Ciencia SOCIEDAD

ENTREVISTA. Carolina Martínez Pulido, doctora en Biología de la ULL

“Las mujeres han sido injustamente minusvaloradas en la Ciencia por prevalecer un sesgo androcéntrico”

 

Por Dolores Hernández / Fotos: Natale Sandoli

– En 1985 leyó su tesis doctoral titulada “Formación de callos en cultivo in vitro de tejidos de Pinus canariensis” que expone en su primer libro Cultivo de tejidos vegetales. Multiplicación vegetativa in vitro del pino canario (1990). Del texto extraemos que “la propagación clonal de las especies forestales ha progresado significativamente”. Hoy, en 2012, y en el contexto de Canarias, una región con una importante masa forestal, ¿esta técnica se está aplicando o, por el contrario, se continúa con una metodología tradicional?

“En la actualidad, la repoblación forestal en Canarias se lleva a cabo mediante técnicas tradicionales. Se trata de un escenario que está en línea con lo que ocurre en otras regiones con una masa forestal importante. De hecho, el éxito de los programas de mejoramiento forestal durante los últimos 50 años indica que todavía hay posibilidades de intensificar la productividad y los rendimientos de forma sostenible utilizando el mejoramiento convencional de los árboles forestales. Dicho esto, no debemos minusvalorar el gran potencial que encierran las técnicas biotecnológicas. Aunque el interés último del cultivo de tejidos de árboles ha estado generalmente enfocado hacia la propagación masiva clonal de genotipos selectos ya existentes, la utilidad del cultivo de tejidos no se queda ahí. Estudios fisiológicos, genéticos y bioquímicos realizados mediante esta técnica, están permitiendo un gran aumento de los conocimientos sobre cómo crecen los árboles. Las técnicas de cultivo in vitro ofrecen importantes posibilidades para estudiar y mejorar las especies leñosas. Y si bien la mayor parte de los especialistas opina hoy que esta técnica difícilmente reemplazará a los sistemas tradicionales de mejoramiento genético, todo apunta a que el cultivo in vitro puede desempeñar un papel importante, complementando esfuerzos para resolver problemas forestales y lograr mejoras que conllevan un favorable impacto en la economía forestal o silvicultura.

El protocolo que pusimos a punto en la Universidad de Calgary cumplimentó el objetivo de incorporar el pino canario al conjunto de coníferas que en aquellos años habían sido vegetativamente propagadas mediante la aplicación de la técnica de cultivo in vitro. Permitió evidenciar que el potencial de esta especie es lo suficientemente grande como para no quedar relegada frente a otras especies del mismo género. Como consecuencia, hoy es posible que nuestro pino pueda beneficiarse de los continuos avances que el uso de las herramientas biotecnológicas está generando”. 

– En los albores del siglo XXI, usted dio un giro radical en su vertiente investigadora para abordar la cuestión Mujer y Ciencia, estudios que vieron la luz con la publicación de seis libros en cuya edición ha colaborado el Instituto de la Mujer. ¿Qué causas le condujeron a decantarse por esta temática?

“El cambio experimentado por mi línea de investigación a mediados de la década de 1990 responde a un proyecto que venía acariciando desde hacía tiempo, principalmente estimulado por mi docencia. Todo empezó con unas clases relacionadas con la historia de la biología y la teoría de la evolución, impartidas en diversos seminarios. Tras las clases iniciales, poco a poco  empezaron a cobrar cada vez más fuerza las consabidas preguntas: ¿Dónde están las mujeres? ¿No ha habido en la historia de la biología contribuciones femeninas? ¿Sólo han investigado los hombres? Con la finalidad de dar el mayor rigor posible a las respuestas, me sumergí en un campo de trabajo que me atrapó por completo y me fue exigiendo una dedicación cada vez más exclusiva, que me ha llevado hasta el presente”.

– Algunas revistas como Science y Nature han sido fuentes documentales de primer orden para la difusión de los avances científicos. Sin embargo, éstos no siempre están al alcance de un público no especializado. ¿Las nuevas tecnologías han contribuido a un mejor acceso a la información del conocimiento científico y, por tanto, a popularizar la ciencia? 

“Las revistas Nature y Science, pese a su indiscutido prestigio y amplia difusión, probablemente no son las más indicadas para un lector generalista. En realidad, tienen un considerable grado de especialización. Creo que para empezar en temas científicos y aproximarnos a las nuevas fronteras de la ciencia, hoy  tenemos a nuestro alcance, como primer paso, revistas más asequibles. Luego, para continuar, Nature y Science son, indudablemente, imprescindibles. Me sumo a los sostienen que las nuevas tecnologías sí están contribuyendo a popularizar la ciencia. Claro que sí. No tenemos más que pensar que las revistas de las que estamos hablando, además de muchas otras, tienen su versión on line y hay casos en que el número de lectores suele ser considerable. Asimismo, la proliferación de blogs que tratan de temas científicos con rigor y a nivel divulgativo es amplísima. El problema en este aspecto radica en la capacidad de discernir entre la información seria y aquella que no lo es”.

– ¿Qué ha supuesto para su carrera académica el Premio al Mejor Trabajo de Investigación concedido por el Instituto Canario de la Mujer, en el año 2000, por su libro También en la cocina de la ciencia

“Este premio supuso para mí una gran alegría. Y por muchas razones. Porque me lo concedía el Instituto Canario de la Mujer. Porque tenía un prólogo de lujo, redactado por una compañera a la que tengo gran aprecio, Amparo Gómez, catedrática de la Universidad de La Laguna. Porque era mi primer libro sobre el tema y supuso un notable espaldarazo para continuar el trabajo… En fin, que agradecí sinceramente la distinción otorgada”.

– Sus publicaciones tienen como denominador común difundir la participación de las científicas en el contexto histórico en el que han desarrollado su labor, desde la Revolución Científica (siglo XVII) hasta el siglo XX, así como destacar la contribución de éstas en la construcción del conocimiento científico. Su principal juicio histórico es que éstas han sido injustamente olvidadas o minusvaloradas por la prevalecer un sesgo androcéntrico. Podría profundizar en estos objetivos.

“Para comenzar, quiero hacer hincapié en que no se puede estudiar la historia de la ciencia sin tener en cuenta, o menospreciando, el valor añadido por las mujeres científicas. Ellas no son tan pocas como tradicionalmente se ha venido creyendo. Es esta una falsa contabilidad debida, entre otras razones, a que sólo se aceptan aquellas que han tenido un éxito innegable, lo que proporciona la idea equivocada de que el trabajo científico de las mujeres es una sorprendente excepción y no un hecho frecuente. Sólo se recuerdan las mujeres que han hecho contribuciones realmente extraordinarias, criterio que no se aplica al trabajo masculino.

La legión de anónimas que, sin embargo, han realizado trabajos menores representa un número nada despreciable. A los logros de ellas debería otorgárseles el mismo reconocimiento que a los pequeños descubrimientos realizados por los hombres; pero, evidentemente, no se sigue la misma escala de valores. Así pues, cuando se trata de indagar sobre la participación de la mujer en la ciencia, al menos en un primer momento, sólo salen a la luz esas pocas investigadoras ya bendecidas por el trabajo colosal.

En suma, el injusto olvido que en particular han sufrido numerosas científicas que dedicaron sus esfuerzos a investigar queda reflejado en los manuales universitarios o en los libros de divulgación científica. Hasta hace poco tiempo, la casi totalidad del elenco de científicas era desdeñado. Lo insultante es que buena parte de sus aportaciones fueron adjudicadas a colegas masculinos que tuvieron más fama, o bien a los que eran directores de los equipos en los que ellas estaban integradas —engordando así un «vampirismo» socialmente admitido hasta nuestros días— o, para colmo, simplemente se consideraron contribuciones anónimas. Todo ello ha dado a la ciencia su carácter androcéntrico, construida y dominada por figuras masculinas. Afortunadamente en los últimos años esta situación ha empezado a cambiar, y algunos autores de importantes manuales están reparando «olvidos». De igual forma, la gran proliferación de trabajos realizados por un elevado número de estudiosas está consiguiendo que el tema vaya calando en la opinión pública en general”.

– Analicemos el recorrido cronológico del papel desempeñado por las mujeres en la ciencia. En los siglos XVII y XVIII, las naturalistas fueron artistas ilustradoras, coleccionistas, divulgadoras, científicas o escritoras. Sin embargo, hasta las últimas décadas del XIX, a las féminas se les vetó el acceso a las universidades, las academias y a algunas sociedades científicas. Avanzado el siglo XX, las mujeres empiezan a ligarse al mundo académico y tener peso en este campo. Podría hacernos una retrospectiva al respecto.

“La participación de las mujeres en la ciencia sólo puede darse a conocer con un mínimo de rigor si se articula en el contexto histórico en el que esas estudiosas fueron desarrollando su labor. Dicho esto, insistamos en que han estado presentes en la construcción del pensamiento científico desde la más remota antigüedad. A modo de ejemplo, en el colectivo de las naturalistas, principalmente botánicas y entomólogas, las féminas participaron en el conocimiento de manera significativa durante siglos.

No obstante, la formación técnica y especializada estuvo mucho tiempo fuera del alcance de las mujeres, ya que las universidades europeas, salvo las italianas y las americanas, sólo les «abrieron» sus aulas a partir de las últimas décadas del siglo XIX. Es entonces, tras el impulso formativo, cuando en diversos ámbitos -sobre todo en ciencias experimentales, que requieren una sofisticada infraestructura- cuando se detecta una participación mucho mayor de científicas. La secuencia fue de efecto inmediato: formación e infraestructura adecuadas produjeron aportaciones al acervo de disciplinas como la biología experimental que han generado trabajos de investigación firmados por mujeres, algunos realmente brillantes.

En las primeras décadas del siglo XX, la participación femenina fue creciendo paulatinamente (tengamos en cuenta, por ejemplo, que en España las mujeres pudieron matricularse libremente en la Universidad sólo a partir de 1910, aunque en años anteriores ya hubo universitarias que accedieron a los estudios tras saltar numerosas barreras y superar dificultades). La verdadera explosión de las mujeres en ciencia ha tenido lugar a partir de la segunda mitad del siglo XX”.

– En También en la cocina de la ciencia nos acerca a la obra de cinco científicas: Barbara Mc Clintock (la transposición), Rosalind Flanklin (la estructura del ADN), Christiane Nüsslein-Volhard (la arquitectura de un organismo vivo se construye por etapas que están controladas por genes), Mary Leakey (Prehistoria humana) y Lynn Margulis (Teoría de la Endosimbiosis y la Hipótesis de Gaia). Mc Clintock y Nüsslein-Volhard recibieron el Premio Nobel de Medicina y Fisiología, en 1983 y en 1995, en sendos casos. ¿Cuál ha sido el alcance de cada uno de estos descubrimientos?

“Las científicas mencionadas pertenecen al grupo de mujeres que pueden considerarse creadoras de conocimiento por haber realizado aportaciones de gran trascendencia para su especialidad.

Barbara McClintock (1902-1992) fue una excepcional genetista. Cuando todavía era muy joven, trabajando con plantas de maíz, publicó –en 1931- un trabajo considerado como «uno de los experimentos verdaderamente grandes de la biología». Posteriormente, a finales de la década de 1940, llegó al más trascendente de sus logros: el descubrimiento de la transposición, o sea, de la capacidad de algunos fragmentos del material hereditario para cambiar de posición en el genoma. Con el hallazgo de estos elementos móviles, o transposones, McClintock puso de manifiesto que la organización genética de los organismos vivos es mucho más compleja y flexible de lo que mayoritariamente se asumía en su época. Por toda su obra, en 1983 fue galardonada con el Premio Nobel de Medicina.

Rosalind Franklin (1924-1958) fue una extraordinaria cristalógrafa que participó en uno de los avances biológicos más importantes del siglo XX: el descubrimiento de la arquitectura de la molécula de la herencia, el ADN. En su corta vida, Franklin murió de cáncer a los 37 años, realizó trabajos cuya calidad se situaba en la vanguardia de su tiempo. La mayor parte de los historiadores de la Biología están de acuerdo en que si en 1962, cuando se concedió el Premio Nobel por el descubrimiento de la estructura molecular del ADN, la científica hubiera vivido habría merecido una parte de este prestigioso galardón.

Christiane Nüsslein-Volhard (1942), dedica sus esfuerzos a la Biología del desarrollo, disciplina en la que está considerada entre los mejores, si no la mejor, de los especialistas actuales. Los trabajos de Christiane Nüsslein-Volhard han contribuido en gran medida al descubrimiento de los genes que, en los primeros estadios de la vida, ponen en marcha el plan corporal del futuro organismo. Sus resultados gozan hoy de gran prestigio entre los biólogos debido sobre todo a que ha logrado demostrar, en colaboración con su colega Eric Wieschaus, que la arquitectura de un ser vivo se construye por etapas, y que cada etapa está controlada por un grupo concreto de genes. Esta investigación les valió el premio Nobel en 1995.

Mary Leakey (1913-1996) fue una respetada arqueóloga que consiguió, con su minuciosa tarea de «reconstrucción», aclarar importantes facetas sobre la evolución humana. Excavando incansable bajo el sol africano de la geografía de Kenia y Tanzania, y siguiendo una rigurosa metodología, Mary Leakey logró unos resultados tan valiosos que permitieron el nacimiento del modelo evolutivo humano hoy vigente. Además, gracias a sus hallazgos numerosos científicos se sintieron atraídos por el este africano y organizaron innumerables expediciones. La zona se ha revelado extraordinariamente fecunda en restos fósiles que han arrojado mucha luz sobre nuestros orígenes. En la actualidad, la mayoría de los expertos considera que los descubrimientos paleontológicos y antropológicos más significativos del siglo XX difícilmente podrían haberse excavado sin la exactitud y tenacidad de Mary Leakey. El gran rigor de su metodología la ha consagrado como una pionera en su especialidad.

Lynn Margulis (1938-2011) fue una profesora universitaria estadounidense y una acreditada científica. Tuvo el gran mérito de realizar novedosas aportaciones a la biología evolutiva. Entre sus múltiples contribuciones destaca el haber propuesto un nuevo mecanismo evolutivo: la simbiogénesis, basado en que la simbiosis -o asociación física entre organismos distintos- puede originar nuevas especies. Sus principales argumentos estuvieron fundamentados en numerosos estudios sobre mundo microbiano, área en la que fue una gran experta. La originalidad de su pensamiento, su gran talento y creatividad, y su actitud a veces un poco provocadora, han dado un impulso extraordinario a la biología actual”.

– Usted hace especial hincapié en el carácter androcéntrico de la Paleoantropología y de los estereotipos acerca de los papeles macho/hembra modernos.

“Al igual que muchas otras disciplinas científicas, la Paleoantropología, cuya meta es el estudio de los orígenes de la humanidad, tiene carácter androcéntrico porque tradicionalmente ha tendido a identificar lo masculino como humano en general, dejando a las mujeres en una brumosa periferia. Asimismo, la interpretación de nuestro pasado ha estado impregnada de lo que suele llamarse presentismo, porque ha dado por supuesto que los actuales roles de género (macho dominante/hembra sumisa) existían ya en la prehistoria.

Tengamos en cuenta que hasta los años setenta del siglo XX, los especialistas en evolución humana apenas fueron conscientes de que en sus investigaciones habían pasado por alto las actividades de media humanidad. A partir de aquellas fechas, un importante colectivo del mundo académico, integrado mayoritariamente por mujeres científicas, desencadenó una cascada de nuevos trabajos que dejaron al descubierto lo poco sólidas que habían sido muchas de las reconstrucciones de la vida de los humanos a lo largo del inmenso período de tiempo que corresponde a la prehistoria.

Transcurrida ya más de una década del siglo XXI, el discurso machista todavía sigue estando presente en demasiadas ocasiones, pese a su ya más que demostrada falta de rigor científico. El combate por una visión moderna y no esclerosada de nuestro pasado exige, entre otras actitudes, la máxima voluntad de dar un giro en la percepción del pasado que amplíe y enriquezca el horizonte”.

– “En la Europa de la Ilustración, primaron posturas sexistas y racistas basadas en elementos fisiológicos y anatómicas para reafirmar la supremacía del hombre blanco”, sentencia. El racismo y el sexismo tuvieron un profundo calado en la ciencia. ¿No le parece una anacronía el hecho de que muchos de los científicos que llevaban a cabo la Revolución Científica promulgaran estas ideas tan ancestrales?

“La mayoría de los hombres eruditos de los siglos XVII y XVIII que vivieron los inicios de la ciencia moderna y los albores de la Ilustración compartían la inercia mental de no involucrar a las mujeres en el libre acceso al conocimiento y a las prácticas científicas. A pesar de que se expresaban en nombre de una nueva revolución, salvo raras excepciones, ofrecían argumentos basados en los prejuicios de ideas misóginas. Mentes preclaras para el avance objetivo de las verdades, subjetivamente seguían alimentando esos antiguos modelos del apartheid de los géneros, aunque retóricamente hicieran continuas referencias a la «misión» liberadora para «la humanidad» de una investigación pretendidamente libre de ofuscaciones y tópicos irracionales. De hecho, hoy existen pocas dudas acerca de lo sucedido en los albores de la ciencia moderna con respecto a las mujeres. Como muy bien apunta Pilar Castrillo (2001): «Durante la Revolución Científica no hubo revolución alguna para la mujer ni para la consideración de su papel dentro de la ciencia». Los ropajes que envolvieron aquella revolución estaban tan impregnados de similares resabios y prejuicios como lo estuvieron en los tiempos de Aristóteles y de quienes le sucedieron en la antigüedad o en el Medioevo.

Dicho esto, quiero afirmar que por supuesto que me parece un pensamiento anacrónico que, desgraciadamente, aún en nuestros días algunos -esperemos que cada vez menos- no han conseguido superar”.

Para leer más:

http://doloreshernandezperiodista.com/carolina-martinez-pulido-doctora-en-biologia-de-la-ull/

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