FIRMAS

Al cobijo del verdugo. Por Ángeles Riobo

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No voy a hablar de la nueva acepción del vocablo nominalismo, que escuché esta semana en boca de nuestro querido presidente de la banca de España, perdón, del Gobierno de España, Mariano Rajoy. El presi, hizo referencia al sustantivo en cuestión cuando le preguntaron por el RESCATE a la banca española por parte de la Unión Europea, tal vez sin saber que Nominalismo es una corriente filosófica que se opone al Universalismo… En fin… No. En este blog no hablaré ni de política, ni de economía, ni mucho menos de ‘nimios’ matices semánticos del tipo rescate-recapitalización-inyección-crédito… Hoy, queridos lectores y lectoras, hablaré de mi perra. Dejaré el tema del rescate para cuando me pueda reír de él, que espero sea pronto.

Mi novio detesta a los perros en general y a mi perra, Luna, en particular. No le gustan ni su olor, ni sus pelos, ni su presencia. Tampoco que le salude, le ladre o le bese. Porque los perros besan, sí. Son esos pequeños lametones que, por lo general, suelen dar en la cara como muestra de cariño… Pues eso, él no lo soporta.

Cada vez que mi perra le roza con su hocico va automáticamente a lavarse la zona. Si le roza la camisa se la cambia y si, por algún casual, ella logra subirse a la cama, él, sencillamente,  cambia las sábanas.

Luna tiene dos años y medio y pesa unos cuarenta kilos. El problema principal es que, por su comportamiento, parece que tiene dos meses y medio, a lo que hay que sumar que ella cree que pesa unos cuatro kilos. Por eso, se sigue escondiendo bajo la mesa baja del salón cuando oye algún ruido extraño, a modo de búnker. Sólo le cabe la cabeza y las patas delanteras, y su lomo y su trasero quedan totalmente por fuera. El mismo comportamiento adquiere cuando la regaño. Mete el rabo entre las piernas e intenta esconderse bajo la mesa. Si tiene la suerte de que estamos en la cocina, se esconde con mayor efectividad bajo una mesa más alta.

Tras un arduo entrenamiento de meses consistente en no mover ni una pestaña mientras ladraba durante 15 minutos seguidos, cada mañana cuando desayunaba, Luna ya no me pide comida. Lo único que hace es sentarse frente a mí, y emitir muy de vez en cuando una mezcla de alarido y gimoteo, supongo que para ver si cae algo, pero nada, yo, ni caso.

Sin embargo, cuando mi pareja come cambia la cosa. La ‘pequeña’  Luna se sienta a su lado y a menudo osa apoyar su hocico en sus piernas, con el fin de que le dé algo. (Supongo que ya se pueden hace  una idea de lo que eso supone para mi querido y escrupuloso novio…). Entonces yo la regaño con el fin de que no vuelva a repetir ese tipo de comportamientos perrunos. Y ella se protege de mí, no bajo la mesa, sino bajo las piernas de mi novio, su verdugo… si ella supiera…

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