Si alguien tenía alguna duda de que el socialismo en España está más que amortizado, denostado y derribado, la señora vicepresidenta primera y ministra de Economía (amén de compulsiva comedora de bombones), Elena Salgado, ya ha anunciado su propósito de no ir en las próximas listas electorales del PSOE. Los motivos, evidentes, que el desastre en las urnas puede ser tan grande que nadie quiere dar la jeta por Rubalcaba. Son muchos quienes están aguardando con la guadaña en la mano para hacer una limpieza de padre y muy señor mío en la sede de Ferraz.
Desde luego, resulta todo un síntoma que un partido que gobierna esté en una situación de saldos, de liquidaciones por cuasi defunción. Ya hizo su amago el siempre protagonista José Bono, quien no se veía más tiempo ejerciendo funciones, pero lo que diga el líder castellano-manchego tiene menos credibilidad que un billete de seis euros. Su táctica es la de jugar a dos aguas, pero sin mojarse y luego decantarse por la mejor opción. El defensor del felipismo fue luego el mejor promotor del zapaterismo, al que curiosamente estuvo a punto de ganar cuando se postuló como la esperanza del puño y la rosa allá por el año 2000, tras el hundimiento almúnico.
Cierto es que, hoy en día, votar PSOE es elegir paro, pobreza, ruina, escasez, por no decir nulidad, de valores morales, desprestigio internacional, triunfo de la mediocridad y de la pervivencia de la casta parasitaria, pero tampoco podemos olvidar de que este Partido Socialista también estuvo acuciado en el año 1993 por grandes corrupciones y ganó al PP de Aznar y luego, en 1996, perdió por un escaso margen, a pesar de una situación económica caótica, amén de desayunarnos los españoles todos los días con un par de escándalos.
En definitiva, a pesar de los sondeos arriolescos y de que en alguna planta de la sede de la calle Génova ya se esté descorchando el champán, me mantendría en un prudente segundo plano. Históricamente, al menos en las elecciones generales, al PP nunca le ha venido bien la etiqueta de favorito y menos presagiar que la cita con las urnas se iba a ganar por verdadera goleada. Mantengo una idea que, guste o no, es una verdad como un templo. El español tiende al olvido y, sobre todo, es muy temperamental. De tener ahora mismo la papeleta en su mano, está claro que votaría masivamente al PP, pero dentro de tres meses, tal vez, la cosa cambie y la amnesia entre el censo haga sus estragos.
juanvelarde@gmail.com
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