se comporten como esperamos que lo haga una mascota?

No está demostrado que la palabra canaria ‘canchanchán’ sea una derivación de la guanche ‘cancha’, pero viene a significar una persona sin criterio que obedece las instrucciones de otra a cambio de alimento o protección, sin cuestionar la orden recibida. Aunque también tiene otras acepciones, relacionadas con la vagancia, la irresponsabilidad o, en el caso femenino, con el concubinato.

Llamar a alguien canchanchán es prácticamente un insulto, sin embargo, observando lo que está sucediendo a nuestro alrededor (jóvenes y no tan jóvenes que ocultan en sus currículos su titulación universitaria, para optar a un contrato de trabajo no relacionado con su cualificación), considero que, salvo muy honrosas excepciones, es lo que se demanda en estos momentos para conservar o conseguir un empleo. Eso sí, en todos los idiomas posibles.

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