Reunida con un par de refrescos y una amiga sexóloga (cuyo nombre no voy a revelar, dado que en ese caso, los hombres se asustarían), me dispongo a redactar mi tercer artículo, que versará sobre fidelización vs. fidelidad.
La fidelización es un concepto del marketing que consiste en que un determinado público permanezca fiel a un producto concreto de una marca concreta, estableciéndose así una relación estable y duradera cliente – producto/ marca. Se trata, en resumidas cuentas de captar, convencer y conservar al cliente.
La fidelización es algo que emplean las empresas eminentemente orientadas al cliente, lo cual no implica que el objetivo sea retener a los mismos como si fuesen rehenes, lo cual sucede principalmente con muchos bancos, sino que la fidelización, lleva implícita la satisfacción.
La fidelidad es la lealtad hacia una persona, la virtud para dar cumplimiento a una promesa. La persona fiel es aquella que cumple con sus promesas y mantiene su lealtad aún con el paso del tiempo y las distintas circunstancias. Por lo tanto, ser fiel supone seguir un proyecto de vida que fue establecido a partir del acto de la promesa.
En este sentido, partiendo de la base de que ya tenemos ambos conceptos claros, mi amiga sexóloga y yo, nos hemos puesto a debatir y a recopilar anécdotas en relación a estos dos términos.
La pregunta de partida es: ¿es lo mismo fidelizar que ser fiel? Obviamente NO.
Si tomamos como referencia la tesis de mi presentación: “qué producto soy, a quién me dirijo y quién quiero que me consuma o me compre”, entonces, deberíamos tener claro esto como base para nuestra penetración dentro del mercado.
Por ello, ¿soy un producto Premium, un producto de marca, un producto genérico, uno de mercadillo o de los chinos? A todas, como es obvio, nos gusta pensar que somos productos Premium, no obstante, hay que ser realista. Denominamos (mi amiga sexóloga, entre otras cosas y yo) producto Premium, al que básicamente lo tiene TODO: estudios, inteligencia, estatus, glamour, sex appeal, conversación, atractivo, poder de atracción, grandes virtudes sexuales y que se mueve en ambientes exclusivos y selectos de gente interesante y con alto poder adquisitivo. Ejemplo de ello es uno de mis amigos, del cual ya me gustaría a mí poder decir que tiene grandes virtudes sexuales, si bien no he podido probarlo en primera persona y, para mi desgracia, tampoco conozco a nadie que me cuente qué tal es, pero para que se hagan una idea, ocupa un alto cargo en una entidad financiera, que no pienso nombrar, porque no procede en este contexto y cumple todos los requisitos de este segmento de mercado. Es un chico ideal y encima soltero (aunque todavía no entiendo por qué) pero vamos, que se lo rifarán seguro y espero sinceramente que sepa elegir bien. (A ver si me lee y me toca la Chochona jajajajajaja).
Un producto de marca, tendría todas las virtudes del producto Premium, con la salvedad del poder adquisitivo y de que son gente que habitualmente se mueve en círculos de distintos espectros sociales. A este segmento pertenecen prácticamente la totalidad de mis amigas, por supuesto, todas de gama alta. Como diría una amiga mía, “damas de corta edad y poco uso”.
El genérico, resumiendo al máximo, es lo que se viene a definir como “del montón”, sin grandes características que resaltar, mi ex novio, vamos… pero seguro que todos conocen algún ejemplar de este segmento.
El de mercadillo es el símil poligonero que en Canarias solemos denominar changa, es el típico “taroso” con el que te lías sin saber realmente por qué, una noche en la que no tienes nada mejor que hacer, pero que por H o por B, te cayó simpático.
Por último, los del chino, básicamente con pocas luces y menos aspiraciones en general. Simplemente están allí para quien los quiera comprar o para un caso de necesidad. Son los valientes que te entran en un bar y a los que para su desgracia, no prestas atención salvo que estés inmerso en una época de escasez o, como dice mi amiga sexóloga, en “operación telarañas”.
Naturalmente, esto se aplica para ambos sexos y con una intención meramente descriptiva, siempre desde el punto de vista antropológico, que para eso estoy siendo asesorada por una sexóloga…
Hoy por hoy, todos aspiramos a ser y tener un producto Premium, o como mínimo de marca, si bien esto no es en absoluto tarea fácil. El mercado tiene sus taras, y muchas veces ciertas características del producto nos llevan a equivocarnos de segmento y de calidad.
Tanto mi amiga como yo, nos consideramos productos de marca, porque nos falla el poder adquisitivo (¡cuando nos toque la lotería, nos pasaremos al Premium seguro!), en este sentido, somos bastante flexibles hacia la adquisición de productos: si es un Premium, mejor que mejor, pero no descartamos en absoluto la marca ni el genérico, siempre y cuando este último, tenga aspiraciones de subir de nivel. ¿Qué nos ha sucedido? En mi caso, un error de lectura, está claro. Me falló algún dígito del código de barras.
Estuve saliendo durante dos años y un día con un producto genérico, que en un principio daba el pego como de marca (pensaba que era un D&G, de Dolce & Gabbana, pero resultó ser un Donuts & Galletas). Durante este tiempo, me falló el programa de fidelización, es decir, que no me salió bien la jugada. ¿Por qué? Porque la fidelización, como hemos dicho al principio de este artículo, lleva implícita la satisfacción y dicho ser no estaba satisfecho con el hecho de que yo tuviera grandes aspiraciones de progreso. Vamos, que le jodió que siguiera estudiando y que consiguiera un trabajo donde me pagaran mejor que a él, por tanto, incumplió la promesa de fidelidad que tenía conmigo para acabar comprando un producto de mercadillo, lo cual, a estas alturas, hasta agradezco, porque de lo contrario me vería sumamente infeliz, cargando con una chiquilla y encima, con una suegra que no se aguanta ni a sí misma (de ella hablaré en profundidad en otro capítulo, que en este no me da…)
La conclusión a la que llegamos en este aspecto, es que un error en el proceso de fidelización, como sería la insatisfacción, daría lugar en muchos casos a una infidelidad y acabas cargando más cuernos que una manada de cabras o que un saco de caracoles, como prefiera el lector.
Otra cosa curiosa, es que cuando te mueves libremente por el mercado y no persigues la fidelización, te encuentras de todo y adquieres productos según la necesidad que tengas en cada momento. Es como cuando vas a las rebajas y te compras algo por puro capricho y que incluso contemplas ponerte sólo una vez.
El problema surge cuando lo que compras tiene una promesa de fidelidad con otra persona. ¿Ahí te conviertes en la otra? No necesariamente… tal vez seas sólo un producto complementario que satisfaga una necesidad puntual. Con ello no queremos decir que esté bien desde un punto de vista moral, pero está claro que ocurre, y mucho más de lo que en ocasiones desearíamos.
Si no consideramos que esté mal probar otras marcas de un mismo producto, como puede ser la crema de cacao de Hacendado en lugar de la Nocilla de toda la vida, ¿por qué te vas a quedar con un producto, sin haber probado las otras variedades del mercado?
Está claro que lo apropiado y éticamente correcto, sería realizar dichos tests de producto, en el libre mercado, donde no existen promesas de fidelidad, pero todos sabemos que la curiosidad mató al gato y son muchos los que quieren probarlo todo y al final tomar la decisión que proceda en cada caso.
Para finalizar, debemos tener siempre en mente qué producto somos y quién queremos que nos consuma y viceversa. Una vez encontrados producto comprador, será necesaria la inversión de tiempo y esfuerzos constantes en un buen programa de fidelización para que la promesa de fidelidad se cumpla y perdure en el tiempo. Hay que estar siempre alerta, ya que el mercado está en constante movimiento y siempre hay múltiples competidores ansiosos por hacerse con tu cuota de mercado.
Ofelia Alexander en http://exprimecanarias.blogspot.com
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