El cuadro del pintor noruego Edvard Munch siempre me ha impresionado.» El grito» fue pintado por Munch en cuatro ocasiones.
El más famoso de todos se encuentra en el Museo Nacional de Noruega, otros dos ejemplares en el Museo Munch en Oslo, y un cuadro pertenece a colecciones privadas.
Dos de ellos fueron robados, aunque fueron recuperados por la Policía Noruega.
El cuadro «El grito» pintado a finales del siglo XIX, desde siempre, me ha supuesto escalofríos. Produce angustia. Desesperación. Y también impotencia.
Impotencia ante el Terror. Impotencia ante el Horror. Esa misma impotencia es la que sufrieron cientos de personas el pasado mes de julio ante las atrocidades cometidas precisamente en Oslo (donde paradójicamente se entrega el Premio Nobel de la Paz). Por el tristemente célebre asesino noruego Anders Behring Breivik.
En estos primeros días de agosto, cada año se rememora el lanzamiento de las primeras bombas atómicas el 6 y 8 del año 1945 en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. «El grito» de Edvard Munch me vuelve a la memoria en días como éstos. Los japoneses de estas dos ciudades no pudieron gritar. En todo caso, serían Gritos en silencio.
Hace unos años visité Japón, país ejemplar en muchos aspectos, entre otros, en la seguridad física y alimentaria, así como en la puntualidad de sus medios de transporte y en la cordialidad de sus gentes.
Una de las etapas del viaje preparado por nosotros, además de la megacapital nipona Tokio, y de la bellísima Kyoto, y del Monte Sagrado Fuji (donde he de reconocer me dio el «Síndrome de Stendhal») era Hiroshima.
La ciudad japonesa tiene el triste honor de haber sido la primera ciudad del mundo donde se ha arrojado sobre su población una bomba atómica. Actualmente Hiroshima está totalmente reconstruida y es una ciudad normal con más de un millón de habitantes.
El bombardero estadounidense «Enola Gay» produjo la muerte de 120.000 personas, la mayoría civiles y casi 300.000 heridos.
Todos los edificios fueron destruidos, salvo la Cúpula del Genbaku Domu. Visité el Parque Memorial de la Paz de noche, y la verdad que la sensación es tétrica, produce escalofríos. Piensas en «El grito» de Edvard Munch, y sabes que estás pisando la tierra donde explotó la primera bomba atómica. Permaneces en absoluto silencio, pensativo, con ganas de llorar y con náuseas. Estás en tinieblas, con un solo edificio mínimamente iluminado Hay un silencio sepulcral. Nadie habla. Todos callamos. Todos «gritamos en silencio». El 6 de agosto de cada año, «El grito» de Edvard Munch vuelve a revivir.
Jesús Pedreira Calamita
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