Cien días de contradicciones y contraposiciones, de paradojas, de hacer justamente lo contrario de lo que se había predicado en campaña electoral. Acaso creyeron que bastaba con una recomposición político-administrativa, con un cambio carteras y de nombres, pero pronto se dieron cuenta de una realidad más complicada, de la dimensión universal de la crisis y de las exigencias de gobiernos y tecnócratas europeos… Venían para arreglarlo, para acabar con las torpezas y las insuficiencias del gobierno anterior, para generar empleo, para impulsar la economía productiva y bla, bla, bla…
Cierto que cien días es un período corto, en el que es imposible materializar todas las reformas propuestas, muchas de las cuales no fueron avanzadas en la oferta programática o permanecieron ocultas, tal como se evidenció en aquel célebre debate televisado entre Rajoy y Rubalcaba, cuando éste apremiaba con las medidas para equilibrar el déficit público o con lo que quería hacer con la financiación de las comunidades autónoma y la Ley de Dependencia.
Pero también es cierto que ese lapso de cortesía democrático, válido para ir perfilando aptitudes, capacidades y estilo de gobierno, ha servido para constatar que los avances, si los hay, van a cuentagotas y que algunas situaciones empeoran.
Una reforma que, en realidad, es una contrarreforma laboral -sólo aplaudida por empresarios y partidos claramente conservadores- generadora de una huelga general que el propio presidente barruntó; unos Presupuestos Generales del Estado condicionados en su aprobación (discutible voluntad política en todos los sentidos, decisión irresponsable) para no mermar expectativas electorales en Andalucía y Asturias; subida de impuestos y del coste de los servicios (contrariamente a lo que se había predicado); reducción de la capacidad inversora del sector público; cambios en el sistema educativo con supresión de asignaturas; modificaciones en la Ley del Aborto; introducción del copago; menos recursos para la investigación y la atención a las personas que necesitan de asistencia o dependencia; síntomas de favoritismo en ciertas designaciones; clima social adverso en una Comunidad como la canaria a cuenta de prospecciones petrolíferas impuestas mientras habían sido rechazadas en otras latitudes, como la valenciana donde una legítima protesta de escolares y padres por las condiciones en que era impartida la enseñanza derivó en violencia callejera; diálogo social fracturado con una insólita criminalización de las centrales sindicales… Y retroceso electoral, claro, en lugares donde las medidas no han merecido mayor depósito de confianza de la ciudadanía.
Cien días, pues, en que, ciertamente, no mejoraron las condiciones de vida de los españoles, algunos de los cuales, aquellos que han coqueteado con el fraude fiscal y han alimentado la economía sumergida, van a verse beneficiados si es que deciden aflorar sus fortunas opacas. Menos mal que sigue siendo un país para ocurrencias.
Con razón, los cien días del Gobierno de Rajoy han sido severamente criticados en Internet, donde una consultora, Guidance, ha escrutado más de un millón seiscientas mil menciones en foros, blogs y redes sociales para percibir que la acción del ejecutivo transmite pocos hechos positivos, hasta el punto de apreciar escasos síntomas de esperanza en una recuperación a corto plazo.
El desgaste de cien días. Otro problema añadido al Gobierno que empieza a entender que la ola sobre la que accedió al poder ya remite.
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