Decíamos en la entrega anterior que había otros aspectos relacionados con el complejo turístico “Costa Martiánez” merecedores de análisis y reflexión. Descrita la situación de las cooperativas de trabajadores y dado que se suceden las informaciones periodísticas sobre el futuro inmediato de las instalaciones, se hace necesario incidir en el modelo de gestión de las mismas.
César Manrique concibió el complejo como un lugar en el que, por un lado, el pueblo pudiera disfrutar sin coste de acceso (téngase en cuenta que no faltaron interpretaciones en el sentido de que la playa natural le había sido arrebatada al pueblo; y por otro, que se ofreciera un servicio diferente y de calidad al turista. De hecho, se quería proporcionar al municipio –particularmente para su oferta turística- de una infraestructura de primer orden en la que el servicio al cliente era lo más importante, con una dotación humana y técnica no conocida hasta entonces. Por ejemplo, vehículos eléctricos para llevarle al cliente las colchonetas y parasoles, así como cualquier tipo de comida o bebida, mesas plásticas entre las tumbonas para las consumiciones, personal dedicado al cuidado de los niños (guardería) para el mejor descanso de sus padres, atención fácil y directa.
En principio, no estaba ideado como una fuente de ingresos sino como un atractivo turístico que elevara la categoría del destino Puerto de la Cruz. Pero con el paso del tiempo se comprobó que tal fuente era primordial para las arcas municipales. Luego, era necesario esmerarse para la sostenibilidad de las instalaciones. El complejo, el Lago, para resumir, era un espacio único, apto para espectaculares presentaciones al aire libre (coches, marcas de otros productos), sesiones fotográficas (modelos, vestuarios de compañías aéreas) y eventos artísticos y musicales. Los años ochenta del pasado siglo registraron una actividad inusitada en ese sentido. La imagen del Lago, sin exageración, se proyectó por todo el mundo.
Sin embargo, una cierta desidia, un notable descuido en la gestión han llevado al complejo al lado totalmente opuesto del que se perseguía. Salvo el mantenimiento mecánico de cada año y un proyecto integral de remozamiento, a propósito del traslado del Casino Taoro, las instalaciones entraron en una cierta fase vegetativa.
Tal es así que, ahora mismo, el servicio al cliente no es bueno ni malo: simplemente, no existe. Se le cobra la entrada y se le deja a su suerte. Si tiene la fortuna de conseguir una tumbona -algo casi imposible a las pocas horas de abrir el complejo a pesar de estar incluida en el precio de la entrada- tendrá que dirigirse al puesto de colchonetas para coger una (porque ni siquiera se la dan). Si además tiene que alquilar un parasol, tendrá que cargar con los dos elementos. Esta operación se va haciendo más penosa si añadimos la posibilidad de ir con niños o personas mayores. En fin, estampas poco edificantes.
El estado de conservación de las instalaciones -dicho por unos cuantos usuarios habituales- es pésimo y en algunas zonas incluso peligroso. La sensación de decadencia es constante por donde quiera que se vaya.
La escasa formación del personal, la inexistencia de directivos o personal apropiado en los días de mayor afluencia, la imposibilidad de atender una reclamación en algún idioma que no sea el español, la inoperatividad de la piscina climatizada, las constantes averías de los diferentes elementos del ‘jacuzzi’, el descontrol en los accesos, la permisividad con usos indebidos de comidas traídas del exterior (han sido descubiertos calderos y hasta cocinillas) han ido mermando de forma considerable la calidad de la oferta.
Parece que no se es consciente de que el complejo ‘Costa Martiánez’, de titularidad pública, es la joya de la corona. Esto significa que debe ser atendida y cuidada, más allá de forzosas coyunturas de contratación de personal de compromiso político. La evolución del complejo y su realidad actual representan un panorama preocupante que obliga, sencillamente, a tomárselo en serio y a producir un cambio de gestión.
Es como si la desatención o la desidia premeditadas contribuyeran a la decadencia que forzaría o justificaría, en una discutible decisión política, la privatización de las instalaciones. De hecho, alguna intención parece que hubo en el pasado relativamente reciente, atajada a última hora por alguna iniciativa de formaciones políticas.
Pero lo cierto es que en las actuales condiciones en las que se encuentran, resulta obligado e indispensable afrontar un cambio en el modelo de gestión de modo que estas instalaciones dejen de suponer una lacra para la imagen turística de la ciudad.
De las informaciones periodísticas señaladas, se desprende que el gobierno local anda algo desorientado, sin saber muy bien qué hacer y muy condicionado por la suerte del personal de la cooperativa ‘Cosmar’. Lo peor no es que el verano se eche encima sino que la necesidad de dar una respuesta, en las circunstancias que concurren en la situación económico-financiera del Ayuntamiento, se hace aún más complicada (Continuará).
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