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LAVADORA DE TEXTOS. Las comillas. Por Ramón Alemán

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La escritura es un invento fantástico: con ella podemos saber lo que piensan otras personas gracias a un código que convierte en ideas una sucesión de garabatos sobre papel o sobre pantalla, como están haciendo ustedes ahora mismo. Un garabato se suma a otros para modelar palabras, y las palabras descansan en los puntos y toman aire con las comas. Pero para llevar las ideas al papel hacen falta otros dibujos diminutos que nos dan pistas sobre el sentido exacto del discurso que tenemos ante nuestros ojos. Para eso están los signos de interrogación, los de exclamación, las rayas, los paréntesis, los puntos suspensivos, los corchetes… y las comillas.

Las comillas son bohemias, como las comas, y a veces aterrizan donde les apetece, pero en realidad están sometidas a unas reglas que ustedes, que son muy libres, pueden ignorar si les da la gana. Ahora bien, si las ignoran corren el riesgo de convertir lo escrito en algo pesado o de difícil lectura. El Libro de estilo de El País (Ediciones El País) dice que un texto inundado de palabras en cursiva “considera tonto al lector”. Lo mismo ocurre con el abuso de las comillas, cuyas funciones están más o menos delimitadas en la Ortografía de la lengua española de 2010 (Espasa).

¿Hay que cumplir a rajatabla lo que ordena la Ortografía? Mi opinión es que no, pero eso no quiere decir que podamos emplear las comillas al tuntún. Si esas reglas no nos convencen, tendremos que establecer unas normas propias, basadas en el sentido común y en nuestro gusto particular, y las deberemos aplicar con el mismo rigor que si fueran las de la Real Academia Española. Ya lo he dicho otras veces aquí: libertad, sí; desorden, no.

En cualquier caso, veamos qué son y para qué se usan las comillas. Según la Ortografía, son un signo ortográfico doble cuya función más corriente es introducir y delimitar un segundo discurso dentro del principal. Por lo general, ese segundo discurso es una “reproducción de palabras que corresponden a alguien distinto del emisor”. Yo lo acabo de hacer ahora mismo: he puesto entre comillas la frase anterior porque es la reproducción de un texto que no es mío. Sin embargo, aquí he hecho algo mal –o al menos no muy recomendable–: escribir los signos “ ” donde debería haber escrito « ». La culpa no es mía, sino del ordenador con el que trabajo, que prefiere, como casi todos los ordenadores, los primeros a los segundos.

Me explico: en nuestro idioma se usan comúnmente tres tipos de comillas: las latinas o españolas (« »), las inglesas (“ ”) y las simples (‘ ’), y tanto la RAE como los expertos en tipografía recomiendan que se empleen en primer lugar las latinas. Las otras se reservan “para cuando deban entrecomillarse partes de un texto ya entrecomillado”, señala la Ortografía, que pone este ejemplo:

«Antonio me dijo: “Vaya ‘cacharro’ que se ha comprado Julián”».

Sin embargo, la moda actual es emplear las inglesas en primer lugar, probablemente debido a que son las preferidas en los países donde se fabrican los cacharros que ustedes y yo usamos para escribir. José Martínez de Sousa se refiere a esta moda como “anglicismo ortográfico” en su Ortografía y ortotipografía del español actual (Ediciones Trea). Lo cierto es que a mí no me queda otro remedio que usarlas como sustitutas de las latinas porque así se les antoja a mi teclado y al programa Word. Para incorporar las latinas al texto que ustedes están leyendo he usado un truco incómodo del que no vamos a hablar hoy.

Además de introducir un segundo discurso, los tres tipos de comillas tienen otras muchas funciones, pero ahora solo nos detendremos en una (ya hablaremos algún día de las demás): marcar el carácter especial de una palabra, ya sea un extranjerismo o una expresión vulgar, impropia o irónica (“Vaya ‘cacharro’ que se ha comprado Julián”). Al respecto, la Ortografía indica que “en textos impresos en letra redonda es más frecuente y recomendable” escribirlas en cursiva, una recomendación que actualmente aplican, por ejemplo, casi todos los periódicos. También es habitual en la prensa sustituir en estos casos la cursiva por comillas simples en los titulares, una costumbre que la Ortografía acepta y para la que pone este ejemplo:

Messi consigue su cuarto ‘hat-trick’ esta temporada

Para terminar, dos cosas: cuando en un texto entrecomillado se intercala un comentario del transcriptor, no se cierran las comillas para volver a abrirlas después, sino que ese comentario se encierra entre rayas:

“No pienso hacerte caso –dijo Pedro– porque estás equivocado”.

Y cuando se tienen que escribir seguidas varias comillas diferentes, no se debe eliminar ninguna de ellas. Martínez de Sousa pone este ejemplo en su Ortografía y ortotipografía…:

«El Eterno habló a Moisés y dijo: “Habla a toda la asamblea de los hijos de Israel y diles: ‘Sed santos, porque yo soy santo, el Eterno, vuestro Dios’”».

¿Palabra de Dios? No. De José Martínez de Sousa. Amén.

Ramón Alemán en http://www.lavadoradetextos.com

 

 

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