Una amiga muy moderna que sigue un curso de decoración on line en la Academia Internacional de Arquitectura Decorativa, Principios Zen y FengShui, me ha regalado un puf para el salón de casa, con el argumento de que tengo que darle un toque fashion a mi salón de forma que contrarreste un mueble antiguo que perteneció a mi familia. Según ella, el puf hará que las armonías del yin y del yang confluyan en un punto equidistante del salón y el equilibrio se instale en mi casa. No sé si, llegado el momento, el equilibrio saltará por los aires si enciendo la tele y están poniendo Sálvame, pero no me atreví a preguntarle por no ponerla en un apuro dado que aún no tiene la licenciatura.
Una vez que convencí a la perra de que el puf no era ni un juguete ni comida, coloqué el artilugio en la sala, frente a la televisión, y me dispuse a desparramarme sobre él para ver una película intrascendente, alcanzar el equilibrio y la armonía y, de paso, echar una siestecita, que nunca viene mal. Pero el maldito trasto éste está diseñado para todo lo contrario. Hasta siete veces intenté acomodarme en el puf y en todas las ocasiones hice frusssssss, me deslicé sobre él y ¡pam!, di con mis huesos en el suelo. Si alguien me hubiera grabado con un móvil, sería en estos momentos la reina indiscutible del youtube, aterrizando de lado, con los hombros, con el culo, de espaldas y hasta de cabeza contra las losetas del salón en un vano intento de alcanzar el yin y el yang a través de antiinflamatorios y cremas para golpes. Tan pronto intentaba sentarme en el puf, éste conseguía escupirme de su mullida superficie.
No les voy a revelar cómo, pero finalmente conseguí sentarme en el maldito sillón de diseño –bastante agitada, por cierto, con el yin y el yang, el zen y el fengshui a kilómetros de distancia de mi hogar y del salón, por supuesto-. El resultado fue bochornoso. Una no puede –al menos con mi estructura ósea, por decirlo finamente- sentarse con dignidad en un puf de ésos, ni su visión es estéticamente soportable –en el caso de que hubiera invitados- porque una parece un montoncito de trapos de cocina apilados sobre el mullido sillón y el rictus de la cara es similar al que muestra una persona que está sufriendo una resaca borrascosa tras una despedida de solteras que ha terminado como el rosario de la aurora.
Así que decidí levantarme y ¡amigo!, el maldito puf que antes me escupía sin conmiseración alguna, ahora me engullía con entusiasmo mientras mis esfuerzos por zafarme del amasijo de gomaespuma forrada provocaban lumbalgias y trastornos musculares a partes iguales en torso, espalda, miembros inferiores y superiores y jaqueca. No me pregunten cómo, pero al final conseguí dar con mis huesos en el suelo, aún con el miedo en el cuerpo, arrastré el puf hasta el jardín y le grité a la perra: ¡Piper, una pelota gigante. Toda para ti! Y ahí lleva una semana peleándose con el puf. ¡Y se lo pasa en grande, la jodía!
JAJAJAJAJAJAJAJAJA
Eduardo, eres un fenómeno. Es clavada macho!!! jajajajajaja
Ay Carmen, tu perdona que me tronche pero hoy me has alegrado el día!!! jajajajajajaja
jajajajaja, Carmen el articulo es buenisimo pero la viñeta de Eduardo es genial y no lo digo por nada, que conste………bs
De clavada nada. Yo no uso tanto tacón ja ja ja
CARMEN QUE ENTRETENIDA ODISEA CON TU PUFFFFFFFFFFFFFFFFF DE FRUSSSSSSSSH LO IMPORTANTE ES QUE HAS SALIDO ILESA DE SEMEJANTE AVENTURA . EDUARDO GENIAL COMO SIEMPRE.