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Ray Bradbury por fin pisa las arenas de Marte. Por Eduardo García Rojas

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Hace mucho tiempo, en una galaxia muy cercana… Me acompañó cuando comenzaba a iniciarme en la literatura.

De hecho, fue uno de los primeros escritores, junto a Robert Louis Stevenson, que me adentró en el fascinante mundo de la literatura.

Más tarde, y en plena y complicada adolescencia, llegarían Lovecraft, Sender, Conrad, Maupassant y otros tantos y tantas que han contribuido a que mi tránsito por la vida a veces me resulte tan atractivo cuando pierdo el tiempo metido de cabeza en un libro.

Es verdad que con la edad fui dejando las novelas y antologías de Bradbury, pero episódicamente solía leer cualquier cosa que encontrara del escritor que en sus novelas más recientes, y también autobiográficas como Cementerio para lunáticos y Sombras verdes, ballena blanca, descubría con gozosa e inquieta sorpresa que la edad del narrador de sus historias era la misma que tenía yo cuando los asimilaba como quien asimila cualquier confesión –por improcedente que sea– de un buen amigo.

De un amigo leal. De esos que sabes que nunca te van a dejar tirado en la cuneta.

Bradbury, a quien muchos ya seguíamos cuando llegó a nuestro lado, fue tomado realmente en serio por aficionados que rechazaban y rechazan los pobrecitos la literatura popular cuando ediciones Minotauro antes de ser devorada por el grupo Planeta publicó sus Crónicas marcianas con prólogo de Jorge Luis Borges.

El autor de Historia universal de la infamia escribe: “Otros autores estampan una fecha venidera y no les creemos, porque sabemos que se trata de una convención literaria; Bradbury escribe 2004 y sentimos la gravitación, la fatiga, la vasta y vaga acumulación del pasado –el dark hakward and abysm of Time del verso de Shakespeare–. Ya el Renacimiento observó, por boca de Giordano Bruno y de Bacon, que los verdaderos antiguos somos nosotros y no los hombres del Génesis o de Homero.”

Con todo, sin embargo, Bradbury nunca fue un escritor al que el aficionado a la ciencia ficción dura –es decir, el que busca más ciencia que ficción en este tipo de relatos– reivindicara con demasiado entusiasmo. Un experto llegó incluso a decirme en una ocasión que le parecía demasiado narrativo y poético… Más un fabulador que un escritor preocupado por la anticipación.

No le critico, es más, creo que en cierto sentido tenía razón.

Bradbury más que un escritor de ciencia ficción fue un escritor de fantasía. Un fabulador, efectivamente, de mundos donde la magia y la realidad se mezclaban sin chirridos extravagantes.

Un soñador que, a mi juicio, se crecía en el difícil arte del relato corto…

Muchos de cuyos cuentos contribuyeron a formar parte de ese barniz humanista que todavía debo de conservar…

Hay una antología por la que siento especial debilidad: El país de octubre, donde se reúnen quince de las mejores historias que publicó antes de que cumpliera los veintiséis años.

Si leen estos cuentos y continúan leyendo otras historias de Bradbury comprobarán que el escritor siempre escribió sobre lo mismo: el asombro. Un asombro teñido de ternura adolescente en el que lo mismo narraba como unos niños encerraban en un armario a un compañero el único día en el que podía lucir el sol en el planeta Venus como el diálogo que mantienen dos astronautas que flotan a la deriva en el espacio mientras se acercan al planeta azul…

… En estos y en otros de sus relatos, apenas unas pocas páginas redactadas con aplastante y poética sencillez, se condensan historias y sentimientos que taladraban y taladran el corazón de un lector que, como quien ahora les escribe, descubrió a Bradbury en esa etapa de la vida donde el mundo y las circunstancias se confabulan para que te hagas mayor.

Pienso así que el mejor cumplido que le puedo hacer al escritor –fallecido a la edad de 91 años– es que no quiso crecer.

“- ¡Eres la cosa más ridículamente estúpida que haya visto en mi vida! –exclamó– ¿Quieres que acaben matándote? ¿Qué te pasa? ¿Nunca aprendiste a conducir un coche? ¿Qué es esa bicicleta? ¿Es el primer trabajo que haces en el cine? ¿Cómo puede ser que escribas una porquería semejante? ¡Por qué no lees a Thomas Mann, a Goethe!

– Thomas Mann y Goethe –dije con tranquilidad– no habrían podido escribir un buen guión de cine en sus vidas. Muerte en Venecia, seguro. Fausto, ya lo creo. Pero ¿un buen guión? ¿O un cuento como uno de los míos, en los que hay gente que aterriza en la luna y es creíble? Eso sí que no. (Cementerio para lunáticos).

En Sombras verdes, ballena blanca, Bradbury recuerda su experiencia, precisamente como guionista, en Moby Dick junto al cineasta John Huston.

¿Quién es la ballena blanca?

No me falten y lean esta deliciosa y fordiana novela.

Ray Bradbury escribió otros títulos.

Recuerdo con especial placer El hombre ilustrado, un libro de relatos que narra a partir de los tatuajes que lleva un extraño dibujado en su cuerpo, así como Fahrenheit 451, un alegato en favor de los libros y la memoria que encierran los libros –y novela que inicia con una cita de Juan Ramón Jiménez: “Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado”– que fue llevada al cine con incómoda frialdad por Truffaut.

Hay más Bradbury, afortunadamente, un autor relativamente bien traducido al español y a quien incluso el cineasta José Luis Garci le dedicó un libro que hoy es pieza culto entre los bradubiranos de pro entre los que me encuentro. Es más, si uno vuelve a ver aquellos inquietantes mediometrajes que son La cabina y La Gioconda está triste, dirigidas por Antonio Mercero y escritas por Garci, observarán el sello Bradbury en dos telefilmes que hicieron historia en un país que siempre presumió de atolondrado y golfo realismo.

Dicen que Ray Bradbury ha muerto…

Y yo me pregunto ¿qué sabrán ellos?

Lamento, en todo caso, el golpe que habrá supuesto para su amigo Ray Harryhausen, que es otro gigantesco ilusionista que se negó a crecer.

Yo, mientras tanto, tomo a cucharadas su Remedio para melancólicos, escancio El vino de estío y busco Las doradas manzanas del sol y Las máquinas de la alegría.

NOTA: La película Moby Dick como la serie de telesión Crónicas marcianas, basada en el libro de Bradbury, se rodaron en paisajes de unas islas abandonadas por las manos de los dioses llamadas Canarias.

Saludos, nos veremos un día de estos en las rojas arenas de Marte, desde este lado del ordenador.

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