Juan A. Godoy sufrió una lesión cerebral que causa la muerte inmediata. Retó a la ciencia, estuvo seis meses en coma y recuperado cuenta su historia.
Los médicos se empeñaron en convertirlo en un vegetal y “lloré mucho pero luego dije “verás tú…” y venció.
Juan Andrés Godoy Rivero tiene desconcertados a los neurocirujanos de Canarias. Según los médicos, este joven grancanario, de 38 años, sufre una malformación arterovenosa en el tálamo que produce una muerte inmediata e irreversible. Por eso ninguno se explica cómo Juan Andrés, no sólo sigue vivo, sino que tiene sus facultades mentales en perfecto estado.
De hecho ha publicado dos libros, uno de ellos titulado “El salto” presentado hace dos semanas, una obra que se mueve entre la literatura y la filosofía, y en la que trata de dar una explicación más bien metafísica a su caso. Desde entonces su madre, Reyes Rivero, se ha dirigido a todos los neurocirujanos posibles para que tengan la certeza de que el coma tiene una salida y que su mejor certidumbre es su propio hijo.
El laberinto del coma en el que vivido Juan Andrés le sirvió para escuchar, pero sin poder contestar ya que había perdido el habla y la movilidad, que los médicos, enfermeras, el personal sanitario en general se dirigen a los enfermos como si estuvieran muertos, con “números”.
“Me enfadaba mucho escuchar esa falta de humanidad porque los pacientes no somos números; yo no me llamo “el de la cama 322”, no, mi nombre es Juan Andrés Godoy y así quiero que me llamen” pensaba dentro del túnel de sábanas blancas en el que vivió seis meses de su vida. Cuando salió de él ni se movía, ni hablaba, ni parpadeaba, su cuerpo no tenía el más mínimo control. “Me desmoronaba hasta en la silla de ruedas”, recuerda en su casa de Marzagán.
Hoy para estupor de la clase médica Juan Andrés tiene una vida prácticamente normalizada comparada con la que llevaba y le vaticinaron los dioses de la bata blanca. Su historia es la historia de una incredulidad a la que los facultativos han tenido que rendirse. Juan Andrés tiene una teoría y la ha aplicado: “Si quieres, puedes” por eso cuando un especialista se empecinó en darlo por muerto y convertirlo en un vegetal “lloré un día entero pero luego dije rabioso “verás tú…”. Ahí empezó su rehabilitación, día y noche de ejercicios y terapias porque lo tenía claro: “Así no me quiero quedar”.
Con 20 años de edad a Juan Andrés le sobrevino el primer síntoma serio de que tenía ese problema de salud el día 21 de mayo de 1994. Había cumplido con sus obligaciones militares como recluta y decidió celebrarlo con sus amigos. “Nos fuimos de marcha, que era lógico en un chico de mi edad ¿no?”. Cuando ése despertó de “la marcha” estaba urgencia del Hospital Insular, inconsciente, “en coma, vamos”, subraya, esperando en una camilla la llegada de que su madre a la que habían avisado. “Señora ahí está su hijo…mejor que se despida de él”, le dijeron. Juan Andrés permaneció tres meses y medio en coma en la UVI del Insular donde finalmente le dieron el diagnóstico Glasgow 7.
El Glasgow es un método de medida de las distintas intensidad de un coma. El nivel 7 es el estado inconsciente, pero con reflejos, mientras que el Glasgow 10 es la muerte cerebral. En medio de esa pelea por la vida madre e hijo hicieron una escapada a Madrid para probar otro método en el Hospital Ruber Internacional donde permaneció tres días en radiocirugía gamma que no sólo no lo mejoró, sino que le produjo un nuevo resangramiento cerebral.
Los primeros momentos, sin embargo, no fueron tan sencillos. “Poco después de despertar sufrí una pentaplejia, no movía los párpados, pero pasado un tiempo que no podría precisar los abrí. Tampoco podía mover el cuerpo, ni “hablar” ni enviar señales con gestos”. Pero acabó recuperando también el habla aunque verbaliza tomándose su tiempo, sin prisas. Es lógico el orgullo materno de Reyes al ver como su único hijo varón le ha plantado cara a la medicina, por eso la mujer se ha pasado años y años mostrando el caso de Juan Andrés como ejemplo de “sí se puede”. No es magia, es tenacidad.
¿Y qué le decían…?. “Nada. Leían el historial y comentaban que lo único que podían hacer era felicitarme. Ninguno encontraba explicación para que Juan Andrés, con ése historial, estuviera vivo y en buenas condiciones así que ante esa evidencia comentaban que si él estaba vivo quizás otros podían también estarlo. Juan Andrés dice estar en contra de la ciencia médica, pero no de los médicos. “Creo que la ciencia no puede explicar muchas cosas”. Su caso, por ejemplo, es inexplicable.
La madre: “Acabará caminando, acuérdate·
Reyes Rivero y Juan Andrés son la misma persona. Juntos, madre e hijos, han emprendido una batalla para subir de la mano a lo más alto de la montaña, para ganar cada asalto que la vida le ha puesto por delante. Años de dura lucha pero “todavía nos queda mucho por conseguir. Mi hijo tiene que caminar, acuérdate, y esa es nuestra próxima meta. Cuando aquel día de mayo vi a mi hijo en la camilla, muerto en vida, inerte, no daba crédito. Aquello y la manera en la que el médico me dio la noticia se me clavaron en el corazón. Una crueldad gratuita de alguien que parecía haber olvidado que aquel que estaba en la camilla era mi niño. Es verdad que nadie daba nada por la curación Juan Andrés y que incluso el capellán del Hospital Insular me dijo que se moría pero siempre tuve fe, siempre supe que saldríamos a flote. Yo tampoco quería que me hijo salvara la vida y sus secuelas cerebrales le convirtieran en un enfermo mental, en una persona incontrolada, agresiva, pero, ya ves, la lucha, la tenacidad y todo lo que nos hemos gastado, ha sido para bien”. Reyes era empresaria y cerró su boutique en Telde al mes siguiente del accidente cerebral que sufrió el chico: “Todos los ahorros que teníamos se invirtieron en él, todos”. Dice que los expertos le han dicho que en España, “yo diría que en el mundo”, subraya, no hay un solo caso de una persona que habiendo sufrido esa lesión y esté vi vivo. Dígalo: Estoy muy orgullosa de hijo, mucho”.
No es para menos.
Carta al personal sanitario
“Los enfermos tenemos nombre; no somos un número de cama”
Juan Andrés Godoy quiere aprovechar este reportaje para hacer pública una carta personal que dirige, con respeto y rabia, a quienes tienen la importante tarea de cuidar a enfermos que, como él, le han visto la cara de la muerte. He aquí su contenido, escrito con el esfuerzo que se imaginan. “Buenas a todos los enfermeros y médicos que me han atendidos a los que estoy agradecido: Yo quería comentar el tremendo poder que tienen quienes pasan la mayor parte de la recuperación con el paciente, con el enfermo. El personal hospitalario. Es increíble el poder que tienen tanto de mejorar un estado de salud como de “estancar” la evolución de una persona que está hospitalizada, a su merced. Pongámonos en situación…resulta que has sufrido una enfermedad y estás muy decaído, desilusionado y encima, vas, y oyes que te llaman por un número y una estadística, que no tienen nombre. No existes. Así es como se trata a un cadáver que acaba de ingresar en el tanatorio o a los reos que cumplen delito en una penitenciaría, despojando al individuo de todo vestigio de ser humano; es encomiable la labor del personal clínico, pero de esa funesta manera echan abajo tus ganas de luchar y seguir viviendo. Me gustaría, y de hecho las cosas están cambiando, que se pusiera fin a ese trato y dotaran a los enfermos de su identidad, como pilar de la mejoría y no referirnos a ellos con un “…Ponle una vía al 109”. Tenemos nombres”.
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