No me he molestado en investigar si este fenómeno se repite con la misma intensidad en otras literaturas de las Expañas, pero sí que resulta llamativo los casos –numerosos– que he detectado entre los escritores nacidos o criados en este archipiélago de humillados y ofendidos que es Canarias.
A mi me gusta denominar al monstruo https://edubirdie.com/blog/the-biography-of-william-faulkner. o ese particular territorio mítico faulkneriano que más tarde inspiraría otros tantos universos imaginarios nacidos de la cabeza de talentosos y no tan talentosos escritores de ésta y otras partes del planeta.
Con este post quiero vindicar –siempre a mi siniestra y sinatriana manera– que en Canarias el empleo literario de esta tierra de espejos es sorprendentemente fecundo. Y merece, a mi juicio, un estudio profundo y sereno con el que sacar las conclusiones que presumamos pertinentes.
También, por razones que espero no sean obvias, preguntar ¿por qué lo hacen?
¿Por qué esa tendencia a renunciar contar historias que transcurran en el paisaje vital donde se mueve el autor?
¿Por qué esa negación a relatar la realidad en la que se mueve, por muy provinciana y mediocre que resulte?
Debo ser de los lectores que se pone nervioso cuando se sumerge en un cuento o en una novela cuya trama –si la tiene– se desarrolla en uno de esos territorios míticos.
No termino por ver sus atractivos, salvo si se trata del paisaje de la Tierra Media.
Un mundo poblado de hombres, elfos, enanos y hobbits que hacen unión porque han llegado a la sabia conclusión que solo su fuerza será capaz de birlarle el anillo al tío que lo reclama.
El Señor Oscuro.
O Sauron, para los que lo conocemos de sobra.
Sin hacer mucho esfuerzo, la verdad, cito entre la lista de escritores canarios que se han servido y se sirven de estos espacios imaginados sin la pretensión épica tolkeniana: Juan José Armas Marcelo (Salbago); Sabas Martín (Nacaria); Víctor Álamo de la Rosa (Isla Menor); Álvaro Marcos Arvelo (Puerto Santo); Luis León Barreto (Tamarán) y Juan José Delgado (Nubada).
Consciente soy, de todas formas, que me dejo algunos más en el tintero. Que me disculpen los ausentes, pero entiendan que el objeto de este post solo es el de destacar un hecho que al menos a quien ahora les escribe le parece que trasciende la frontera de la objetiva curiosidad.
Conversaba de esto mismo el viernes pasado con un escritor canario que edita fuera y que escribe sobre su ciudad sin recurrir al monstruo Yoknapatawpha County.
Vino a decirme que la bestia se trata de una herramienta literaria para huir y no reconocer su entorno.
Le respondí que en algunos casos puede ser así aunque en otros –como abogado diabólico– sí que genera un interesante proceso de sintetizar este archipiélago en el que vivimos en un solo espacio.
Ya saben, un territorio mítico o espejo en el que todas las sandeces y miserias pero también todas las alegrías y grandezas de estas islas se reúnen en una sola isla.
Un solo territorio.
Pero sin mapas.
Y eso es el infierno.
Y pienso: no existo.
Saludos, sin mapas ni territorios, desde este lado del ordenador.
Eduardo García Rojas en http://www.elescobillon.com/
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