No, no me voy a referir ahora a los movimientos sísmicos producidos en la Isla del Meridiano ni a la “alarma amarilla” decretada ante posibles nuevos terremotos de diversa intensidad. Ni siquiera voy a dar pábulo a la cada vez más extendida teoría de que estos movimientos convulsos en el subsuelo herreño son producto de una mezcla entre los conjuros mágicos del Gran Bimbache Tomás Padrón y el atracón de lapas y quesadillas que se mandó nuestro insigne vulcanólogo Nemesio Pérez.
El terremoto al que me refiero es de carácter político, con la moción de censura ejecutada (por ahora) en el Cabildo, y ha tenido como protagonista a Alpidio Armas, nuevo presidente de la Corporación gracias a su esquizofrénico proceder según esté sentado en su mullido asiento del Parlamento de Canarias (donde es firmante, votante y copartícipe del pacto CC-PSOE, que incluye explícitamente -no lo olvidemos- el caso de El Hierro), o aterrice serenamente de nuevo en su querida Isla. Claro que no es el único protagonista de este sainete, porque Belén Allende ha tenido que cargar con el ingrato papel de Reina Destronada (heredera por tan poco tiempo del casi jurásico Padrón, y me temo que no demasiado hábil negociadora durante su corto reinado), y por supuesto el papel de cómplice necesario del PP herreño, cuyos nombres pasan absolutamente desapercibidos porque todo el mundo sabe que el autor intelectual de esta rocambolesca operación (ni siquiera él lo niega sin que se le forme un rictus de sarcasmo en su complacida cara) no es otro que José Manuel Soria.
El Hierro siempre ha sido territorio propicio para laboratorio experimental. Su dimensión, características y población la convierten en lugar privilegiado para probar técnicas medioambientales, energéticas, agrícolas y hasta para los lagartos (dicen las malas lenguas que la inversión por cada lagarto gigante de Salmor es mayor que la renta percápita de muchos países).
Pero este experimento es algo diferente. Es el tubo de ensayo para un pacto PSOE-PP (algo absolutamente legítimo en Democracia, pero casi inaudito, salvo en las excepcionales circunstancias del País Vasco, ni lejanamente trasladables a Canarias). No nos engañemos, el objetivo no es El Hierro, sino la premeditada y calculadísima estrategia del PP canario, dispuesto a dinamitar la estabilidad institucional al precio que sea, con tal de socavar los cimientos (muy débiles, también hay que reconocerlo, después de tantos años de guerra abierta) del pacto de los socialistas con Coalición Canaria.
Me interesa bastante poco la discusión jurídica sobre si pueden ser o no considerados tránsfugas los consejeros socialistas tras la “expulsión-exprés” decretada por su partido, porque eso llevará su trámite judicial y la resolución correspondiente (al ritmo de la Justicia en este país, será en la cuarta reencarnación del nieto de Alpidio). Hay un problema irresoluble, porque unos invocan una norma jurídica con la que los partidos tratan de evitar a duras penas ese fenómeno tan detestable como recurrente del transfuguismo, mientras que otros replican con la perogrullada de que no se es tránsfuga (y por lo tanto no puede ser expulsado sin respetar los trámites previos de garantías) “antes” de consumar el hecho, y por tanto no sería de aplicación (que es tanto como decir que a casos tan sonados y famosos como Tamayo en Madrid, el ruin Ruimán en Valle Gran Rey, o la madre de Leire Pajín y todos sus compinches en Bernidorm, tampoco sería posible aplicarles la norma, porque sólo pueden ser expulsados “después y a causa de” consumar su traición).
Lo verdaderamente relevante es que Soria está jugando sin pudor alguno a pirómano institucional. Si se limitara a intentar acuerdos con el PSOE (o con CC, en el fondo eso le da igual) no sería en absoluto reprochable en su ambición de romper el actual pacto y buscar un atajo hasta la Presidencia del Gobierno canario. Pero ha escogido el camino de “tentar” -individualmente o en grupo, pero al margen de los partidos- en cualquier institución municipal, insular o regional a todo bicho viviente que le sume un voto más en su tarea dinamitera, y eso sólo se entiende porque su objetivo no es esa Presidencia imposible, sino las aterciopeladas alfombras ministeriales y el maná de poder que proporcionará la Tierra Prometida de su Mesías Rajoy. Lo que quede y los que queden de su partido después del 20-N, si se cumplen los pronósticos, pasarán una travesía del desierto aún más angustiosa que la sufrida por el PSOE canario tras la “tocata y fuga” del nunca bien ponderado López Aguilar.
Difícil argumentación tiene ahora la crítica a sus ex-socios nacionalistas por arrimarse a un PSOE “en caída libre y que han hundido a España y a Canarias” (Soria dixit), si resulta que ellos están dispuestos a pactar con ellos donde y cuando sea posible hacerlo. Risible y hasta ridícula resulta la explicación de que son decisiones que corresponden a la autonomía municipal e insular del partido, cuando todos sabemos que no se mueve un pelo del bigote de ninguno de ellos sin la aprobación y el aliento de su líder (son ya unos cuantos los que han probado dolorosamente en sus propias carnes las consecuencias de lo contrario). Y cara de tonto se le va a poner a más de uno, empezando por Bravo de Laguna, si ocurre lo hasta ahora impensable y se presenta una moción de censura en el Cabildo de Gran Canaria, donde el PP gobierna a falta de un consejero de la mayoría absoluta (tal como hacía Allende). Y digo impensable, más por la cainita tradición de los nacionalistas grancanarios y ese extraño neutrón libre que siempre acaba siendo el CCN, que por las posibilidades reales de tal operación.
En fin, que no sé lo que dará de sí este curioso experimento, y probablemente le queda aún un ingrediente que añadir y con la dosis por determinar, como son los resultados de las Elecciones Generales del próximo 20-N. Pero es posible, muy posible, que los de El Hierro no sean los últimos movimientos sísmicos que se den por estas islas… y no precisamene por corrimiento de tierras ni erupciones volcánicas.
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