FIRMAS Salvador García

Protestas de dependientes. Por Salvador García Llanos

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Pocas imágenes tan impactantes como las de hace un par de domingos: centenares, miles de discapacitados recorrían las calles de Madrid, desafiando las inclemencias y otras circunstancias inherentes, exteriorizaban su protesta o su disconformidad por las restricciones presupuestarias que también sufrirá la Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de Dependencia. Eran desgarradores algunos testimonios y hasta los vacíos en sillas de ruedas, por imposibilidad física de estar presentes sus usuarios, eran un clamor. Ciertamente, es probable que hasta los más duros e indolentes no pudieran reprimir la emotividad que las imágenes inspiraban.

No era, desde luego, una protesta cualquiera, una más. Era la de quienes, al cabo de cinco seis años, empiezan a verse desprotegidos nuevamente después de haber encontrado una cierta comprensión y dispuesto de algunos soportes para sobrellevar sus condiciones de discapacidad o dependencia. Han sido, si se quiere, tímidos avances sociales, pero también las primeras señales claras de sensibilidad a favor de una humanización en el tratamiento de estas personas que, en sí misma, fuera una respuesta digna en épocas de adelantos tecnológicos.
Las señales se apagan. Las reducciones de gasto público o la imposibilidad de sufragar los compromisos adquiridos condicionan -en buena medida, hasta su desaparición- tales avances plasmados en nuestro país en la popularmente conocida como Ley de Dependencia. El rumbo de las políticas sanitarias señalado por el Partido Popular allí donde gobierna tiene el norte claro de las privatizaciones, más o menos encubiertas, y se empieza a notar (una paciente de la citada manifestación contaba cómo pagaba de su bolsillo las sondas que utilizaba tres veces al día), por mucho que algunos discursos reiteren hasta la extenuación que tales privatizaciones de la sanidad pública no repercuten en la calidad de los servicios que se prestan a los pacientes. Hasta resulta irrelevante que en campaña o programa electoral dijera lo contrario.

Nada se tiene en contra de la sanidad privada pero, tal como evolucionan las cosas, se corren riesgos de que termine convirtiéndose en un negocio, en una mercancía. Y claro, si la puedes pagar, bien. Pero si no, ¿cuáles son las esperanzas o las alternativas? Admitido que el mantenimiento de un sólido sistema público de la dependencia es complicado en época de vacas flacas, tampoco es cuestión de resignarse. De ahí que cada vez resulte más apremiante saber priorizar y gestionar adecuadamente los recursos disponibles. En el fondo, es la clave para diferenciar los modelos de atención sanitaria.

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