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Un Crimen sin resolver. Por Eduardo García Rojas

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Frente a todos los crímenes anónimos de mis criminales huéspedes de una noche, ha permanecido mi crimen en su sitio propio de sensacional, único y gran asesinato pasional. De crimen tipo. De crimen de novela más que de crimen ocurrido.

Sobre él y sobre mis lectores caigan desde hoy mis futuras maldiciones y persecuciones, la miseria actual y las pústulas pretéritas de mi cuerpo senectuoso de narrador emocionado del asesinato propio y de los crímenes ajenos”.

(Crimen, Agustín Espinosa, Taller Ediciones JB Josefina Betancor. Madrid, 1974)

Son aún escasos los escritores nacidos a este lado del Atlántico que se han preocupado en divulgar sin barniz académico, Crimen, de Agustín Espinosa, un libro que celebra el ochenta aniversario de su publicación y que coincide con el cuarenta aniversario de su reedición en la pequeña pero emblemática Taller Ediciones JB, un volumen que incluyó además Lancelot 28”-7º y Media hora jugando a los dados.

 

En un hipotético estudio sobre la novela negra en Canarias podría ubicarse Crimen de Agustín Espinosa como texto iniciador, aunque lamentablemente no fundacional, de lo que podría haber sido el imaginario de un género tan despreciado por su vocación de entretenimiento. Pero así son las cosas, también las fuentes aún no profanadas de un pasado, otros lo llaman tradición, de las literaturas que se escriben desde estas islas –o fuera, en territorio continental u otras islas– abandonada de la mano de los dioses

No obstante, quizá esta pista inexistente explique que el Crimen de Agustín Espinosa continúe sin resolver.

Crimen es un libro pequeño, de apenas medio centenar de páginas. La portada de la edición original la ilustró Óscar Domínguez.

Domínguez fue uno de los espíritus errantes de esa generación de marcianos que reunió la revista Gaceta de Arte. Surrealistas de provincias que consiguieron que se les tomara en serio pese a que su centro de operación se encontrara en una isla diminuta del océano Atlántico, Tenerife, en unos tiempos previos a lo que más tarde fue una desgraciada y dolorosa Guerra Civil.

Crimen está repleto de imágenes feroces y violentas en la que late mucha necesidad sexual.

La confesión de Raskólnikov es otra cosa…

Aunque solo acariciaba las orejas, los labios, las mejillas de un hombre a quien había asesinado unas horas antes en su misma habitación, para sustituir su cabeza por una cabeza más clásica: capricho último, de noche de Navidad, de una mujer de pelo rojo y caderas ampulosas. Por quien había llegado hasta el crimen. Y que esperaba, en tanto, voluptuosamente, mi retorno imperioso a su casa, portador de la cena mágica, en la que cual habría de ser yo, a la vez, “maître”, matarife y comensal enamorado.”

Ochenta años después, su inicio aún fustiga:

Estaba casado con una mujer lo arbitrariamente hermosa para que, a pesar de su juventud insultante, fuera superior a su juventud su hermosura. Ella se masturbaba cotidianamente sobre él, mientras besaba el retrato de un muchacho de suave bigote oscuro.

Se orinaba y se descomía sobre él. Y escupía –y hasta se vomitaba– sobre aquel débil hombre enamorado, satisfaciendo así una necesidad inalcanzable y conquistando, de paso, la disciplina de una sexualidad de la que era la sola dueña y oficiante.

Ese hombre no era otro que yo mismo.”

Así justifica, pero no resuelve, Agustín Espinosa el Crimen:

Ella creía que toda su vida iba a ser ya un ininterrumpido gargajo, un termitente vómito, un cotidiano masturbarse, orinarse y descomerse sobre mí, inacabables.

Pero una noche la arrojé por el balcón de nuestra alcoba al paso de un tren, y me pasé hasta el alba llorando entre el cortejo elemental de los vecinos, aquel suicidio inexplicable e inexplicado.”

Un Crimen, hay que decirlo, que queda sin resolver.

Y un Crimen, el de Agustín Espinosa, que todavía inquieta.

Inquieta por raro no solo en la república de las letras escritas en estas islas desordenadas sino en otras repúblicas literarias donde una obra así, intensa y rebelde, hubiera terminado siendo pasto de las llamas o relegada a un discreto olvido.

Y no ha sido este el caso.

Investigadores, escritores, lectores se empeñan aún en resolver un caso imposible, el enigma Crimen de Agustín Espinosa.

Un Crimen escrito por “yo, el hijastro de la isla. El aislado”.

Un grimorio cuya estructura –no su voluntad– ha intentado ser imitado en ocasiones posteriores con muy irregulares aciertos.

Esto me hace preguntar:

¿Quién es esa mujer que se ha arrojado al mar para no tener que desnudarse más ante marineros, comerciantes y soldados, tan frágil y blanca, que su cuerpo, un momento sobre el agua, se confundió con la espuma marina y con la estela de la luna y con las alas de las gaviotas?”

“¿De dónde ha venido ese grito que ha interrumpido de pronto la tarde y ha hecho volver a un mismo tiempo todos los ojos y todas las manos hacia un mismo punto vago y distante?

Los crímenes de Agustín Espinosa continúan sin resolver.

(*) ¡Gracias, Angélica Camerino!

Saludos, aislado, desde este lado del ordenador.

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