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¿A qué esperan?… ‘Hola fondo sur’. Por Eduardo García Rojas

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Hay que aprender a partir, Tirzo, hay que aprender a partir, es la única forma de volver.”

 (Hola fondo sur, Daniel Ortiz Peñate)

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Tengo el libro justo a mi lado, mientras escribo estas líneas. Hace apenas tres horas que lo terminé y todavía siento una extraña fascinación mezclada con sorpresa viajando por mi cabeza. He acariciado en las páginas de este volumen algo conmovedoramente intangible. También un profundo amor y respeto por la literatura. Por una vez el ego del autor se disuelve en una historia intrincada que, como toda buena novela de iniciación, muestra como su personaje va dejando atrás en el camino miedos para encontrarse así mismo.

Libro, ya digo, fascinante. Y no por sus ambiciones, y no por su en ocasiones tramposo barroquismo, sino porque se intuye está escrito desde el corazón. Un sin pudor que desnuda el alma, y el alma cómo no del lector que lo devora, con una insólita capacidad de atracción. De enganche, de dejar apartada otras lecturas porque demonios lo que estás digiriendo tiene sustancia.

Concluyo así que Hola fondo sur (colección Dando pata, Editorial Baile del Sol) se trata probablemente de uno de los mejores libros escritos por un autor de aquí (¿por qué diablos destaco que ha nacido aquí y no hago lo mismo cuando el firmante fue parido en Beirut? ¿No será un enfermizo síntoma de ombliguismo cultural?) de cuantos he leído en lo que vamos de año.

Muchas son las razones para que haga una afirmación que no quiere ser gratuita sino rendir justicia a las sensaciones que me ha provocado su lectura. A la inmersión que ha supuesto para mis ideas meterme en una historia que solo busca la reconciliación. Aventura que el protagonista del libro, Andy Tirzo, emprende a través de un largo periplo por la geografía accidentada de Sudamérica.

Se trata por lo tanto de un viaje que como cualquier viaje que se precie significa una búsqueda de sí mismo. Una odisea en la que Tirzo, abandonado por su particular Penélope italiana, se deja arrastrar por la marea mientras va cazando experiencias y conociendo a personas que se transforman, algunas de ellas, en individuos peculiares, guías que le señalan un camino que solo intuye en la maraña confusa y vacía en la que ha terminado por convertir su vida.

Estructurada en tres partes: El alma de todo lo que queda atrás, Gambeta y La senda del Ayahuasca, Hola fondo sur son tres grandes historias en una sola gran historia.

EL ALMA DE TODO LO QUE QUEDA ATRÁS

“Solo una vez había tenido agallas de delatar a alguien, al hijo de puta de mi jefe en Guatemala, uno de esos cenutrios castellanos que había prosperado en las américas vendiendo cables eléctricos ajenos en el mercado negro.”

La primera, briosa por su mirada subjetiva, es como leer una personal adaptación de El camino de Jack Kerouac pero por la geografía latinoamericana. Un relato que destaca por su potentísima prosa y por su notable capacidad para atrapar la atención de un lector que consume sus páginas –más de trescientas– sin apenas darse cuenta.

El alma de todo lo que queda atrás rezuma en una novela que sabe a literatura de verdad.

Hay sueños rotos, aroma de perdedor que pasa el tiempo mientras vaga por tierra no tan extrañas, acompañado por el humo de cigarrillos, vino envasado en cartón, garitos que cortan el hipo y guaguas atestadas de gente que lo conducen por senderos que concluyen, nada más iniciar el relato, a La Higuerita, Bolivia, donde el protagonista  rinde pleitesía a un dios que sabe con pies barro y que una vez respondió al nombre de Ernesto Guevara de la Serna aunque hoy continúe siendo más conocido como Che.

El mapa de Hola fondo sur es amplísimo. La expedición sigue una ruta que no es fija. Tan poco fija como la cabeza de su protagonista que huye de un desamor y busca no una sino muchas respuestas. Viaja kilómetros, deteniéndose en su peculiar ruta existencial en algunos lugares que describe con inocente emoción. Topándose con hombres y mujeres a los que no quiere juzgar, algunos de ellos también vagabundos que buscan su Dharma personal.

Mientras recorre un continente en el que peso de la vida aún palpita con insólito rugido, Andy Tirzo lee y escucha música. Música y lecturas que coinciden con algunas de mis lecturas y de mis músicas mientras observa como desaparecen paisajes que se transforman en nuevos paisajes…

Hola fondo sur es un libro notable, no redondo, vale, pero notable, en el que su autor no se demora en interpretar las geografías en las que su protagonista recala como una mota de polvo.

Daniel Ortiz Peñate escribe desde dentro, sin imposturas. A veces con una soterrada desesperación que desarma. Engrandece el relato con la descripción en pocos trazos, casi impresionista, de una serie de personajes secundarios que saben a verdad. Una verdad quizá alterada por la leyenda pero que aún así da color a esta experiencia profundamente individual y en ocasiones incluso de un comprensible egoísmo.

Ésta, y no otra, es la aventura de un mochilero desaliñado, de carácter inestable, sin patria e igual de asmático que el mítico guerrillero, que recorre las tierras de América no porque éstas reclamen el concurso de sus modestos esfuerzos sino por pura y obsesiva necesidad vital. De encontrarse a sí mismo.

Y esta necesidad es la que late con más intensidad en la que, a mi juicio, es la parte más redonda de Hola fondo sur. Y la que de alguna manera sintoniza con la mejor literatura de viajes y aventuras.

Un relato intenso, que engancha porque el lector lo vive y en el que su autor sabe inocular en dosis pequeñas pero certeras una serie de apuntes críticos feroces que esconde bajo una mirada irónica y socarrona.

Pongo a modo de ejemplo como desmitifica el trabajo de otro ilustre mochilero: Bruce Chatwin en La Patagonia. Eso al menos pone en boca de un residente de ese remoto lugar del planeta cuando viene a decir que Chatwin solo supo hablar de los ingleses que viven en ese lado del mundo olvidándose de sus habitantes originales.

GAMBETA

“- ¿Por qué no te quedás acá a vivir?, te quedás en mi departamento.

¿Y si era Buenos Aires el “lugar” del que hablaba Óscar o el “entendimiento” del que hablaba Enzo? No. Prefería añorar aquello toda la vida en vez de descubrirse en un error de cálculo a los pocos meses. Me voy, se dijo. Mañana.”

La segunda parte de la novela, Gambeta, podría entenderse como un alto en el camino. El capítulo describe la estancia del protagonista en Buenos Aires aunque ahora Tirzo ya no es el protagonista principal sino un miembro más de una galería de personajes que ama y vive en la capital Argentina.

A mi entender le falta la aplastante sinceridad de El alma de todo lo que queda atrás y la obra, al escorarse sin terminar por hundirse hacia ese lado, peca de confusa.

Tiene humor, no obstante, pero el hilo termina convirtiéndose en madeja al mezclar a un espía del Mossad harto de servir a un país enfermo de paranoia, una taxista paraguaya y su díscolo hijo, entre otros.

Con todo, este fragmento se lee también con avidez y contiene momentos de una conmovedora belleza aunque carece de la dimensión existencial de la primera parte.

LA SENDA DEL AYAHUASCA

“-Amigo Tirzo –dijo pasando su brazo por mi hombro–, ese miserable me conoce como a un hermano. Lleva algo de razón. La jefa espera en casa y ya es casi medianoche. Recuerda que la invitación sigue en pie para cuando vuelvas de la selva. Fernando sabe donde encontrarme. Esto es chiquito. Pásela bien, amigo.

– Sin falta. Y gracias por los tragos.

Salió del bar, desapareció entre juerguistas y mosquitos. Jamás volví a verlo. Me sentí vacío con aquella borrachera plomiza que me llevó directo a la pensión.”

El itinerario de Rizo concluye en La senda del Ayahuasca, donde el personaje, en el corazón de la selva del Amazonas, concluirá el rito de su aventura tomando el alucinógeno.

Es el capítulo más breve de esta formidable novela y también el que de alguna manera justifica esta misma novela.

No termina, sin embargo, de gustarme. Da la sensación que lo escribió a modo de epílogo… Enganchado como estaba exigía más que ese final en el que aprecio el tam tam de Carlos Castaneda y sus ya celebérrimas enseñanzas de don Juan.

Tiene, pese a todo, gancho la experiencia de la toma. Casi como si se trata de una comunión pagana en la que la hostia cristiana adquiere la forma de brebaje que abre las puertas de la percepción.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Han pasado tres horas desde que terminé Hola fondo sur y todavía estoy triste.

Triste porque he leído un relato que a lo largo de estos últimos días me ha acompañado como un buen amigo.

En ningún momento he sentido molesta indiferencia. Tedio, aburrimiento.

En ningún momento me he cabreado con el autor precisamente por escribir un libro en el que era necesario que se notara que había un autor.

Daniel Ortiz Peñate ha logrado que me metiera en su historia.

Y al meterme en ella, que me evadiera de la siniestra realidad que se teje a mi alrededor.

De ahí mi agradecimiento.

También mi desconcierto.

Saludos, ¿a qué esperan?, desde este lado del ordenador.

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