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¿En el espacio nadie escucha tus bostezos? Por Eduardo García Rojas

Quiero compartirlo en redes

La primera vez que vi Alien, el octavo pasajero, fue en un palacio que se llamaba Cine Víctor si la memoria no me falla rodeado de un grupo de amigos entusiastas por el fantástico que ya habían juzgado la película –mucho antes de verla– como un clásico moderno de la ciencia ficción.

Un amigo en concreto, un tipo inquieto y con ligero parecido a Ron Jeremy, el astro fiqui del cine porno, fue el primero en vendernos las bondades y hallazgos de una cinta mucho tiempo antes de que se estrenara en las salas de esta isla abandonada de las manos de los dioses.

Incluso llevó al colegio para reafirmar su autoridad en el asunto el costoso volumen para la época que editó la revista Tótem dedicado íntegramente al filme de Ridley Scott. Más tarde, incluso, adquiriría álbumes donde se mostraba el trabajo de H. R. Giger, el padre de la criatura de cabeza con forma de plátano y que hizo realidad el diseñador italiano Carlo Rambaldi, recientemente fallecido y responsable también de E.T., el extraterrestre a quien los hermanos Calatrava rindieron una parodia en ese clásico del cine de cuyo nombre no quiero acordarme que es El Ete y el Oto.

Con esto quiero decir que cuando vimos Alien, el octavo pasajero todos estábamos condicionados a que íbamos a ver algo así como 2001: Una odisea espacial, solo que más entretenida. Con mucha más acción y menos discurso profundo sobre el dichoso milagro de la existencia.

Debo de escribir, sin embargo, que Alien, el octavo pasajero no respondió a mis expectativas. Que esperaba mucho más de la película pese a que aún conservo escenas congeladas en algún rincón del disco duro de la memoria como es la del bicho saliendo del vientre del actor John Hurt o la del androide que hacía Ian Holm relatándoles a los miembros de la tripulación Nostromo los pérfidos planes de sus jefes.

Allá, en el lejano y ultracapitalista planeta Tierra.

El Alien aparecía poco, pero sí que provocaba cierta inquietud saber que aquella especie de cucaracha gigante caminaba como Dios por su casa por la nave mientras iba exterminando uno a uno a los protagonistas de la cinta salvo a Sigourney Weaver, que hacía de valerosa amazona.

¡¡¡Teniente Ellen Ripley, presente!!!

Al finalizar la película se produjo más o menos el siguiente diálogo entre los amigos:

– Habrá segunda parte.– ladraba entusiasmado el colega con ligero parecido a Ron Jeremy– Está claro que el Alien se encuentra dentro del cuerpo del gato.

– Pero, pero ¿cómo es el bicho porque yo no lo he visto….?- Comentaba otro.

– Tiene doble mandíbula y su sangre es como ácido y…

– Pero, pero ¿cómo es el bicho?- insistía ese mismo otro…

– A mi me caía bien el robot.- comentaba el más triste de todos nosotros para poner fin a la discusión.

– Era un androide.- corregía rápidamente el amigo con ligero parecido a Ron Jeremy mientras nos dirigíamos a tomar un perrito caliente.

Lamento escribir que la historia no le dio la razón a mi amigo con pinta de Ron Jeremy.

De hecho, Aliens, la continuación, presentaba a una brigada de marines especiales y espaciales que se enfrenta contra todo un ejército de bichos en la que, a mi juicio, continúa siendo la mejor película de las cuatro que se han rodado hasta la fecha sobre tan depredadoras criaturas.

Mis razones tengo para escribirlo.

Sobre todo porque quise ver en el Aliens de James Cameron un producto que sentó las bases por las que ha degenerado en los últimos años ese cine que llaman de acción.

Solo que sin la gracia ni la mala hostia y sobre todo el espíritu rancio y militarista con el que supo disfrazarla el tipo que más tarde me hizo recuperar la tragedia del Titanic y sentirme un estúpido dibujo animado en tres dimensiones con Avatar.

También, la de descubrir con Terminator 2: El juicio final que el océano de los súper héroes de tebeos podía llevarse a la pantalla grande con toda su imbécil credibilidad como en la actualidad lo demuestran todas esas películas protagonizadas por mutantes empeñados en salir del armario o adolescentes con picores arácnidos.

Las otras dos secuelas que continuaron explotando el fenómeno Alienson curiosidades para aficionados en las que se explota el espíritu de una película que como Alien, el octavo pasajero, fue algo así como un clásico moderno del cine de ciencia ficción.

O la puesta de largo de un género que hasta ese momento no había salido de una despistada adolescencia y que ahora, por fin, se atrevía a cruzar el umbral que lo separaba del ecosistema adulto.

2001: Una odisea del espacio fue una excentricidad de Stanley Kubrick, quien más tarde se reconcilió con aquella pibada que reclamaba la película de ciencia ficción definitiva con su La naranja mecánica. Pero ésta, más que de ciencia ficción,  fue otra cosa. Como otra cosa fue El planeta de los simios o Cuando el destino nos alcance

… Filmes que pertenecen a otro planeta o a otra dimensión. Dos joyas que aún resplandecen y que merecen algo así como veinte premios Nobel.

Todo esto viene a colación de la supuesta quinta entrega de Alien.

Prometheus –así, con h intercalada– que dirige ese esteta llamado Ridley Scott.

Se trata de una película que aún no he visto pero de la que me llegan noticias a través de quienes sí la han visto radicalmente contrarias a las que me acribillaron cuando en el cine Víctor acudí al estreno deAlien, el octavo pasajero.

Un amigo cachondo que no tiene nada que ver con el que tiene ligero parecido a Ron Jeremy escribe en FacebookEn el espacio nadie puede oír tus bostezos.

Otro, escritor, parece que se lleva las manos a la cabeza tras verla… Su correo no tiene desperdicio para recomendar a quien ahora mismo está escribiendo estas líneas que no cometa el error de ir a verla.

No añade que no me gaste el dinero de la entrada por hacer que la vea…

Tampoco me recomienda que la baje de Internet.

Solo me advierte, resumiendo, que es una fuerte mierda.

Lo de fuerte mierda es una reflexión particular porque mi amigo escritor viene a decir lo mismo pero con otras palabras. Mucho más bonitas y mucho más elaboradas.

No sé si iré a ver Prometheus. Aunque es probable que lo haga porque es la única ocasión en la que puedo ir al cine con uno de esos amigos que parece que no existen salvo en las novelas.

El problema, como le insisto últimamente a ese mismo amigo, es que todas las películas que hemos ido a ver juntos en los últimos tiempos –todas ellas de ciencia ficción– son, vuelvo con el exabrupto, una puta mierda.

Aunque siempre es una buena ocasión, antes de entrar a ver la mierday después de salir de verla, de ponernos a hablar de nuestras cosas.

Y contar con alguien a quien le puedes abrir el corazón en estos días de colosal desmoronamiento es como un milagro. O como estar frente a un Alien sin apetito.

Ya se lo comenté la semana pasada, donde tuve que frustrar nuestra asistencia al cine por un problema familiar que no viene al caso: “Amigos y enemigos coinciden con Prometheus: es una mierda.”

-A mi me han dicho lo mismo, pero ya estamos acostumbrados ¿no?

Imposible rebatir una verdad vestida con tanta guasa.

El problema es que, condicionado como estoy a ver una mierda, empiezo a pensar sí realmente merece la pena ir a Prometheus. Tengo la sensación de que es como jugar con un político. Sabes que vas a perder pero no dudas en votar cada cuatro años para que te siga tomando el pelo.

Esto me hace pensar en lo que podría ser una de Alien si la dirigiera el cineasta con más solvencia y conciencia radical que aún sobrevive en las colinas de Hollywood.

Un tipo, John Carpenter, que con apenas cuatro dólares es capaz de contarte una invasión extraterrestre que todos los indignados del mundo deberían de revisar en su filmoteca de cabecera.

Se titula Están vivos (1988).

Y en ella los etes están entre nosotros.

De hecho, cuenta la cinta, son los etes y no los otos (nosotros) los que dominan el mundo.

Te pones unas gafas de sol y ves en blanco y negro la penosa realidad en la que estamos inmersos.

Pero ya nada es como antes.

Prometheus

Me pregunto qué pensará mi amigo con ligero parecido a Ron Jeremy de la última de Ridley Scott.

Será cuestión de llamarlo.

Claro que ¿no se habrá muerto?

Saludos, iré, no iré a verla, desde este lado del ordenador.

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