FIRMAS

Los tres almirantes. Por José Manuel Ledesma

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Las tres cabezas de león del Escudo de Armas de Santa Cruz de Tenerife son fruto de las tres derrotas sufridas por oficiales de la marina británica que, ejecutando órdenes de su gobierno y por el reconocido derecho de presa, intentaron, en acciones parecidas a la piratería, más que una victoria militar, apoderarse de la mayor isla de las Canarias y de los tesoros que venían en los barcos españoles.

Blake
A finales de 1656 comenzaron a llegar noticias que una poderosa escuadra, al mando del célebre Robert Blake, interceptaba en Cádiz las ricas flotas que volvían de América hacia los puertos de España, hecho que corroboró un marino inglés capturado en La Gomera.
Una de estas flotas, al mando de Diego de Egues, que permanecía en la rada de Santa Cruz por habérsele rendido un palo a la nave capitana, al enterarse de lo ocurrido retrasó su marcha y aseguró en tierra toda la plata y demás cargazón que portaba.

La noche del 29 de abril de 1657, llegó un velero procedente de Gran Canaria avisando que el inglés venía con más de 36 barcos con ánimo de sorprender la flota. Al punto se toca a rebato y en la mañana del día 30, cuando dio fondo la escuadra enemiga frente a las naves -cuya plata venían buscando- las defensas, con más de 12.000 hombres, ya estaban preparadas en los castillos de Paso Alto, San Juan y San Cristóbal, que unidos por una muralla que cerraba la ribera y las baterías recién construidas en las desembocaduras de los barrancos, hacían de Santa Cruz una fortaleza inexpugnable.

Diego de Egues luchó con gran valor, pero cuando los enemigos abordaron las naves tomó la resolución de quemarlas; en el incendio perecieron tanto ingleses como españoles, aunque algunos se salvaron llegando a nado hasta la orilla. Reducida la flota española a pavesas, Blake continuó batiendo nuestras fortalezas con un fuego vivísimo que a su vez, le correspondían con acierto mostrando una gloriosa resistencia.

En la «Guerrilla de Caramanuel», como se conoce vulgarmente esta batalla, merece destacar la figura de Hipólita Cibo Sopranis, esposa del Capitán Fernando Guerra de Ayala, la cual se encontraba dentro del Castillo Principal cuando se presentó la armada, y aunque le rogaron que se retirase a La Laguna, su presencia fue muy útil ya que durante la acción suministró agua y municiones, hizo cartuchos, retiró heridos, etc…

Después de 10 horas de intenso combate la escuadra enemiga, favoreciéndose de la oscuridad, zarpó, precipitadamente, llevándose a remolque los desarbolados navíos, donde creían permanecía el tesoro de la flota. Los ingleses perdieron 500 hombres; de los habitantes de Tenerife sólo murieron cinco. La fortaleza de Paso Alto fue la que mayor daño recibió, debido a que las balas que impactaban en el risco, desprendían muchas piedras que caían sobre él. El tesoro, asegurado en nuestra Isla junto con la tripulación, regresó a Cádiz en otra escuadra española.

Por todo ello, el Rey concedió al Escudo de Santa Cruz la primera Cabeza de León, extraída del blasón de armas inglés, a la vez que permitió, durante tres años, despachar para América cinco registros de mil toneladas.

Jennings
Los ingleses que habían saqueado el Puerto de Santa María, quemado en Vigo los galeones españoles, tomado Gibraltar y sometido Cataluña y Valencia, intentaron apoderarse de la mayor y principal isla de las Canarias en nombre del pretendiente a la Corona de España, el Archiduque Carlos; por este motivo John Jennings se dirigió hacia Tenerife con 13 barcos y 600 cañones.

En la tarde del 5 de Noviembre de 1706, los vigías de las atalayas de Anaga avisaron de la proximidad de una formación naval. Al principio, se pensó que se trataba de mercantes en viaje hacia América; no obstante, de la Orotava partió para Santa Cruz Tomás Alfaro, Coronel de la caballería tinerfeña; en La Laguna se concentraron parte de las milicias; y a Santa Cruz llegaron de todos los pueblos y rincones de la Isla, más de cuatro mil defensores que se situaron en los distintos puntos estratégicos.

Al rayar el alba del día 6, los veleros ingleses se acercaron al Puerto utilizando como estrategia la bandera francesa, pero cuando se encontraban a una distancia conveniente procedieron a colocarse en orden de combate e izaron el pabellón inglés. El Gobernador del Castillo de San Cristóbal, Gregorio de Samartín, ordenó abrir fuego contra las naves, al que siguieron su ejemplo el Castillo de San Juan y todas las baterías de la costa. Dos horas de intenso cañoneo llevaban atacantes y defensores cuando los ingleses arriaron 37 lanchas con hombres de desembarco. Terrible fue la equivocación de Jennings, pues cuando estaban al alcance de los cañones, éstos abrieron fuego y las frágiles embarcaciones y algunos navíos que se acercaban a protegerlas, tuvieron que retroceder.

Por segunda vez intentaron aproximarse las lanchas y de la misma manera tuvieron que girar en redondo y ampararse al costado de los navíos.

A las tres de la tarde, Jennings envió a tierra un mensajero con una caballerosa carta en la que se disculpaba de su ataque, el cual atribuía a la precipitación de sus capitanes, invitando a la Isla a declararse fiel a S.M. Carlos III; a lo que contestó José de Ayala, Capitán General de Tenerife, que no consentirían que incurriesen en la innoble estratagema que habían hecho en Gibraltar.
Viendo el almirante inglés la firme respuesta de los tinerfeños y considerando el daño que ya habían recibido del fuego de la Plaza, desplegó sus velas y se alejó de Tenerife en el crepúsculo de aquel glorioso día, 6 de noviembre de 1706. La frase del corregidor José de Ayala y Rojas resume los hechos: «sin pena ni gloria, Jennings llegó, vio, atacó, habló y regresó».

El fracaso de la estrategia de Jennings, le daría al escudo de Santa Cruz la segunda Cabeza de León, extraída del blasón de armas inglés.

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Nelson

El 14 de febrero de 1797, durante la guerra contra Gran Bretaña, la escuadra británica derrotó a la española en el Cabo de San Vicente, bloqueando de esta forma el Puerto de Cádiz. Dos meses más tarde, catorce lanchas de la fragata inglesa Terpsichore -que mandaba Richard Bowen- se acercan al navío español Príncipe Fernando que, con importante cargamento procedente de Isla Mauricio para el Puerto de Sevilla, estaba al amparo de los cañones de la bahía tinerfeña. Lo abordan y sin recibir resistencia lo sacan de la bahía, llevándose prisioneros al segundo Capitán José Zabala y a dos marineros. En otro golpe audaz, ocurrido en el mes de mayo, capturaron de la misma manera a la corbeta francesa La Mutine que, procedente del puerto de Brest, en tránsito hacia la India, estaba fondeada en la bahía para abastecerse de víveres y agua.

Estas hazañas hicieron pensar al gobierno inglés, que sería fácil adueñarse del Puerto y Plaza de Santa Cruz de Tenerife. Para ello, nombraron al Contraalmirante Horacio Nelson, en esos momentos inactivo en la localidad gaditana, que tomara el mando de la armada con la cual se llevaría a cabo el planeado ataque.

La madrugada del día 22 de julio de 1797, el vigía de Anaga, Domingo Izquierdo, divisó una gran flota inglesa formada por cuatro navíos de alto bordo, tres fragatas, un cúter ó buque rápido y una bombarda, en total 393 cañones. Una vez se dio la señal de alarma, el Comandante General Antonio Gutiérrez reunió y distribuyó, según el plan previsto para la defensa, a las tropas regulares, a las milicias de Canarias, a los voluntarios, y a los 110 marinos franceses de la fragata La Mutine que, al mando del Capitán Paumier, también combatieron al lado de los tinerfeños.
Nelson sabía que al Norte del lugar -conocido como Santa Cruz- estaba la fortaleza de Paso Alto que, con sus 16 cañones y 87 artilleros, impedía que los barcos enemigos entraran al Puerto. Así, pensó que sería más conveniente desembarcar por el barranco de Bufadero, adentrarse por su valle y después bajar por Valleseco o Tahodio con el fin de atacar, por la retaguardia, al Castillo de Paso Alto y dominar, finalmente la Plaza. A media mañana, los 900 hombres subieron hasta la montaña de la Jurada encontrándose con un terreno abrupto y con los soldados y voluntarios tinerfeños que le impidieron la toma del Cerro de la Altura, clave para el control de la ciudad.

El 23 fue de calma. Nelson reunió en el Theseus -nave capitana- a sus oficiales y estudió la estrategia que, al día siguiente, llevarían a cabo; esto fue, un intenso bombardeo contra el Castillo de Paso Alto, el cual respondió al fuego ayudado por el de San Miguel. Tras el fracaso anterior, el Almirante prepara un ataque nocturno por sorpresa; con el mayor sigilo posible, al objeto de coger de improviso a los defensores de Santa Cruz, dispone que las lanchas no lleven luz y que sus remos vayan cubiertos con trapos, para evitar el ruido. Los asaltantes iniciaron la maniobra en la medianoche del 24 al 25 de julio, acercando los botes, con unos 1.000 hombres, al lugar previsto -la playita y desembarcadero cercano al Castillo Principal-. Aunque los tinerfeños fueron alertados por la fragata española Reina Luisa, fondeada en la bahía, los ingleses consiguieron apoderarse de la batería del Muelle, inutilizando sus cañones.

Acto seguido, desde los castillos de San Cristóbal y San Pedro, comenzó un cañoneo cruzado, a la vez que las tropas acudían al punto del desembarco que, al ser muy reducido, facilitó el tiroteo y originó la muerte del Capitán Richard Bowen y muchos de sus marinos. Casi a un tiempo, el cúter Fox, que escoltaba a las barcas, recibió un cañonazo por debajo de la línea de flotación, hundiéndose, rápidamente, junto con su Capitán Gibson, los 300 tripulantes, la pólvora, los víveres y el material de asalto.

A pesar de la resistencia tinerfeña, los británicos prosiguieron su ataque alentados por Nelson, quien llegó en una lancha. Pero cuando se disponía a pisar tierra, y sacaba su espada para animar a los soldados, una bala del cañón Tigre, emplazado la noche anterior en una tronera desde la que se batía el muelle, lo alcanzó en el brazo derecho, por lo que hubo de ser trasladado al Theseus donde un cirujano se lo amputó a la altura del codo. Con la pérdida de Nelson y otros capitanes, los ingleses quedaron sin mandos que dirigieran sus operaciones.

Los que desembarcaron en la playa de la Caleta o de la Aduana y en el barranco de Santos o de la Carnicería formaron dos grupos y actuaron cada uno por su cuenta: el que mandaba, Troubridge, estaba compuesto por 700 hombres, los cuales penetraron por las calles de La Caleta (General Gutiérrez), el Sol (Dr. Allart) y las Tiendas (Cruz Verde), con tambor, pífanos y banderas llegando hasta la Plaza de la Pila donde fueron contenidos por la tropas de la Isla. La otra compañía, dirigida por Samuel Hood, subió por el barranco hasta la iglesia de la Concepción con la intención de tomar el convento de Santo Domingo (Teatro Guimerá).

Al amanecer, sendos bandos confiaban en que vinieran a auxiliarlos, pero las 15 lanchas que se aproximaban en su ayuda fueron cañoneadas y hundidas, y las que habían quedado varadas en la playa fueron destrozadas por los tinerfeños. Ante esta situación, enviaron a parlamentar a un sargento inglés, acompañado por un par de vecinos de Santa Cruz que tenían como prisioneros y quienes corroboraron que la mayoría de las vías y plazas de la ciudad estaban ocupadas por los extranjeros. El General Gutiérrez no se amedrentó por tales informaciones diciéndoles que sólo oía proposiciones de ajuste a través de un oficial y que la Isla tenía sobradas municiones y guarniciones para hacerles frente. Seguidamente, un Teniente Coronel inglés fue a entrevistarse con el General Gutiérrez para manifestarle bajo juramento, que si se le dejaba reembarcar con sus tropas, armas y banderas desplegadas, su escuadra no dañaría ninguna de las Islas Canarias.

Después de este fracaso, al mediodía del 25 de julio de 1797, los soldados británicos formaron en la Plaza de la Pila (Plaza de la Candelaria) y desfilaron con todos los honores ante los vencedores, embarcando, acto seguido en las lanchas tinerfeñas que los llevaron hasta sus barcos. Nelson, impresionado por tan bondadoso gesto y trato, el cual traduce fielmente los nobles sentimientos que caracterizan al pueblo canario, dirigió al General Gutiérrez un documento, escrito con su mano izquierda, en el cual expresó su agradecimiento por tales deferencias, a la vez que se convertía en el mensajero de su propia derrota, la primera y la única que recibió.
La frustrada invasión costó a la Armada de S.M. británica la muerte de 22 oficiales y 600 marinos. El precio de la victoria para Tenerife fue de 23 muertos y 38 heridos.

La capitulación de Nelson supuso para el Escudo de Santa Cruz su tercera Cabeza de León, extraída del blasón de armas inglés.

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