Resulta sumamente curioso, pero en el mercado existen innumerables productos que puedes probar durante un periodo de tiempo determinado y, en caso de que no te guste, te devuelven el dinero.
También está el clásico claim “con 2 años de garantía”, incluso una empresa del automóvil ha rizado el rizo dando 7 años, pero… ¿qué pasa con los hombres?
¿A cuántas de nosotras no nos gustaría que vinieran bien con garantía, o bien con un periodo de prueba?
Si lo pensamos bien, estamos a prueba constantemente, no sólo los productos que compramos, sino también nosotros como personas, ¿o acaso no les ha sucedido alguna vez el conseguir un puesto de trabajo cuyo contrato cuenta con un periodo de pruebas? Si fallas en el desempeño de tus tareas durante ese tiempo, pueden despedirte sin reparo alguno, sin ni siquiera tener que indemnizarte.
Cuando nos sacamos el carné de conducir, también se nos identifica con una “L” de prácticas. Cuando me saqué el mío, tuve que andar un año con el letrero en el cristal de atrás de mi coche. ¿Por qué no podemos hacer algo parecido con las relaciones?
Conocemos a un individuo que a priori puede resultarnos interesante, quedamos con él para cafés, cenas y demás y, si nos sale rana, al final nos hemos dado cuenta de que hemos invertido un montón de tiempo, dinero e incluso ganado unos kilos en vano y NADIE, ABSOLUTAMENTE NADIE, se propone reparar los daños ocasionados. ¿Merece realmente la pena realizar una inversión a fondo perdido? Ni siquiera los bancos lo hacen. Nadie en su sano juicio invierte a fondo perdido…
Lo mismo sucede de cara al sexo. Aunque haya quien no esté del todo de acuerdo conmigo, el tamaño sí importa y resulta sumamente desalentador invertir en un amago de relación cuando, en el momento de la verdad, descubres que el individuo guarda una sorpresita del tamaño de una salchicha Tulip de cóctel. (Tranquilos, que esto también merece un capítulo detallado)
De hecho, una vez dediqué toda una tarde a hablar acerca de este tema con una amiga, que en plena fase de enamoramiento descubrió la gran verdad: en un principio todo genial, pero había un “pequeño problema” y digo pequeño en un sentido literal. En ese momento, el mundo se te viene abajo y el muchacho en cuestión empieza a perder puntos de forma vertiginosa. Viene siendo el caer en la bancarrota cuando estás jugando al Monopoly o algo así. En ese momento te planteas: ¿Realmente es eso tan importante? Obviamente SÍ. Plantearte pasar las próximas 3000 noches con un muchacho que no sólo tiene la mentalidad de un niño de 3 años, sino también algún detalle físico adicional característico de dicha edad, puede llegar a resultar frustrante.
Mi amiga me llegó a plantear por qué no llevaban un cartel en la frente que dijera “me mide 11 centímetros”, así al menos estaríamos avisadas y decidiríamos si merece la pena el esfuerzo o no.
Esto sucede con otros productos, no sólo con los medicamentos, que tienen un prospecto detallado, contraindicaciones incluidas, sino también con cualquier bien de consumo habitual: la ropa te viene con una etiqueta indicativa que refleja la talla: XS, S, M, L, XL, etc, instrucciones de cómo debes lavarla y con su composición, no vaya ser que algo te dé alergia, y lo que adquirimos en los supermercados para abastecer nuestra despensa y nevera incluye una composición, ingredientes, cantidades y medidas…
Así pues, propongo que en el contrato verbal de una posible relación no sólo nos mostremos con ingredientes inclusive, sino también con las posibles contraindicaciones. De este modo, nos ahorraremos esfuerzos e inversiones en vano.
Por lo tanto, y volviendo al título de este artículo, el periodo de pruebas debería incluir la posibilidad de devolver el producto en caso de que no satisfaga al 100% nuestras exigencias como consumidores.
En este sentido, se consideran causas de devolución del producto las siguientes:
• Producto defectuoso, con taras de cualquier tipo (ej. eyaculadores precoces)
• Incapacidad de adaptación del producto a las exigencias del consumidor
• Talla o rendimiento equivocados
• La falta de luces suficientes
• Su madre (de esto también hablaré más adelante, ya que las suegras merecen un capítulo entero para ellas solitas)
• Que el marketing del producto no se ajuste a la realidad (hay quien sabe venderse demasiado bien, son los denominados vendedores de humo, que cuando éste se va, no queda nada)
• Incapacidad de compatibilizar el consumo de dicho producto con lo que hasta ese momento ha sido tu vida (hablamos de no dejar de lado a los amigos, la familia y las mascotas)
• Que el precio no se corresponda con la calidad del producto (cuántas veces no me ha pasado… pensar que tenía un Ferrari en la puerta de casa y al despertar, darme cuenta de que era un triste SEAT Panda)
• Que el producto adquirido no exija demasiada atención y que peque de prestar poca atención
• Posible pasado oscuro, turbio, non grato o no compatible del producto con la mentalidad y principios del consumidor
No obstante, todo dependerá siempre de qué uso queramos darle a dicho producto. No es lo mismo lo que le exigimos a alguien que esté opositando a ser nuestra pareja (entiéndase relación estable) a lo que le podemos exigir a un aspirante a follamigo. Esto se viene a denominar ADAPTACIÓN DEL PRODUCTO.
En cualquier caso, no conviene en absoluto desesperarse. Siempre podremos encontrar en el mercado productos sustitutivos o complementarios, de lo que hablaremos también en los próximos posts.
Ofelia Alexander. Publicado en http://www.exprimecanarias.tk
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