El eurodiputado socialista Juan Fernando López Aguilar ha dicho estos días que considera “lamentable” que se dé la impresión de que con el nombramiento del diputado del Común en Canarias “se está intentando compensar a quien ha sido derrotado en las urnas”. Directo a Jerónimo Saavedra y se quedó tan fresco. Seis días acaparando titulares de prensa y a otra cosa. Hay gente que tiene la habilidad de amontonar cada día un montón de enemigos por metro cuadrado y López Aguilar es uno de ellos. Saavedra merece un respeto por su edad y trayectoria y no es de recibo que desde sus propias filas le pongan palos en las ruedas e insultos en la radio. Saavedra, errores políticos al margen, merece un respeto y mayor aún si sabemos, como lo sabe Canarias entera, que fue la mano que meció la cuna de Aguilar cuando éste, apartado de Madrid, busco refugio en la política de las islas.
No entiendo, y lo digo con curiosidad, qué pasa por la cabeza de alguien como Aguilar; no si su actitud depredadora en lo político tiene algo que ver con un desmedido afán de protagonismo, una necesidad de estar por encima de Dios o el gusto personal de machacar a todo aquél que no le ría la gracia, tenga gafas o no, sea alto o bajo o sea gordo o flaco. Y a todas estas el partido socialista afronta desde anoche una campaña electoral con grandiosos augurios negativos; de manera que ni con los peores resultados previsibles de su historia, ni siquiera en la adversidad, se percibe un poco de generosidad. Estas cosas, estos insultos y descalificaciones de Aguilar, cual niño malcriado, parecen que solo pretenden acaparar titulares de prensa sin ser consciente en su soberbia de qué manera contribuye al hastío ciudadano.
Se pueden decir las mismas cosas sin tanta saña, sin hacer sangre, en el seno de un partido y no con altavoz. Esa es la diferencia entre una cosa y la otra.
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