Si nadie hubiera metido la mano en la caja, se hubiera apropiado de la recaudación, presumiera luego de cochazo y finalmente se diera a la fuga con los inspectores de Hacienda y la Guardia Civil pisándole los talones, probablemente su señorías, los senadores y diputados de este país, no tendrían que hacer públicas sus miserias, entendiendo por tales las hipotecas pendientes con los bancos –sí, ellos también las tienen-, los coches de su propiedad y la marca de los mismos y otras intimidades que en este país no se cuentan por vergüenza, salvo en los programas de higadillos y casquería variada de las televisiones privadas.
Preguntarle a uno cuánto gana es, generalmente, similar a intentar averiguar el tamaño de su pene en erección: una pregunta incómoda a la que no se da respuesta salvo exagerando la realidad. Que ahora todo el país pueda entrar en la web del Congreso o del Senado y averiguar detalles como el sueldo y las posesiones de cada cual no deja de tener su componente morboso. Y además, va a convertirse en el tema estrella de cafeterías y bares durante la hora del desayuno o la comida.
Lo de menos, al fin y al cabo, son las posesiones de sus señorías; lo que va a importar a partir de ahora son los comentarios maledicentes sobre si un socialista puede tener un Jaguar, aunque sea de segunda mano; la íntima felicidad de comprobar que hay muchos que están hasta la coronilla de deudas y que además no van a repetir cargo, lo cual a su vez derivará en especulaciones maliciosas sobre cómo va a pagar, por ejemplo, las dos hipotecas. O debates acalorados sobre cómo pudo comprarse dos pisos con lo poco que gana y lo poco que prestan los bancos.
En definitiva, que este país no va a estar preocupado, estos próximos días, por el posible enriquecimiento ilícito futuro y posible de diputados y senadores, sino escandalizado o divertido, a partes iguales, por el patrimonio que declaran unos y otros. Que luego todo eso se corresponda con la realidad… es otro cantar.
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