Manuel E. Díaz Noda.-
Uno de los gags más aplaudidos de la “American Pie” original era aquel momento en el que el inexperto Jim está a punto de perder la virginidad con la estudiante de intercambio Nadia y su aventura sexual es compartida via webcam con todos los compañeros del instituto. Aquella secuencia ya marcaba la creciente importancia de los nuevos formatos audiovisuales en las nuevas generaciones. Ahora, se acaba de estrenar en nuestras pantallas “Project X”, donde tres adolescentes montan la fiesta más desmadrada de la historia y lo graban todo con su cámara digital, además de otros puntos de vista, como los móviles de los invitados o cámaras de seguridad (incluso las instaladas en el fondo de la piscina). Lo que en 1999 era un hecho insólito y novedoso, ahora, 13 años más tarde, no sólo está plenamente asentado en la sociedad, sino que además determina nuestra relación con la realidad, imponiendo la necesidad de registrar todo lo que nos rodea, hasta lo más insulso, para que realmente podamos decir que ha sucedido. Si no queda grabado no ha existido, ni siquiera para aquellos que lo han experimentado de primera mano.
“Project X”, la película, es un extraño experimento que abandona lo que habitualmente conocemos como cine y, en lo que supone una perspectiva aterradora, tal vez nos previene sobre lo que está por venir. Olvídense de cualquier aspiración narrativa o argumental, del desarrollo de personajes, incluso de cualquier tipo de planificación o puesta en escena. Eso aquí se convierte en algo trivial, caduco, una concesión banal de cara a una vetusta galería. Sí, hay tres personajes (quienes además mantienen los mismos nombres de los actores que los interpretan: Thomas, Costa y J.B.); sí, hay un propósito (ganarse el respeto de sus compañeros de institutos montando una fiesta épica); sí, hay un leve (levísimo) trasfondo emocional (la relación platónica entre Thomas y su amiga de la infancia Kirby). Esto queda salvajemente arrinconado por imágenes y más imágenes de adolescentes en celo, borrachos y drogados, danzando al son de hip hop. Los creadores de la película reunieron a más de 200 extras en el plató, montaron las condiciones para la fiesta y les dieron a los participantes móviles para que registraran el alborozo general. De las horas y horas de metraje digital obtenido se urdió el 70% de la película, dejando un mínimo apartado para esbozar la excusa argumental y así poder vender el conjunto como una película. En otras palabras, los planos de recurso se han comido por completo a la fotografía principal. En este sentido sí hay que reconocer una notable labor de montaje con el fin de darle empaque y un mínimo de coherencia a todo ese caos de material. Pero, ¿es realmente el resultado una película? Particularmente (y a riesgo de sonar más viejuno que la Blasa) opino que no. “Project X” tiene el mismo (o incluso menos) peso narrativo que cualquier reality al uso ofrecido por la MTV o las múltiples webs de temática college party de internet.
Evidentemente, es aquí donde viene la trampa de este producto. Se trata de una cinta pensada para un público concreto, aquel que comparte generación con los protagonistas. El público entre 16 y 20 años (o algún Pete Gardner de la sala, que de todo hay) podrá disfrutar plenamente de la película y, quizás, conectar con alguno de los personajes. Los que hemos superado esa franja de edad, mayoritariamente nos sentiremos desplazados de la acción. Yo, personalmente, salí de la sala pensado que lo que había visto era una soberana memez, pero también soy consciente de que mi opinión aquí no es relevante. No soy el tipo de público que buscaban los creadores. Si no me gustó es culpa mía por haberme metido en la película equivocada.
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