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La suave voz de la Real Academia Española. Por Ramón Alemán

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En mi humilde condición de corrector de textos, me he permitido la libertad de criticar en este blog a la Real Academia Española cuando lo he creído oportuno. Al hacerlo, siempre he dicho que esa institución es tan humana como cualquiera de nosotros y, por tanto, posee, igual que ustedes y que yo, esa gran virtud que es la capacidad de equivocarse. Sin embargo, también es cierto que hasta ahora la RAE era para mí algo en cierta forma virtual y nada humano: tres letras mayúsculas, varios libros magníficos, una dirección de correo electrónico, una página web… Pero el pasado viernes pude ponerle rostro a una parte importante de la Docta Casa: su vicedirector, José Antonio Pascual, vino a Tenerife y yo me planté en su hotel con total desvergüenza para robarle unos minutos. Ahora sé que la Academia también tiene voz, una voz suave y capaz de pronunciar palabras que destilan un fino sentido del humor.

Pascual estuvo en La Laguna (Tenerife) para participar en el homenaje que la Universidad y el Ayuntamiento de la ciudad le brindaron al doctor Cristóbal Corrales, autor, entre otras obras, del monumental Tesoro lexicográfico del español de Canarias. El académico habló en nombre de la RAE ante la obligada ausencia de su director, José Manuel Blecua, que a esas horas recibía otro homenaje en la península. Por algo él es el vicedirector: para los que no lo sepan, el prefijo ‘vice-’ no significa ‘debajo de’, como ocurre con ‘sub-’, sino ‘que hace las veces de’, y en el emotivo acto de la semana pasada Pascual hacía las veces de director de la Academia.

Después de la celebración tuve la osadía de robarle no más de media hora para hablar con él de algo que nos une: el amor por la lengua española. No obstante, y como suele suceder cuando el humor y la sintonía irrumpen en una conversación, acabamos tocando otros asuntos que no tenían nada que ver con mi premeditado abordaje. Hablamos, por ejemplo, de la calima que el viernes invadió el aire de Canarias –y que no se corresponde exactamente con la definición que da la RAE de esa palabra– y de la repentina afición del académico a llamarme ‘chaval’, un término que en estas islas sustituimos por ‘pibe’. Yo le aclaré que voy camino de los 47 años y él me respondió: “Por eso te llamo chaval”. Así da gusto.

Y es que el sentido del humor –suave y discreto en el caso que nos ocupa– parece ser uno de los rasgos de la personalidad de este gran lexicógrafo, autor del divertido libro No es lo mismo ostentoso que ostentóreo (Espasa), en el que Pascual explica, entre otras cosas, que no tienen nada que ver las voces ‘formica’ y ‘fornica’. “El sentido del humor te empequeñece y sirve para que la gente vea que las cosas no son para tanto –me dijo–. Después de publicar este libro he recibido unas treinta cartas en las que me corrigen cosas, y todas ellas razonadamente. Entonces, ¿cómo no me voy a reír de mí mismo? Pero el humor tiene que ser hacia uno, no contra otro”.

Pascual

También hablamos, por supuesto, del oficio de corrector de textos. “Es un oficio con el que había que haber contado desde hace mucho, y la verdad es que ha existido desde hace tiempo sin que explícitamente se considerara como tal”, me recordó Pascual, que además me descubrió a uno de los primeros correctores de los que se tiene noticia en España: Gonzalo García de Santa María, un notable escritor del siglo XV que trabajó como editor en la imprenta del maestro Pablo Hurus, escultor de los más bellos libros que dio nuestro país en esa época.

En opinión del vicedirector de la RAE, el corrector tiene la obligación de imponer en los textos algo que en muchas ocasiones se les escapa a sus autores: la coherencia. “Hay elementos de los que no se da cuenta el que escribe; uno se apropia de determinadas cosas que le parecen imprescindibles y las repite. Con eso se falta al principio de coherencia, y el corrector lo sabe”. Y tanto que lo sabe, añado yo.

No quise quedarme con las ganas de preguntarle por las críticas que recibe ocasionalmente la Academia y ahí Pascual reconoció que él es el primero que no está del todo de acuerdo con algunas decisiones de la institución a la que representa. Eso me recuerda a Manuel Seco; buen síntoma… Y hablando de críticas, no evitó al ortógrafo José Martínez de Sousa, uno de los más implacables censores del trabajo académico. “Sousa me importa mucho –aseguró–. Su exceso en querer milimetrarlo todo es positivo y la liberalidad de otras personas también lo es. Y Sousa, desde sus criterios, es muy coherente”. Amén.

He de confesar que tras la conversación del pasado viernes, y una vez demostrado que la RAE tiene carne y huesos (y, no menos importante, después del piropo con forma de ‘chaval’), me lo pensaré dos veces antes de volver a meterme con la Academia. Coherencia, sentido común y humor son cosas muy serias, y con eso no se juega.

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