– Espere un momento, señora, casi logro completar esta fila.
– ¿Alguien puede callar a ese niño? Me desconcentra y no aparece el maldito As de Trébol que me falta para ganar esta ronda.
– Y ahí está el teléfono sonando otra vez, pero estoy a punto de romper mi propio record de tiempo, así que ni sueñen que voy a responder.
-¡Niurka!, ven acá muchacha, mira ya la cantidad de puntos que he acumulado. Creo que soy en este empresa el mejor jugador de Solitario.
Si alguien hiciera un estudio estadístico de cuáles son las aplicaciones más utilizadas en los ordenadores de las oficinas estatales, no aparecería a la cabeza de tal lista ni Word, ni Excel y mucho menos Access. El gran ganador de esa encuesta sería el famoso juego de naipes conocido como Solitario. Nuestros burócratas se aburren y alivian su tedio poniendo en orden ases, corazones, diamantes. No sabemos si dedican tanto tiempo a este entretenimiento porque tienen poco que hacer o si en realidad se vengan de los bajos salarios convirtiendo su jornada laboral en una tremenda pérdida de tiempo. Cuántas veces no hemos aguardado ante una secretaria que da un clic tras otro –a la par que mira arrobada la pantalla– como si no fuéramos a darnos cuenta que, en lugar de rellenar formularios o transcribir cartas, está amontonando barajas sobre un tapete digital de intenso color verde.
Mientras recepcionistas y empleados perfeccionan su destreza con los naipes, nosotros –los apabullados clientes de algún trámite– ponemos a prueba nuestra paciencia. Ellos acumulan filas donde sobresalen el Rey Rojo aquí, la Reina Negra allá, pero en los incómodos asientos de un registro civil o de una notaría, las horas pasan para quienes necesitamos una respuesta o un documento. De vez en cuando, entra otro oficinista y decenas de miradas tratan de decirle: llevamos esperando desde las ocho, no hemos almorzado todavía, por favor… atiéndannos. Pero sin levantar la vista más allá de su buró, el recién llegado le recomienda a su colega que debe quitar aquel siete de Pica, porque sino el juego se le trancará del todo. Para cuando llega el momento de cerrar y nos dicen: “tienen que volver mañana”, nos sentimos como el feroz monarca de la letra K, dispuestos a descargar la espada sobre aquella pantalla que nos ha robado el día.
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