Cuando la vida te sitúa en una encrucijada, en un laberinto sin salida, hay quienes deciden luchar, quienes buscan con ahínco la llave de la puerta y quienes no tienen medios para manejar tanta adversidad y deciden abandonar. Anoche supe que una amiga, no íntima pero si amiga de una época importante, , se rindió hace unos días y decidió poner fin a su vida. Sabíamos (unos más que otros) de su mala salud, de afectos no correspondidos, de la decepción, de una mala economía y en definitiva, de una vida negra. Recuerdo su última conversacion telefónica hace unos meses en la que hablamos de mil cosas, mil decepciones. Creo que todas ellas, poco a poco, le llevaron a la nada. Especialmente por parte de quien pregonó su amistad y fue una de las primeras que la abandonó. Siempre digo que a cada cochino le llega su San Martín así que, atentos, que se recoge lo que se siembra. La y los que hoy dice estar tan afectada/os fueron quienes más daño le hicieron.
No menciono a la fallecida por respeto a su familia y a ella misma. No mencionaré tampoco a quienes le abrieron la puerta del balcón y se burlaban de su estado de permanente tristeza. No vale la pena. Si diré que no me duele su muerte; me duele su dolor pasado, su soledad, su desespero porque el ir y venir de la vida no me dejó tiempo para interesesarme por su vida. Ayer hablé con su amigo del alma, quien la atendía en la medida de lo posible y la conversación acabó con un clarificador “la vida se le vino encima…”.
Descansa en paz.
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