Es imposible sustraerse a una interpretación crítica de las palabras del alcalde de La Orotava, Isaac Valencia, en su intervención durante la apertura de las XII Jornadas de Administración Local que, por cierto, contribuimos a promover y consolidar durante nuestra dedicación municipalista. Hacemos esa interpretación desde los principios de la lealtad amistosa, la que recíprocamente nos hemos profesado. No se trata de ser valiente sino cortés y ecuánime en una obligada expresión ética sobre un hecho que ha cobrado trascendencia.
Y es que un alcalde, representante de la soberanía popular, no puede hacer caso omiso o ignorar olímpicamente lo elemental del Estado de derecho: eso de tirar cuatro o cinco leyes a la basura es inaceptable. Mucho menos, cuando esas manifestaciones están hechas ante quienes (secretarios de ayuntamientos, interventores y depositarios) están obligados a velar por el cumplimiento de las leyes. ¿Qué impresión pudieron sacar cuando escucharon afirmaciones como esa? ¿De qué valen los juramentos o las promesas hechas en el momento de asumir el cargo en el sentido de “cumplir y hacer cumplir la Constitución como norma fundamental del Estadfo”?
Es posible que tuviera un mal día o que no empleó el lenguaje apropiado para reprobar (un suponer) el exceso de burocracia. Pero recordemos que no es la primera vez: en el pasado, en cierta ocasión, hizo una declaración sobre determinado impacto ambiental que sirvió de texto publicitario que su partido se apresuró a retirar, eso, comprobado el otro impacto. El regidor no se quedó atrás y en otro momento llegó a amenazar con marcharse y alumbrar una formación política de ámbito local.
El caso es que IsaacValencia siempre fue así de espontáneo. No le hace falta presumir de campechanía porque la encarna. Y al alcalde, que lo es desde 1983, difícilmente puede pedírsele que cambie a estas alturas de su trayectoria política. Cuando ha largado así, estilo compadre, sus compañeros y hasta sus propios adversarios políticos han dicho “¡Las cosas de Isaac!”, que es una exclamación con la que restar importancia a sus propios dichos.
La pena es que esa trayectoria pueda tener un final así de sobresaltos, de impertinencias, majaderías o chambonadas. Y hasta de advertencias judiciales, por lo que ha podido leerse. La historia dirá si los logros del haber, que los tiene, se verán superados o capitidisminuidos por manifestaciones de esta tónica que, si fueran traducidas a la práctica, revelarían un proceder muy discutible. Lástima que un compromiso y una dedicación -a su modo, a su estilo, pero es la cabeza visible de una obra política- se vean desvirtuados por una incontinencia estrafalaria que se pudo haber evitado. No es bueno el desdén con que se ha referido a otras situaciones ni la ligereza con que ha aludido a ciertas prácticas en otros municipios. Esas circunstancias, respetado y estimado alcalde, no favorecen en absoluto: al revés, dejan entrever que aquí la impunidad ha sido predominante.
Por eso, lo grave de esta vez es que estos dichos los soltó ante funcionarios de los cuerpos nacionales, ante quienes también han probado la dureza de la ley pero saben que es la ley. Antes quienes han de cumplir con su deber y ante quienes han de ejercer su profesión, como no puede ser de otra manera, respetando y cumpliendo las normas. No se puede animar ni motivar a servidores públicos pidiéndoles valentía y que no sean tan negativos: esa es una apelación inconsecuente. ¿Les estaba solicitando laxitud jurídica o legalista, mirar a otro lado, en una palabra: saltarse la norma? Habrá quien condescienda, le perdone o le defienda pero…
De sus otros asertos, mejor dejarlos en materia opinable de un mal día de un gobernante municipalista traicionado, quién sabe, por su propia personalidad.
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