FIRMAS Salvador García

El calvario de la crisis. Por Salvador García

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Señala un contertulio televisivo habitual que no apreció gran entusiasmo en las concentraciones de protesta del pasado jueves. Igual esperaba un tono de protesta o rechazo más elevado o más proclive al enfrentamiento abierto; pero ahí está el civismo de quienes quisieron decir al Gobierno, alto y claro, hasta aquí han llegado. Salvo incidentes de escasa/regular importancia que siempre ocurren en este tipo de convocatorias, la gente, miles de personas, han marchado y han exteriorizado su malestar, demostrando no tener apetitos violentos ni agresivos. Teniendo en cuenta la dimensión de la protesta, mejor puede hablarse de madurez y de racionalidad.

Aquí, hay que tener en cuenta, además, que han sido los propios colectivos de funcionarios, los estudiantes, los desempleados quienes promovieron y se fueron sumando al llamamiento. Las centrales sindicales, también, pero con menos aparato. Empiezan a ser conscientes de que ese afán de criminalizar a sus dirigentes es un factor a tener en cuenta. Pero a pesar de que buena parte del derechío mediático está haciendo el ridículo y ya no sabe por dónde tirar para justificar la escalada gubernamental de reajustes y restricciones, el desgaste y la pérdida de credibilidad inducen una cautela ‘intersindical’ que no es mala, no. Al contrario, conscientes de que veteranos dirigentes no se van a arrugar ante un acoso y derribo como muy pocas veces se ha visto en una convivencia democrática, viene bien a los sindicalistas pulsar desde dentro estas reacciones para estudiar detenidamente su papel futuro y su propia acción. Sobre todo, pensando en el otoño caliente que se avecina -¿estaremos intervenidos para entonces?- y en la nueva huelga general que se barrunta.

Nadie quiere una tragedia como la griega, con aquellas imágenes tan crudas, con aquellos incendios, las cargas policiales y los suicidios en plena vía pública. Los manifestantes, el jueves pasado, aspiran a que el Gobierno ofrezca alternativas y no prosiga con sus anuncios catastrofistas en sede parlamentaria y ocultando información de lo que deciden ejecutivos extranjeros. Frente a esa subjetiva carencia de entusiasmo, pudo palparse el malestar de una población que fue masivamente engañada y que no quiere que se la siga esquilmando porque sus niveles de resistencia ya están, en muchos casos, bajo mínimos.

Las concentraciones, en Madrid, en todas las ciudades donde se desarrollaron, en  las dos capitales canarias, han sido un punto de inflexión en la crisis. Lo sabe el Gobierno, aislado políticamente, agobiado socialmente, y mucho más cuando comunidades autónomas que tienen el mismo signo político ya hablan de rescate sin reservas. Sus medidas, sus apelaciones al sacrificio y al esfuerzo, no están sirviendo para nada, son inútiles. Es lo peor de todo.

La crisis ya es un calvario para casi todos. Quienes presumían de grandes gestores y alardeaban de “levantadores de peso” protagonizan, en veloz y desenfrenada carrera, un fiasco monumental acompañado de un descrédito exterior muy preocupante.

Al menos, que las respuestas de los afectados y de los defraudados, de deudos y deudores, estén caracterizadas por la madurez y el civismo.

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