Por supuesto, toda generalización acarrea injusticias y hubo sindicalistas de corazón y espíritu que completaron su jornada de huelga como debe ser, sin la necesidad de hacer el cafre. Pero otros, al más puro estilo del far best, optaron por la táctica de la agresión preventiva, de lanzar piedras, tornillos, reventar cerraduras, insultar y, por supuesto, se veían a un reportero de Intereconomía, a por él, como si de repente esta modesta cadena tuviese la culpa de los males de este país o del futuro de los sindicatos.
Sinceramente, yo, de los sindicatos, al menos de estos sujetos abyectos de UGT y CCOO me lo haría mirar convenientemente. Podemos convenir que cada persona tiene un gusto y habrá quienes no comparten los postulados de Intereconomía como otros no tendrán la mejor opinión de TVE, de Telecinco, de Antena 3 o de la autonómica de su región. Sin embargo, de ahí a ver una conspiración permanente para agredir en cuanto se da la ocasión a los compañeros de la cadena del toro pues, qué quieren que les diga, me parece atravesar todas las líneas rojas del respeto.
El problema es que en este país nos hemos acostumbrado de tal manera a mancillar a quien da otro punto de vista que nada tiene que ver con el discurso oficial que, cuando vemos que puede tener seguidores, hay que perseguirlo al precio que sea. Y claro, lo que ayer fue un puñetazo en toda la boca del estómago, mañana puede ser un golpe con una barra de hierro, un navajazo o un tiro. Puestos a seguir en esta escalada de barbarie, cualquier día los periodistas de Intereconomía van a estar más seguros en Siria que en España. Y esto, qué duda cabe, me preocupa. Si el logo de un micrófono levanta tantas iras, tal vez hay que pensar que algunos han sufrido un retroceso que les lleva al año 36…y de esto, de actuar de esta manera guerracivilista, ya sabemos también quien tuvo la responsabilidad.
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