Distendió su esbeltez, vertical guía,
cave el alto dosel de la arboleda,
alcázar de verdor, oración queda,
aire de paz, silente sinfonía.
En la semipenumbra de la umbría,
que tamiza la luz y el fulgor veda,
su pericia añoró la sutil seda,
en pura y deslumbrante orgía.
La ascendente espiral del varillaje,
al fin rasgó la urdimbre del boscaje,
y traspasó las ondas de verdura.
Gentil goleta sobre agitado mar,
la ve el poeta clavar
en el azul su arboladura.
Este soneto es de Víctor Zurita Soler, mi abuelo, trascrito según recuerda mi padre, Víctor Zurita Molina. Cuenta este último que desde su casa en el callejón del Combate, en Santa Cruz de Tenerife, se divisaba la espesura de la Plaza del Príncipe con la majestuosa araucaria y su incontestable hegemonía. La transformación de una ciudad, nuevos edificios y el paso del tiempo: hoy ni está la araucaria ni tampoco se vería como la admiró el poeta.
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