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George Harrison, en su 70 aniversario. Por Eduardo García Rojas

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Si hay un miembro de The Beatles por el que siento algo especial ese es George Harrison. Las razones no son estrictamente musicales, ni siquiera que pareciera el más serio y estirado del grupo. No, que va, mis razones son más de cercanía. Un día, hace ya mucho tiempo y por casualidad, descubrí que Harrison había nacido el mismo día, no en la misma fecha que quien ahora les escribe. Este lunes, de hecho, hubiera cumplido setenta años si el cáncer que acabó con su vida no lo hubiera hecho. Pero así es el puto cáncer. La misma palabra lo dice.

No voy a cortar y pegar los registros biográficos que sobre este guitarrista y compositor inunda el paisaje de la red, pero sí la de intentar explicar la simpatía y la nada objetiva manía que asumo cuando me digo que entiendo bastante de las cosas por las que pasó a lo largo de su vida  porque, pienso, esto de nacer el mismo nos aproxima.

Partiendo que es una soberana tontería esta ingenua reflexión ya que al menos conozco a tres personas, una de ellas una mujer, que nacieron también un 25 de febrero y la verdad sea dicha no nos parecemos en nada salvo en ir por la vida como seres humanos, debo de reconocer que me llevé una agradable sorpresa cuando descubrí que George Harrison y Anthony Burgess, que fue un excelente escritor además de La naranja mecánica, habían nacido un 25 de febrero que pare ellos como para mi fue la fecha de inicio, el primer pistoletazo de salida en esta carrera de obstáculos en la que convertimos la vida.

Antes de descubrir que Harrison había venido al mundo el mismo día que quien ahora les escribe, a mi quien me gustaba de The Beatles era Ringo Starr, que asumió nada más entrar en el grupo la función de payaso, del gracioso que tocaba además ese instrumento musical que todo aquel que no tiene oído para la música cree que puede tocar bien: la batería.

Yo solía cantar, bueno, repetir una y otra vez Yellow Submarine que es la canción más popular de las pocas que interpretó como cantante Starr estando con The Beatles. Otro título por el siento cariño y que me encanta recitar inventándome la letra en ese inglés de garrafón que me caracteriza es The Octupus Garden. Curiosamente, el resto de las canciones que mayoritariamente firmaron John Lennon y Paul McCartney apenas las silbo o hago que interpreto porque las asocio a periodos muy importantes de mi adolescencia. Esa fase de la vida en la que te vas forjando y en la que resulta muy importante los temas musicales que desde ese entonces formarán parte de lo que los cursis llaman como la banda sonora de tu vida.

Con o sin banda sonora, durante un tiempo no me cansé de escuchar sus discos en solitario y los vinilos que integraban el concierto de Bangladesh que Harrison organizó para apoyar  al que probablemente continúe siendo uno de los países más pobres del planeta.

A Harrison siempre le fue el rollo espiritual hindú. Por lo que buscó un maestro que serenara sus contradicciones internas para encontrarse a sí mismo. No sé si se encontró a sí mismo Ni siquiera si mereció la pena que se encontrara a sí mismo si lo hizo. Lo que de verdad importa de este compositor más allá de The Beatles es que nos regaló un puñado de canciones que, carajo, sí que forman parte de la banda sonora de mi vida.

Ahí está Taxman, Something y Here Comes the Sun, entre otras.

La vida de Harrison resultó la menos visible de los cuatro integrantes de The Beatles una vez que el grupo se disolvió como un terrón de azúcar en un café con leche.

John Lennon escribía y cantaba canciones mientras hacía campaña por la paz siendo espiado junto a su mujer, Yoko Ono, por el mismísimo FBI; Paul McCartney continuó componiendo excelentes canciones y ganando mucho dinero y Ringo Starr probó suerte en el cine donde se encontró con Barbara Bach en una comedia cafre que, en mis tiempos mozos, gozó de bastante éxito como es la tontorrona Cavernícola.

Pero, ¿dónde estaba George Harrison?

En todos esos años, su amigo Eric Clapton le birló a la novia y él tuvo tiempo para meter sus dólares en producir películas. Una de ellas, El hombre elefante, contribuyó a cimentar la fama de cineasta de lo extraño del hoy cada día más extraviado David Lynch.

Tras la muerte de Lennon por un hijodeputa que lo tiroteó a las puertas de su casa tras pedirle un autógrafo, The Beatles dejaron de ser leyenda para convertirse en algo así como una religión.

Una religión que contaba además con un hombre que nos ayudó a imaginar un mundo mejor y que fue sacrificado cuando a un hijodeputa se le cruzaron los cables porque confesó nada más ser detenido: solo quería ser un guardián entre el centeno.

Fui de los muchos que hizo vigilia aquel 8 de diciembre de 1980 en la plaza de España de la capitá en la que vivo en señal de respeto por el que muchos aseguran fue el mejor de The Beatles.

Evito entrar en ese debate primero porque no soy un beatlemaníaco autorizado y segundo porque a mi los cuatro me gustan juntos y por separados.

George Harrison hubiese cumplido hoy setenta años.

El mayor tributo que puedo hacerle es escuchar sus discos.

También el de intentar ver George Harrison: Living in the Material World, el documental de Martin Scorsese.

Después no hay más, sino esa extraña sensación que todavía me asalta cuando pienso que tal día como hoy pero hace setenta años nació un tipo llamado George Harrison.

Saludos, Something, desde este lado del ordenador.

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