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CINE. “El Planeta de los Simios”. Cuando los Simios Dominaban la Tierra.

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Manuel E. Díaz Noda.-

En 1968 la ciencia ficción cinematográfica tuvo la oportunidad de madurar y alejarse del terreno infantil en el que se encontraba inmersa gracias a la presentación de dos películas llamadas a hacer historia. Una fue “2001. Una Odisea en el Espacio” de Stanley Kubrick, la otra “El Planeta de los Simios” de Franklin J. Schaffner. Si bien se trataba de dos títulos muy diferentes entre sí, había una serie de elementos que los conectaban. Uno de ellos era el tema de la evolución y las especulaciones acerca de la naturaleza del ser humano y lo que le deparaba el futuro; otro era la presencia de simios en su metraje, algo que a nivel técnico supuso también un importante paso adelante en el desarrollo de las técnicas de maquillaje a cargo de Stuart Freeborn y John Chambers, respectivamente, aunque sólo el segundo fue reconocido con un Oscar (en aquel entonces no existía la categoría de Mejor Maquillaje y Chambers obtuvo un Premio Honorífico por su aportación a la industria cinematográfica). La impronta dejada por la película de Schaffner llegó a inspirar cuatro secuelas y dos series de televisión que se realizaron entre 1970 y 1976, además de un fracasado remake dirigido por Tim Burton en 2001. Una década después del traspié del director de “Eduardo Manostijeras”, Hollywood vuelve a poner su mirada en estos primates para ofrecernos “El Origen del Planeta de los Simios”, un reboot/precuela con el que se pretende revitalizar la franquicia y devolverle su carácter anticipatorio y su mirada crítica a la realidad que nos rodea.   

 

El verdadero origen tenemos que encontrarlo en la novela de Pierre Boulle “El Planeta de los Simios”, curiosamente una obra de la que su autor no se sentía especialmente orgulloso y que difería notablemente con respecto a lo que posteriormente se vio en pantalla, sobre todo en lo referente al nivel de evolución de la sociedad simia que la protagonizaba. El libro llamó la atención del productor Arthur Jacobs, quien emprendió la ingente tarea de convencer a estrellas y directivos de los estudios de las posibilidades de esta adaptación. El estudio más proclive a llevar acabo la producción fue la 20th Century Fox, aunque aspectos como la efectividad del maquillaje (el estudio temía que los simios resultaran cómicos al espectador) o los costes de la producción (una de las razones por la que se cambió la ambientación de la historia localizándola en una sociedad de corte feudal y no futurista como en la novela original) fueron algunas de las reticencias que se plantearon a la viabilidad del proyecto.

Mientras que la Fox veía en esta película un producto de entretenimiento novedoso con el que sorprender al público. Jacobs, el director, Franklin Shaffner, y los guionistas (el creador de “La Dimensión Desconocida”, Rod Serling, en las primeras versiones del libreto, y Michael Wilson, quien una década antes ya había adaptado otra novela de Boulle, “El Puente sobre el Rio Kwai”) estaban más interesados en convertir la historia en una metáfora de los convulsos tiempos que vivía Estados Unidos en aquel momento. Aspectos como la corrupción del poder, la segregación racial, el fanatismo religioso, la violencia, el avance armamentístico o la guerra fueron tratados de manera elegante a través de la introducción nuestro héroe, Taylor, un astronauta desencantado con la humanidad de finales del siglo XX que había dejado atrás, en la quimérica estructura social creada para estos simios evolucionados.

De sencilla disposición, la nueva sociedad se presentaba distribuida en tres estratos significativos, los orangutanes como líderes políticos y religiosos, los gorilas como fuerza armada y los chimpancés como el sector intelectual, más abierto y crítico con los preceptos heredados del pasado (una de las curiosidades de la película más comentadas fue la preservación inconsciente de esta estructura incluso durante las pausas del rodaje, de manera que a la hora de comer los actores se agrupaban automáticamente de acuerdo al tipo de simio que interpretaban en pantalla). Los humanos, por otro lado, fueron presentados como seres primitivos sin inteligencia, ni capacidad de comunicación, cazados como bestias y esclavizados como si fueran animales de compañía o conejillos de indias para la experimentación por parte de los simios.

Más allá de las escenas de acción que presenta la cinta (la secuencia inicial de caza, la huida y persecución de Taylor, el enfrentamiento final en la Zona Prohibida), la historia presenta ante todo una confrontación dialéctica entre la obcecación del Dr. Zaius (Maurice Evans), representante del poder establecido, enquistado e inconmovible, y la mirada ingenua y curiosa de la Dra. Zira (Kim Hunter) y Cornelius (Robddy McDowall), como la nueva generación que pone en duda las imposiciones de sus líderes y busca respuestas más allá de las creencias conservadoras de su comunidad. Taylor se convierte de esta manera en el eslabón perdido, esa pieza de información que para unos debe ser aislada y eliminada para poder preservar los dogmas sobre los que permanecido anclada la sociedad, y que para otros ha de ser estudiada y divulgada con el fin de alcanzar una mayor conocimiento sobre el pasado y la naturaleza de su especie.

Así, nada en “El Planeta de los Simios” resulta gratuito o irreal, sino que responde a un referente auténtico, fruto de una realidad convulsa. Desde luego, y pese a la ceguera del estudio, no se trataba de una mera producción comercial, sino de un controvertido alegato de fuerte carga política escondido bajo el disfraz de simios. Mientras en Estados Unidos se empezaban a escuchar voces que ponían en duda las garantías de la democracia y las libertades sociales, en la película se atrevían a representar al Ministerio de Justicia a través de tres orangutanes que se tapaban respectivamente boca, ojos y oídos en señal de intolerancia; mientras las minorías sociales luchaban por defender sus derechos, el protagonista de la historia le daba un beso interracial a la chimpancé Zira; mientras el País de la Libertad entraba en guerras en el sudeste asiático (primero Corea y durante la producción de la cinta, Vietnam) en su lucha contra el comunismo, “El Planeta de los Simios” concluía ominosamente con la imagen de la Estatua de la Libertad derruida y enterrada en la playa.

Esta alegoría futurista no sólo resultó innovadora por su mirada crítica a la realidad a través de los subterfugios de la ciencia ficción, también destacó por su rupturista puesta en escena. Desde el arranque de la historia, con el Icarus estrellándose en el planeta desde un plano subjetivo, Shaffner distinguió su narrativa por la búsqueda de un discurso diferente al que nos tenía acostumbrado el cine de la época. Se avecinaban tiempos de cambio y la nueva generación de cineastas de la época no estaban muy por la labor de mantener los mismos clichés formales que había sustentado el cine de Hollywood durante décadas. “El Planeta de los Simios” impactó a la audiencia por la crudeza de sus imágenes, con secuencias de violencia descarnada (la secuencia de caza, las torturas que sufre Taylor mientras está preso) e incluso forzando los límites de la censura al mostrar desnudos integrales (traseros, eso sí) de su protagonista masculino. Charlton Heston no le hizo ascos a desnudarse en algunas de sus películas de los años 70, pero “El Planeta de los Simios” fue la primera. Curiosamente, la escena en la que a Taylor le arrancan la ropa durante el juicio está lejos de ser un momento erótico o de lucimiento físico para el actor, ya que se trata más de un acto de humillación y degradación del personaje.

A esa presentación áspera y agresiva que se hace de este futuro desasosegante hay que sumar una impecable labor  de diseño de producción, donde el vestuario sirve también para establecer las distinciones sociales de los personajes y los decorados enfatizan esa sensación de sociedad extraterrenal y tribal. Sin embargo uno de los elementos más favorecedores fue la revolucionaria partitura ideada por Jerry Goldsmith. La música de “El Planeta de los Simios” le supuso al compositor una oportunidad única para experimentar con la atonalidad y las orquestaciones atípicas, creando una banda sonora opresiva y amenazadora, que aún hoy en día no ha sido superada en su capacidad innovación y de sorpresa al espectador. 

La película se estrenó el 3 de abril de 1968 en Estados Unidos y rápidamente se convirtió en uno de los títulos más taquilleros de aquel año y en una obra de referencia, recaudando más de 32 millones de dólares sólo en este país. La apuesta de Arthur Jacobs y la Fox había sido un éxito y ahora había llegado el momento de sacarle más rentabilidad. De forma poco habitual en aquella época, la Fox dio luz verde de manera inmediata a una secuela, colocando al productor Arthur Jacobs en la difícil situación de encontrar una fórmula para seguir desarrollando la historia allí donde se quedó. Ir más allá de aquella imagen de la Estatua de la Libertad parecía difícil, pero gracias al escritor Paul Dehn, se ideó una trama que profundizaba en el mensaje post apocalíptico de la primera entrega.

Dehn se incorporaba a la franquicia con el guión de “Regreso al Planeta de los Simios”, convirtiéndose a partir de ese momento en el guionista oficial de la serie. Aparte de la nueva excusa argumental, otros obstáculos a superar fueron la imposibilidad de contar nuevamente con Franklin Shaffner en la dirección y Jerry Goldsmith en el apartado musical (ambos estaban inmersos en la producción de “Patton”), así como las reticencias de Charlton Heston a participar en una secuela. Los primeros fueron sustituidos por Ted Post (director procedente del terreno televisivo, con capítulos de series como “Caravana”, “Látigo”, “La Dimensión Desconocida” o “Peyton Place” en su haber) y Leonard Rosenman (un músico de tradición dodecafónica, capaz de continuar la línea experimental abierta por Goldsmith con la primera entrega); el segundo acabó aceptando una pequeña participación en la película, al principio y al final, con la condición de que el personaje de Taylor muriera y le librara así de seguir apareciendo en futuras continuaciones. Para ocupar su lugar en el resto del metraje, se presentó a un nuevo protagonista, John Brent, otro astronauta que llega al planeta en busca del rastro de Taylor, al que daba vida James Franciscus, un actor también procedente de la televisión, de físico y voz muy similar a la de Heston.

Tras los acierto de la primera entrega, esta secuela marcó una pauta diferente, rematada por los problemas de producción de la película. El nuevo argumento optaba por una línea más psicotrónica, con humanos con capacidades telepáticas y un altar construido alrededor de un silo nuclear. Una vez despejadas las dudas sobre el planeta en el que se desarrollaba la acción de la primera parte, ya no era tan necesario mantener esa fina discreción de la cinta anterior y la historia se dejaba llevar por completo en su mensaje aleccionador sobre los peligros de la sociedad del siglo XX. Así, la película ofrecía otras imágenes de lugares identificables de Nueva York derruidos por el paso del tiempo y la codicia del ser humano. De nuevo, el fanatismo militar y religioso pasaban a convertirse en los dos temas candentes dentro de la historia, a través de la confrontación entre la sociedad marcial de los simios (en esta ocasión, el antagonismo recae en el general Ursus, un gorila obsesionado con la destrucción del ser humano al que daba vida James Gregory en sustitución del inicialmente previsto Orson Welles) y una raza de humanos mutantes evolucionados a partir de su devoción a la bomba atómica.

En 1969, la Fox atravesaba en aquel momento un delicado momento económico tras el fracaso de musicales como “Hello, Dolly”, con los que la industria seguía viendo como el público daba la espalda a un tipo de cine heredado de la época del sistema de estudios. Esto repercutió en el presupuesto asignado a esta secuela. Mientras lo lógico hubiese sido que, tras el éxito de la primera entrega, la Fox hubiese designado una partida económica mayor para la continuación, lo cierto es que Ted Post se vio con la mitad del dinero con el que contó Franklin Shaffner. Se redujo costes en casi todas las partidas, menos en las destinadas a maquillaje y aún así hay escenas de grupo en los que se hacen evidentes las carencias económicas de la producción. Además para determinados escenarios se reciclaron decorados de otras películas, acondicionados para adaptarse a las características de esta secuela.

 

La puesta en escena de Post se evidenció también más funcional y menos innovadora que la de Shaffner, lo que repercutió en el resultado final. “Regreso al Planeta de los Simios” perdió la capacidad de sorpresa y la frescura de la primera parte, supliéndolo en su lugar con un argumento más fantasioso y delirante. Si en la anterior todo respondía a una alegoría de la sociedad estadounidense de finales de los años 60, la nueva entrega se aprovechaba de la suspensión de incredulidad del espectador para ofrecer una narrativa pesadillesca y extravagante, donde la principal baza a su favor era precisamente su naturaleza excesiva y alucinada. Esto obtendría su punto de mayor absurdo en el desenlace. Ante el reto de superar el impacto del final de la primera entrega, y a partir de una sugerencia de Charlton Heston (quien quería asegurarse de una vez por todas que no le convocaran para una tercera parte), “Regreso al Planeta de los Simios” culminaba con un rocambolesco enfrentamiento entre simios y mutantes, en el curso del cual, un malherido Taylor decidía sentenciar el futuro de ambas especies activando el cohete atómico y destruyendo el planeta Tierra.

Pese a las notables diferencias entre las dos películas, el público reaccionó de manera entusiasta ante el estreno de “Regreso al Planeta de los Simios”, dejando en taquilla en Estados Unidos 17 millones y medio de dólares, una recaudación inferior a la de su predecesora, pero aún así tremendamente beneficiosa para un estudio que veía como otras de sus producciones más ambiciosas no hacían más que saldarse con pérdidas. De nuevo, el estudio le planteó a Arthur Jacobs los mismos retos de la secuela anterior, es decir, seguir desarrollando la trama con una nueva reducción del presupuesto. Con “Huida del Planeta de los Simios”, Paul Dehn saldó ambos hándicaps con una solución maestra: enviar a Zira y Cornelius al pasado a bordo del Icarus, estableciendo las bases para explicar el salto evolutivo de los simios al mismo tiempo que, al sólo contar con un número muy reducido de primates y ambientar el argumento en los años 70, se reducía notablemente el presupuesto destinado a maquillaje o la creación de decorados.

Una vez más el nuevo argumento daba pie a un giro en el tono de la serie. La  trasposición con respecto a la primera parte (ahora los simios son los visitantes en una cultura extraña) era tratada aquí de manera humorística, sirviendo además para reflejar de manera más directa el análisis social y político característico de la serie. El consumismo, la frivolidad de los medios de comunicación, la corrupción del poder y la crueldad con los animales son los temas que se ponen en el punto de mira de esta tercera entrega. El reparto de esta secuela recuperaba una vez más a Kim Hunter y Roddy McDowall (este último había sido sustituido por David Watson en “Regreso al Planeta de los Simios” por incompatibilidad de agenda), cediendo todo el protagonismo a Zira y Cornelius y desarrollando la historia de amor entre estos dos personajes. Entre los elementos de comedia y la trama romántica, “Huida del Planeta de los Simios” pasó a convertirse en el episodio más amable de la franquicia. Es en el tercio final de la cinta que el tono jocoso es sustituido por otro dramático, una vez los dos protagonistas se enfrentan a los recelos y engaños del ser humano, sacrificándose para proteger el futuro de su especie. Como estrella invitada, la película contó con la aparición especial de Ricardo Montalbán, quien interpretó a Armando, el sueño del circo que se convierte en el principal aliado de los dos simios.  

Esta tercera entrega volvió a contar con un director de amplia trayectoria en la pequeña pantalla, Don Taylor (posteriormente autor de títulos como “La Isla del Doctor Moreau”, “La Maldición de Damien” y “El Final de la Cuenta Atrás”), quien aprovechó el cambio de localización temporal para dar a la puesta en escena un toque más urbano, heredado precisamente de la nueva narrativa importada al cine de los años 70 por esta generación de la televisión. Ese mismo componente fue desarrollado también en el apartado musical, donde la franquicia recuperaba a la figura de Jerry Goldsmith. En uno de sus habituales juegos conceptuales, Goldsmith fusionó en su partitura algunas de las sonoridades que habían definido musicalmente a la primera película con otras de carácter jazzístico. El resultado sería por fuerza más convencional que “El Planeta de los Simios”, pero perfectamente coherente con las características de la historia y una nueva muestras de la gran versatilidad de Goldsmith a la hora de aportar enfoques diferentes y novedosos a aquellas películas en las que participaba.

A rasgos generales, esta tercera entrega resultó más intrascendente en lo formal, pero se enriqueció con el componente emocional de sus personajes, ganándose una vez más la lealtad del público. La taquilla volvió a ser beneficiosa para el estudio, y en esta ocasión, Jacobs y Dehn se guardaron las espaldas, ofreciendo un final abierto con el que poder enlazar la historia en caso de que el estudio siguiera apostando por más secuelas.

“Huida del Planeta de los Simios” acababa con un plano de César, el hijo de Zira y Cornelius, emitiendo sus primeras palabras. Éste fue el punto de partida para “La Rebelión de los Simios”, título con el que por fin se iba a desvelar uno de los grandes misterios de la serie, la caída del ser humano y el alzamiento de los simios. Para ello se contrató a un director veterano y con una importante filmografía a sus espaldas, J. Lee Thompson (“Los Cañones de Navarone”, “El Cabo del Terror”, “Taras Bulba”), quien nuevamente propuso un cambio de directriz en la serie, enfatizando el vínculo de la historia con los disturbios que se habían producido en Estados Unidos (concretamente las revueltas de Watts, en Los Angeles, de 1965) y aumentando el nivel de violencia explícita hasta niveles que alejaban a la película de la audiencia familiar y juvenil que había sustentado la taquilla de las dos secuelas anteriores. La alegoría racial volvía a imponerse en la franquicia, después de que esta referencia hubiese estado un tanto acallada en “Regreso al Planeta de los Simios” y “Huida del Planeta de los Simios”.

En el reparto se recuperaba a Roddy McDowall, quien en esta ocasión interpretó a César, imponiéndole un carácter más agresivo y de liderazgo que el apocado y amable Cornelius. También repetía Ricardo Montalbán, en su papel de Armando, y Natalie Trundy, mujer en la vida real de Arthur Jacobs, quien ya había hecho un par de apariciones puntuales en los títulos previos, subía en la jerarquía del reparto para pasar a interpretar a Lisa, la chimpancé que le aporta a César una conexión emocional con el mundo tras la muerte de su protector. Por otro lado, el papel del villano recayó en la figura de Don Taylor, un actor que había destacado dos décadas antes en la cinta de Marilyn Monroe “Bus Stop”, como el gobernador Breck, un desalmado político representante del estado totalitario que se ha implantado en el país y que defiende una política de esclavización y tortura de los simios.

Una vez más el estudio redujo el presupuesto de esta entrega con respecto a lo que había costado “Huida del Planeta de los Simios”, algo que afectó de manera crucial a la puesta en escena de Thompson. Éste intentó paliar las carencias económicas con una planificación y un diseño de producción que enfatizaba la claustrofobia y la sensación de opresión y amenaza de esa sociedad futura. Se empleó nuevamente una jerarquía cromática para representar los diferentes estratos sociales. Los simios van vestidos con un mono rojo, que contrasta con el tono oscuro del maquillaje y representa su situación de esclavos. César destaca entre ellos al llevar una ropa verde oliva. Por otro lado, los humanos visten con tonos negros y oscuros que junto con los decorados fríos e impersonales enfatizan la idea de estado policial y represor. Para esta tercera secuela no se pudo contar con compositores veteranos como Jerry Goldsmith o Leonard Rosenman, y la música fue compuesta por el principiante Tom Scott, quien mantuvo el tono experimental de las partituras anteriores con algunos toques jazzísticos, fusionando elementos tribales (principalmente a través de la percusión) y electrónica en la orquestación.

Por primera vez en la historia de la franquicia, el público reaccionó de manera fría y reprobadora a una entrega de “El Planeta de los Simios”. El referente real de los disturbios estaba demasiado patente en la película y cercano en el tiempo. Eso no gustó al público de la época que aún se encontraba emocionalmente afectado por lo que había sucedido en las calles del país. Por otro lado, la cinta era demasiado agresiva para la audiencia familiar que se había forjado la serie con las películas anteriores. Muchos espectadores abandonaron las salas al encontrarse con una historia poco acorde con el público infantil que iba a ver la película acompañados de sus padres. Todo esto pesó en el resultado económico de la cinta, y por primera vez, el estudio vio peligrar su inversión. Con el paso del tiempo, “La Rebelión de los Simios” se ha ido revalorando y en determinados círculos críticos se la estima como la mejor secuela de “El Planeta de los Simios”, pese a lo evidentes que siguen quedando las carencias de su producción.

Pese a la mala recepción de “La Rebelión de los Simios”, la Fox quiso apostar por una última entrega de la franquicia y, de manera aún más sorprendente, volviendo a encargar la realización de la película a J. Lee Thompson, aunque dejando claro desde un principio que este capítulo final debía recuperar el tono familiar y que nuevamente se llevaría a cabo un considerable reajuste económico en los presupuestos. “La Conquista del Planeta de los Simios” ya nos situaba en un futuro posterior a la caída de la civilización del hombre, con humanos y simios conviviendo en una tensa, pero aparente armonía bajo el liderazgo de César. Sin embargo, un grupo militar de gorilas insurrectos y humanos rebeldes ponen en peligro este equilibrio.

“La Conquista del Planeta de los Simios” estaba planteada para ser una cinta de aventuras épica, con grandes batallas en pantalla, sin embargo su presupuesto no lo hizo posible. Thompson intentó sacar todo el partido posible a su bagaje como director de cine bélico, pero las carencias eran demasiado abismales como para acercarse a los objetivos planteados. El guión se basaba una vez más en un argumento de Paul Dehn, pero había sido escrito por el matrimonio formado por John William Corrington y Joyce Hooper Corrington, manifestando muchísimas insuficiencias que tampoco ayudaron al desarrollo de la película. La carga social estaba tremendamente diluida, quizás por temor a repetir el rechazo de la entrega anterior, y los personajes pasaban a tener una caracterización más bidimensional, al privárseles del trasfondo crítico de los títulos anteriores. Eso sin hablar del inexplicable salto evolutivo que han desarrollado los simios en el escaso periodo temporal que separa la trama principal de esta cinta del final de “La Rebelión de los Simios”. Lo que queda es una moralina de manual sobre el abuso de la violencia y la necesidad de la convivencia pacífica de las diferentes especies (razas) para poder subsistir. Se mantiene el tono apocalíptico con esa sociedad que intenta surgir de las ruinas de una guerra nuclear, especialmente durante el viaje de César a la Ciudad Prohibida para estudiar el legado de sus padres, sin embargo, de nuevo la escasez de medios echa por tierra cualquier intento de llevar a buen término la película. El vergonzoso reciclaje de imágenes de archivo de la serie, más que cariño o nostalgia, lo que produce es la carcajada o la indignación en el espectador.  

Roddy McDowall regresó una vez más como César y Natalie Trundy como Lisa, además de recuperarse dos personajes humanos de la anterior entrega, McDonald (Austin Stoker) y el Gobernador Kolp (Severn Darden). Entre las incorporaciones del reparto destacaba el músico y actor ocasional Paul Williams como el orangután Virgil, Claude Akins como el insurrecto General Aldo y, en una breve aparición, John Huston, como El Legislador, quien narra la historia de César desde el futuro. En el apartado musical volvíamos a encontrar a Leonard Rosenman, quien devolvió entereza y fuerza a la construcción musical de la franquicia, aunque con una partitura menos experimental que la de “Regreso al Planeta de los Simios” y en la que se pueden identificar frases musicales posteriormente desarrolladas en “El Señor de los Anillos” de Ralph Bakshi o “Star Trek. Misión: Salvar la Tierra” de Leonard Nymoy. Rosenman intentó dar más prestancia a las imágenes a través de la música, especialmente en las escenas de batalla, donde su partitura adquiere el tono grandilocuente que necesitaba el enfrentamiento entre los simios y los mutantes y que la imagen no podía aportar por falta de presupuesto. Pese a estos esfuerzos, “La Conquista del Planeta de los Simios”, se convirtió en un episodio final deslucido e inadecuado para una serie que había comenzado de manera tan ambiciosa y revolucionaria, convirtiéndose además en un preámbulo de lo que estaba por venir.

Si bien ya desde un principio se había anunciado que “La Conquista del Planeta de los Simios” suponía el cierre de la franquicia en pantalla grande, el bajo rendimiento en taquilla de esta entrega tampoco hubiese hecho posible seguir desarrollando la trama por esa vía. La televisión parecía ser un medio más viable y con posibilidades. Siguiendo el esquema de “El Fugitivo” o “Kung Fu” y sirviendo de antecedente de los que pocos años más tarde se haría con “La Fuga de Logan” o “El Increíble Hulk”, en 1974 se ideó una serie de televisión dirigida al público infantil y juvenil en la que otro grupo de astronautas (interpretados por Ron Harper y James Naughton) llegaba a este futuro dominado por simios, iniciando una huida sin rumbo para evitar ser apresados. Estos humanos recibían la ayuda del chimpancé Galen, interpretado por Roddy McDowall, y en cada episodio los fugitivos llegaban a un nuevo lugar donde debían llevar a cabo alguna aventura mientras evitaban el acoso del General Urko (Mark Leonard). Entre acción y acción, los guionistas intentaron tratar algún tema que diera cierta profundidad a la trama, pero limitados por la corta duración de cada episodio. “El Planeta de los Simios” en su versión televisiva se saldó con unos mediocres índices de audiencia que obligaron a la cadena CBS a cancelar la serie en su primera temporada y dejando algunos episodios sin emitir.   

De manera paralela a la producción de esta serie, la compañía de animación DePatie-Freleng Enterprises (responsables, entre otras, de “El Show de la Pantera Rosa”) produjo una serie de animación de “El Planeta de los Simios”, aunque ofreciendo algunas variaciones con respecto a la serie de imagen real, entre otras cosas el nivel de evolución de la sociedad simia, que ya disponía de tecnología moderna, como televisión, radio o vehículos motorizados, aunque sí recuperaba a personajes de la franquicia, como el Dr. Zaius, Cornelius, Zira, Brent, Nova o el General Urko. La producción constó de 14 episodios que se emitieron casi en su totalidad en 1975 en la cadena NBC. El último también se vio afectado por la baja audiencia de la serie y a partir de ese momento, y durante varias décadas, las aventuras de “El Planeta de los Simios” quedaron relegadas al mundo del cómic.

En 1984, el estudio decidió que la franquicia ya había dormido suficiente el sueño de los justos y que había llegado el momento de devolverla a la gran pantalla. Muchos fueron los directores que pasaron por este proyecto (Alan Rifkin, Sam Raimi, Oliver Stone, Phillip Noyce, Chuck Russell, Chris Columbus, Roland Emmerich, Michael Bay, Peter Jackson, James Cameron o los hermanos Albert y Allen Hughes), barajándose nombres como Arnold Schwarzenegger para protagonizarla. Por fin, en 2001, y tras una década y media de intentos fallidos, la 20th Century Fox logró resucitarla por todo lo alto. Con un presupuesto de 100 millones de dólares, un reparto de campanillas, un director visionario y un diseño de producción lujoso, “El Planeta de los Simios” volvía a renacer con esperanza de inspirar una nueva continuidad de secuelas. Desgraciadamente, no todo salió como se esperaba.

El paso de los años y las prisas de la Fox por poder estrenar la película lo antes posible hicieron necesario que el libreto pasara por múltiples manos, quedando el guión definitivo firmado por William Broyles Jr., Lawrence Konner y Mark Rosenthal. En él no se buscaba explícitamente hacer un remake, sino utilizar el libro de Pierre Boulle y la película original como puntos de inspiración para contar una historia diferente. Así, por ejemplo, el planeta donde se desarrolla la acción no es La Tierra como en la novela de Boulle (aunque el desarrollo de la raza de simios tiene que ver con la intervención humana) y los humanos primitivos sí tienen capacidad de comunicarse; sin embargo, la cinta está repleta de guiños a la versión de Franklin Shaffner (los cameos de Charlton Heston y Linda Harrison o la recuperación de frases míticas). El apretado esquema de producción planteado por el estudio obligó a iniciar el rodaje sin contar aún con un guión definitivo, un hecho que se convirtió en una de las principales causas del insatisfactorio resultado final de la película. El apartado de comentario socio-político pasó a ser muy secundario, quedando más en una broma o un guiño que en un discurso articulado, y la definición de personajes resultaba incompleta e imprecisa, fruto de una redacción dispersa y poco inspirada.

Poner al frente de la producción a un director como Tim Burton parecía prometer que la nueva película no iba a optar por la mera reiteración y que ofrecería un tratamiento innovador de esa comunidad simia. Sin embargo, el proyecto llegó en un momento difícil en la vida del cineasta. Su padre acababa de fallecer y su relación con su prometida, la modelo y actriz ocasional Lisa Marie, estaba en crisis (de hecho, durante la realización de esta película, ambos se separaron y Burton inició una relación con la actriz Helena Bonham Carter). Estos problemas personales afectaron a la producción y por primera vez en la carrera del director, la puesta en escena de la película resultaba desganada y rutinaria. Esto, sumado a las presiones del estudio, asestó otra estocada fatal a la producción. Es cierto que hay partes en las que la cinta intenta levantar cabeza, sobre todo en lo referente a la descripción de la ciudad de los simios y los particularismos de esta sociedad; sin embargo, se trataba de momentos efímeros que daban paso nuevamente a una narrativa apagada y carente de fuerza. Esto se volvió aún más evidente en el tramo final, donde además el director debía afrontar una de las carencias de su filmografía, su incapacidad para escenificar secuencias de acción.    

El reparto estaba encabezado por Mark Wahlberg, quien tras títulos como “Boogie Nights”, “Tres Reyes” o “La Tormenta Perfecta” ya había dejado atrás su imagen de rapero, para empezar a ser tomado en serio como actor y estrella cinematográfica. Wahlberg aportó una interpretación principalmente física a su personaje, Leo Davidson, llamado a convertirse en una especie de libertador de la comunidad humana del planeta, sin embargo, se quedó corto a la hora de aportarle carisma y profundidad. En este sentido, se nota las diferencias existentes entre él y su antagonista, un excepcional Tim Roth, quien bajo su complejo maquillaje, sabe aunar una fisicidad y una forma de moverse específica con el trasfondo psicológico y amenazador a Thade, el líder de la sociedad simia. Helena Bonham Carter interpretaba a Ari, la equivalente a la Dra. Zira de la cinta original, con la particularidad de que Burton quiso ir más lejos en la relación entre este personaje y el protagonista, evidenciando la atracción mutua existente. Para el líder del ejército de gorilas, no pudo haber mejor elección que Michael Clarke Duncan, un actor de grandes dimensiones que aportó una contundente presencia física al Coronel Attar (una de las anécdotas del rodaje fue la lesión que sufrió el actor, teniendo que ser trasladado al hospital inmediatamente, sin tiempo para retirarle el maquillaje).

El reparto de simios se completaba con Paul Giamatti como el orangután Limbo (en una época en la que el actor aún era conocido principalmente como cómico, antes de dar el salto como actor dramático con “American Spledor” y “Entre Copas”) y Cary-Hiroyuki Tagawa como Krull, general caído en desgracia por su enfrentamiento con Thade y protector de Ari. En el bando de los humanos destacaban Kris Kristoferson, como el líder del grupo, y la modelo Estella Warren, como Daena, el reemplazo de Nova (aunque la actriz Linda Harrison volvió a ponerse el bikini de pieles para algunas escenas). En general, el reparto resultaba muy ajustado y llamativo, sin embargo, las limitaciones del guión y una pobre dirección de actores no sacó todo el rendimiento a los intérpretes, salvándose de la quema aquellos con suficientes recursos como para sacar adelante ellos mismos a sus personajes (Tim Roth, Helena Bonham Carter, Cary-Hiroyuki Tagawa), pero dejando en evidencia a los menos experimentados (Estella Warren, Mark Wahlberg).

Donde más se lució la película fue en los apartados técnicos. El maquillaje de Rick Baker resultaba prodigioso, así como todos los diseños de vestuarios, armaduras y decorados (muchos basados en bocetos diseñados por el propio Burton, como suele ser habitual en su cine). Fiel a su cita con el director, Danny Elfman fue quien se encargó de la música, tomando el testigo con cierto temor reverencial al referente que supone la partitura original de Jerry Goldsmith. Curiosamente, Elfman ya había sido tanteado para encargarse de la música de la película en una de las primeras etapas de la producción, allá por 1988, mucho antes de que Tim Burton entrara en el proyecto. El músico optó por buscar un enfoque propio, en lugar de intentar emular el trabajo de Goldsmith. Al fin y al cabo, se trataba de dos películas diferentes y si Burton buscaba alejarse del recuerdo de la original, la música debía ayudarle en ese empeño. En cualquier caso, nos volvemos a encontrar con una partitura disonante y fundamentada en la percusión, pero a la que Elfman adornó con mucha electrónica y un ritmo incesante, agresivo y obsesivo. Al igual que Goldsmith, prescindió de composiciones temáticas, para centrarse más en la creación de ambientes y la búsqueda de una sonoridad “inhumana”, que enfatizara el sentimiento de extrañeza en el espectador. Se trataba, por lo tanto, de una partitura difícil, de dura audición fuera de las imágenes, pero perfectamente coherente con el estilo particular de su creador.

La película se estrenó en julio de 2001 como una de las más ambiciosas producciones para la temporada veraniega de aquel año, sin embargo, desde un principio la recepción del público y la crítica fue muy fría, definiéndose rápidamente como el primer fracaso importante en la carrera de Tim Burton. Pese a todo, la cinta pudo recuperar su inversión y dio beneficios al estudio (superó los 360 millones de dólares de recaudación en todo el mundo), pero muy por debajo de lo esperado, y lo que era aún peor, dañando la imagen de la franquicia, que tuvo que regresar a los cuarteles de invierno una vez más para curar sus heridas y esperar tiempos más propicios para poder renacer nuevamente.

“El Planeta de los Simios” no sólo es un clásico de la Historia del Cine, también hizo historia al convertirse en una de las primeras franquicias hollywoodienses en generar una continuidad con sus secuelas, anticipándose a lo que décadas más tarde se ha convertido en una práctica habitual en la industria. Su recuerdo ha acompañado a generaciones de cinéfilos y su advertencia, con aquella imagen de la Estatua de la Libertad derruida, se ha quedado grabada en el inconsciente colectivo. Ahora, la franquicia parece gozar nuevamente de esperanzas de continuidad gracias al éxito de “El Origen del Planeta de los Simios”, una oportunidad que esperemos sepa aprender de los errores y los aciertos del pasado.

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