FIRMAS Sin categorizar

Esencia de vida. Por Irma Cervino

Quiero compartirlo en redes

Aquella mañana fría cuando se despertó llovía en la calle y también en los ojos de su abuela. Se dejó abrazar pero, rápidamente, se zafó de aquella mujer que le ahogaba queriendo abrigarle de la fría realidad. Como cada domingo, cogió a Lolo, su osito de peluche, y caminó de puntillas hacia la habitación de sus padres sin hacer ruido. Siempre hacía lo mismo pero el ‘fush fush’ de los pañales alertaban a los cuatro ojos que le aguardaban haciéndose los dormidos para luego pretender que se asustaban cuando él les despertaba.

Se detuvo en la puerta nervioso y cogió carrerilla para saltar a la cama. A medio camino, se dio cuenta de que ese día allí no había nadie. La cama estaba vacía y las sábanas, desmayadas sobre el suelo, como si hubiesen recibido una noticia de impacto. El teléfono inalámbrico aun respiraba angustiado sobre la almohada. Marcos recorrió la casa buscando a sus padres; entró en todas las habitaciones pero, en ningún sitio, había señal de ellos. Se asustó y empezó a llorar hasta que la abuela llegó a rescatarle de la angustiosa búsqueda y le contó que habían tenido que salir, que pronto volverían.

A Marcos no le gustó mucho la idea y, mirando con cara de resignación a los ojos mojados de la abuela, agarró a Lolo por las orejas, se dio la vuelta y se marchó al sillón de la sala, a donde escaló para ver la tele. Fue un día raro, gris, triste, lento. No dejó de llover fuera ni dentro de la casa y Emilia, la abuela, se pasó todo el rato hablando por teléfono y recibiendo la visita de gente que hablaba de algo que Marcos no alcanzaba a escuchar.

Todo el mundo la abrazaba y le cogía de las manos para reconfortarla. El niño decidió no separarse de su osito. No entendía de lo que hablaban ni qué estaba pasando, aunque la verdad es que tampoco le importaba mucho. Lo único que quería era que sus padres regresaran ya a casa. A la hora de ir a dormir, fue la abuela quien le dio el beso de buenas noches. No había parado de llover. El sonido de la llave en la cerradura despertó a Emilia que se había quedado traspuesta en el sillón.

Una corriente fría recorrió su cuerpo y, en la oscuridad, presintió a su hija. Encendió la luz de la mesita y se acercó a ella sin hacer mucho ruido para no despertar al niño que dormía ajeno a todo.

– ¿Cómo está Ángel? -le preguntó con temor a escuchar la respuesta.

– Muy mal mamá. No hay nada que hacer. He venido a buscar unos papeles y vuelvo al hospital -dijo con la voz entrecortada mientras se dejaba caer en el sillón y rompía a llorar desconsolada.

La mañana del lunes llegó acompañada de un sol radiante. Marcos se levantó y se dio cuenta de que sus padres aun no estaban. Buscó a su abuela y le hizo un gesto como si preguntara “¿dónde están?” A sus tres años, apenas hablaba todavía.

– Papá y mamá se fueron a trabajar pero pronto estarán aquí -le explicó y, en ese momento, sintió que el corazón se le partía a trozos y cada una de las esquinas se le clavaba en lo que suponía debía ser el alma.

Emilia sabía que Ángel ya no volvería nunca más a casa. De madrugada, recibió la llamada de Aurora para decirle que había muerto. Durante algunas semanas, Marcos siguió preguntando por su padre. “Está de viaje muy lejos”, le repetían.

Con el tiempo, se fue olvidando de él y ya no volvió a preguntar más. La claridad del día le despertó. Abrió los ojos y se dio la vuelta en la cama. Escuchó los pasos de Marcos por el pasillo. Como cada domingo venía a brincar y a jugar un ratito en su cama. Después de dos años, Aurora era capaz de volver a sonreír. Cerró los ojos y sintió como el niño se detenía en la puerta, cogía carrerilla y saltaba a su lado. Lolo ya no le acompañaba en estas expediciones dominicales.

– Vaya, qué susto -fingió la madre.

– Despiértate ya mamá -gritó saltando a su alrededor.

– Vale, vale. Hoy hay que darse prisa porque tenemos que arreglar los armarios. Está empezando a hacer frío y voy a sacar la ropa de invierno -dijo abrazando a su hijo.

– ¿Y yo puedo ayudar?

– Claro. Sola no puedo con todo -bromeó.

Después del desayuno y de recoger un poco las habitaciones, madre e hijo se pusieron manos a la obra. La tarea parecía fácil. A Marcos le encantaba imaginar que se trataba de una misión complicada y que él era un soldado que tenía que cumplir órdenes: “Aguanta estos pantalones, coge esta camisa, alcánzame esa chaqueta…”

Era la primera vez que ayudaba a su madre a realizar un cambio de temporada en el armario. Cada vez que lo hacía, Aurora se daba cuenta de la cantidad de ropa que podía acumularse en solo unos meses. Mientras el niño disfrutaba de aquel momento, ella lo vivía con angustia porque se acordaba del tiempo y de lo rápido que pasaba todo. Era entonces cuando a su mente regresaba aquella fatídica noche en que Ángel salió a cenar con sus compañeros de trabajo, cuando sonó el maldito teléfono y cuando le dijeron que su marido había tenido un accidente con el coche.

Cada vez que pensaba en el tiempo, evocaba el calor de sus abrazos, su risa, sus enfados, sus manías y sus besos. Y, cada vez que lo hacía, no podía evitar llorar. Rebuscó en el bolsillo del pantalón, encontró un pañuelo de papel y se excusó echándole la culpa a la alergia. “Esta ropa lleva demasiado tiempo guardada. Habrá que lavarla”. No mentía, aquello que asfixiaba su corazón era lo más parecido a una alergia al recuerdo.

Después de casi una hora de arreglo de armarios, Aurora anunció que ya habían terminado y que, hasta el verano, el soldado podía descansar. Marcos puso cara de no querer terminar pero decidió no ponerse impertinente con su madre. Cuando ella se marchó al salón, él continuó con el juego. Imaginó que un general que mandaba más que su madre le había encargado seguir con la misión: “Soldado, tiene que revisar todo lo que haya en los armarios”.

El niño inspeccionó de nuevo cada rincón de aquel mueble de madera blanca y confirmó que estaba en orden. De lo que no estaba muy seguro era de cómo estaría el armario de su madre, así que se dirigió hacia su habitación y exploró aquel habitáculo poco conocido. La ropa era diferente. Tendría que comentárselo al general, pensó. Antes de marcharse, echó un vistazo atrás y sus ojos se tropezaron con la mesilla de noche. Vio que allí todavía le quedaba una gaveta por inspeccionar. Utilizando las dos manos, cogió el tirador y logró abrirla. Estaba llena de cosas: Un libro, dos cajas de pastillas, un estuche de gafas y una botellita de cristal.

Marcos miró hacia la puerta de la habitación sabiendo que lo que hacía no estaba bien pero siguió adelante. Cogió el misterioso frasco, lo abrió y un líquido se escapó hasta llegar a su diminuta nariz. Notó una sensación extraña y, sin saber cómo, una palabra salió de su boca: “papá”.

El juego de la misión y el general ya no le importaban. Por primera vez en sus cinco años, sintió su corazón; era como si alguien dentro de él le golpeara el pecho para tratar de salir. Deseó que Lolo estuviera a su lado pero no era capaz de moverse de allí. No quería dejar de oler aquella fragancia que le había hecho recordar a aquel señor del que se había olvidado. El corazón le seguía latiendo agitado pero ahora era también la cabeza la que le decía cosas mientras su nariz seguía absorbiendo aquel perfume.

Cerró los ojos sin querer y trató de darle vida al recuerdo de aquella persona por la que había dejado de preguntar, después de que su madre y su abuela le contaran una, tres y mil veces que se había marchado a un viaje muy largo. Marcos se había olvidado de él cuando ya no lo vio más, cuando dejó de escuchar sus cuentos, cuando dejó de recibir sus abrazos y besos de buenas noches y cuando dejó de oler ese perfume que cada mañana se quedaba en su cara cuando venía a darle los buenos días antes de marcharse a trabajar.

Ese frasco mágico, escondido en la gaveta de su madre, había conseguido que su padre regresara del largo viaje. Inmensamente feliz y con el corazón golpeteando su pecho tratando de escapar, el niño corrió por el pasillo y fue en busca de su madre.

– Mamá, mamá. Encontré a papá. Está aquí -y le entregó el frasco de colonia.

Aurora se echó a llorar y abrazó a su hijo.

– No se ha ido, mamá. Está aquí dentro.

 

Añade un comentario

Clic aquí para publicar un comentario

Publicidad

Consejería Bienestar Social

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

La Gente del Medio

Página Web Corporativa

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Programa de radio

Objetivo La Luna (Programa Radio)

Publicidad

EBFNoticias en:

EBFNoticias en:

EBFNoticias en:

Compras

El Mundo que conocimos (Radio)

Donaccion (Programa de Televisión)

Sentir Canario Radio

Webserie Laguneros (Youtube)

Webserie Laguneros Emprendedores

Prensa Digital

Publicidad

noviembre 2012
L M X J V S D
 1234
567891011
12131415161718
19202122232425
2627282930  

Homenaje al Grupo XDC

Publicidad