Metete de lleno en el Carnaval y ríete de todo. Tomate unos días para ser feliz y hazte notar.
Disfrázate y baja a la calle a disfrutar de las miradas traviesas que van y vienen, las sonrisas regaladas bajo pelucas, las ingeniosas travesuras que te asaltan a modo de excusa improvisada para entablar contacto contigo. Baja y conviértete en un actor más, de las miles de comedias que se representan por las calles, para un público incidental y sorprendido. Sin remuneración, sin sueldo, sin más expectativa que una carcajada o hacer del espectador un cómplice efímero que le arranque un giro inesperado a parranda.
Baja y hazte de buen rollo, prográmate por dentro para ser feliz, pero hazlo bien. Aprovecha para reconocer públicamente y sin disimulos que tienes un gran corazón. Que te encanta estar con tus amigos, hablar con la gente, hacer bromas ingeniosas y ayudar. Deja bien claro a todo el mundo, como dirían los científicos, que tu inteligencia es emocional, que eres tu gente, de corazón.
Hace años estaba mal visto demostrar lo que sentías y todo el mundo lo ocultaba para que nadie notara los miedos, la tristeza, las ganas de llorar o de reír. Había que esperar al carnaval para quitarse esa máscara y dejar fluir los deseos y los sueños. El carnaval era el único espacio de la vida pública donde se permitía experimentar nuevas formas de ser, de expresarse y de relacionarse.
Ahora estás de suerte, puedes hacer el experimento de ser otra persona durante unos días y si quieres, si es lo que quieres, seguir siéndolo todo el año. En el Carnaval puedes ser otro y además puedes volver a ser el niño que fuiste y desentenderte de las normas y los convencionalismos. Es una magnífica oportunidad para ser ingenioso, divertido, amable y solidario, como lo eras de niño y ver qué pasa. Y de ese modo comprobar si realmente te gusta tu vida cotidiana y si se corresponde con lo que una vez imaginaste.
Prueba a dejar de lado el individualismo y sumérgete en el grupo, hazte fuerte en su interior, en el nosotros. Nosotros los pasamos bien juntos, confiamos unos en otros y nos sentimos protegidos. Nosotros sabemos quiénes somos y buscamos hacer amigos. Nosotros respetamos y acogemos, vacilamos sin dañar.
Nosotros traemos aquí el buen rollo. Ponemos amabilidad donde otros ponen hostilidad, pacificamos donde otros agreden y sonreímos donde otros amenazan. Tomamos medidas de seguridad: nos alejamos si encontramos rencor en la mirada, cedemos el sitio si vemos intolerancia, regalamos la copa si nos insultan, sonreímos si nos tocan o nos empujan. Calmamos a los violentos, aislamos a los agresivos, evitamos a los armados. Avisamos a la policía y socorremos al herido.
Incluso, si te empeñas, puedes recuperar el espíritu que tenía originalmente el Carnaval cuando la consigna aceptada secretamente por todos, fuera cual fuera su condición social era: pecamos juntos, luego nos reconocemos iguales en nuestra imperfección.
El Carnaval no era una fiesta para los dioses, ni una procesión. Era una fiesta para la celebración y exaltación de lo humano, la transgresión de los convencionalismos en grupo y su confort.
Esa es la esencia, eso es el Carnaval. Compartir en el interior del grupo que se celebra a sí mismo, aceptando todas las diferencias que contiene, para construir la solidaridad y el sentido de identidad. Y como decía José Luis Sampedro, la asignatura pendiente de una sociedad, individualista que ha convertido al dinero en su principal prioridad.
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