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20-N: La hora de los actores secundarios. Por José Alberto Díaz-Estébanez León

El cine español siempre ha sido propicio para magníficos actores secundarios, mucho más que de galanes protagonistas. Quizá por la modestia de nuestra industria cinematográfica, incluso los que han llegado a ser grandes figuras consagradas, siempre han recorrido un largo trecho de “actores de reparto”. Hasta los actores españoles de mayor prestigio internacional en la actualidad –Javier Bardem y Penélope Cruz- han sido premiados con el Oscar precisamente en sus papeles secundarios. Y me viene muy bien la referencia cinematográfica al pensar que, una vez más, realidad y ficción –en este caso, cine y política- se dan la mano para entender por qué el próximo 20-N será la hora de los actores secundarios.

Por anticipado diré que esto no es bueno ni malo, no va en mérito o demérito de los señores actores/políticos. Hay quien defiende que el “carisma”, entendida como capacidad de liderazgo en política, no tiene por que ser una cualidad previa, sino algo que se puede adquirir con el tiempo y el propio ejercicio de poder. Y no sé si los tiempos están para gestores sin carisma antes que para carismáticos caóticos (no, malpensados: no me estoy refiriendo ahora a Zapatero).

Hay ejemplos para todos los gustos: Helmut Khol, considerado en principio un hombre gris y sin carisma, fue sin embargo el canciller que más tiempo ha ocupado el cargo en Alemania después de Otto Von Bismark (18 años), sustituyendo al carismático socialista Helmut Schmidt (por cierto, tras una moción de confianza en la que el Partido Liberal Alemán “cambió de bando”), y gran artífice nada menos que de la reunificación alemana y de la moderna construcción europea. Casi el ejemplo contrario es Ronald Reagan, uno de los presidentes de Estados Unidos –al margen de simpatías o antipatías personales e ideológicas- de mayor porcentaje de aprobación popular durante todo su mandato, revolucionario en su forma y en su fondo neoconservador, y que marcó una huella muy profunda en la historia de su país y en el resto del mundo. Y sin embargo hasta sus más acérrimos seguidores reconocen su falta de preparación y su escasa capacidad de gestión real, que suplió a base de golpes de efecto y de una inteligente elección de colaboradores.

Lo cierto es que el próximo 20 de Noviembre, España tendrá un nuevo presidente del Gobierno que, además de tener barba, no aportará una gran dosis de liderazgo político, sea Rajoy o Rubalcaba. Quién nos iba a decir, echando la vista atrás –y no digo un poco de perspectiva, sino pensando por ejemplo 20 años atrás- que los actores principales de esta película apenas ocupaban plaza de secundarios, y no precisamente de lujo. Si uno piensa en el año 1991, ni en los más alocados oráculos de Rappel, Aramís Fuster o la Bruja Lola, podría adivinarse que el futuro presidente del Gobierno se elegiría no entre nuevos líderes que surgieran con fuerza y liderazgo, sino entre Rubalcaba (oscuro “fontanero” entonces de un Gobierno de Felipe González que ya se encaminaba hacia su declive), y Rajoy (recién ascendido desde la Diputación de Pontevedra a vicesecretario general del “nuevo” PP de un Aznar en alza, en plena reconversión de la “vieja” AP de Fraga).

Desde entonces han sido muchos, variopintos y muy valorados los “delfines” que ambos partidos han barajado, siempre con más brillo y esplendor. Pero son ellos –mientras los “cadáveres políticos” de sus competidores internos han corrido por las turbulentas aguas del río político- los que se han hecho con las riendas de sus formaciones. No sé si eso es muestra de su inteligencia, de la suerte o de la simple capacidad de supervivencia (“en este país, quien resiste gana”, solía decir el ínclito Camilo José Cela). Puede que una mezcla de todo.

Pero si tienen razón los que afirman que la crisis actual es, fundamentalmente, una crisis de liderazgo, no hay excesivos motivos para el optimismo. El cambio de director de orquesta no es en sí mismo garantía de éxito (como se ha visto en Irlanda o Portugal), y quienes presumen de tener en sus manos la varita mágica o el Bálsamo de Fierabrás (la poción mágica capaz de curar todas las dolencias del cuerpo humano, según las leyendas de caballería), deberán enfrentarse a una dura y cruda realidad donde, por suerte o por desgracia, la capacidad autónoma de tomar decisiones, incluso si son acertadas, es muy reducida.

Y será en este escenario en el que habrá que evitar el peligro de los dogmatismos absolutos, las vendettas políticas y los charlatanes de feria. De lo contrario, y como nos recuerda la sabiduría popular de nuestros entrañables magos… “¡a peor la mejoría!”

www.josealbertodiazestebanez.com

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