Rebrota el debate en torno a la supresión de municipios. La situación económica obliga a reajustes y los gobiernos de Grecia e Italia, por ejemplo, se lanzan a la eliminación de entidades locales como fórmula para reducir el déficit público. En España se alzan algunas voces y algunos medios para hacer lo mismo, acaso por efecto mimético. Aportan las primeras cifras y hablan de racionalidad. Pero los dos partidos políticos principales ni se lo plantean, menos en vísperas electorales.
No hay que tener miedo a ese debate -en democracia, a ningún debate- pero hay que ser muy cautos. Porque a ver quién pone el cascabel al gato de la recomposición, a ver quién formaliza una propuesta con nombre y apellidos de municipios que desaparecen. En las islas, el asunto levantaría ampollas: a ver quién le dice a un alcalde, a una representación política, a unos actores sociales que se pone punto final a su historia. Así de sencillo: que ya no serán más lo que han sido, que ahora dependerán de, que ahora será en otra localidad donde se tomen las decisiones que les afectan.
Cuidado, desde luego, porque esta chispa, en los tiempos que corren, prende fácil. Con sesgo, manipulación, demagogia y desinformación, más fácil todavía.
Augurando que en nuestra Comunidad Autónoma la medida sería prácticamente inviable, ya hemos escrito sobre la alternativa: las mancomunidades de servicios. Ahí sí caben avances, aprovechando incluso las experiencias no tan positivas de las que existen desde el régimen preconstitucional. Y precisamente no han sido positivas por los recelos, por las dudas que inspira la pérdida de autonomía o gastar para que los vecinos del pueblo vecino -por utilizar el lenguaje más municipalista- se beneficien.
Pero sí se pueden acometer prestaciones comunes y afrontar iniciativas cuya financiación compartida aliviaría, cuando menos, las arcas municipales. Ello precisa de tiempo: se iría generando una nueva cultura y terminaría imponiéndose un nuevo funcionamiento de las estructuras administrativas. Las mancomunidades podrían servir, si nos apuran, hasta para garantizar puestos de trabajo y reciclar empleados públicos.
Este sí que nos parece un debate más sustancial y menos peligroso. Ese es el terreno donde los municipalistas, especialmente los que llevan décadas con responsabilidades públicas, podrían aportar la experiencia. Con las cuentas y con las liquidaciones presupuestarias en la mano. Una cosa es que no se toque o aborde la supresión o fusión de municipios y otra, muy distinta, que permanezcan indolentes o al margen de un planteamiento que puede ir creciendo o convertirse en recurrente en medio de una depresión en la que aún quedan cosas por ver.
Para ese debate se requiere, además de voluntad política, altura de miras, gestos, gran capacidad de diálogo y sacrificio, mucho consenso, estudios rigurosos, propuestas viables y creíbles… Es el gran salto que debe dar el municipalismo canario en las dos próximas décadas o, si se quiere, en los tres próximos mandatos. Aún cuando hubiera una recuperación económica, hay que afrontarlo. Menos políticas de campanario, de acuerdo; pero más pragmatismo y operatividad en la nueva realidad socioeconómica.
Salvador García
Nota del autor.- Para que no quede ninguna duda y sin querer presumir de ser el primero: que no cuenten con uno si quieren suprimir el municipio o el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz. Me opondría sin reservas.
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