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OPINIÓN | El suicidio británico | Francisco Pomares

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Podría decirse que lo que los conservadores británicos le han hecho a su partido en los últimos años, arrancando con aquel disparate que fue el Brexit, es una voladura descontrolada. Desde que Cameron perdió su apuesta sobre la nada, el viejo partido tori no ha hecho más que dar tumbos, entregándose a prácticas de autocanibalismo salvaje en dirección a una profunda digestión en el fondo de un agujero negro. Tras la dimisión de la primera ministra Liz Truss, los sondeos advierten que unas elecciones ahora -ésas que ya reclaman airadamente desde las filas laboristas- colocarían a los tories frente a los peores resultados de la historia reciente, dando a su actual oposición, el laborismo del  poco carismático Keir Starmer nada menos que la mayoría absoluta de los votos.

Una de las interpretaciones de esta debacle absoluta -tan interesada como cualquier otra- es la que se hace desde el socialismo español: el retroceso conservador, la pérdida de confianza absoluta de su electorado, la retirada incluso de los apoyos empresariales y financieros a las políticas de la derecha inglesa es fruto de las disparatas propuestas fiscales de la señora Truss. Puede que sea cierto que un sector del mundo de las finanzas mire con preocupación la inconsistencia de las propuestas fiscales de la dimitida premier británica y su previamente cesado ministro de finanzas, Kwasi Kwarteng. Pero no conozco ningún país europeo en el que una bajada de impuestos -por loca, disparatada o excesiva que resulte- sea mal recibida por los ciudadanos. Europa se ha convertido en terreno abonado para que fructifiquen las demagogias más ramplonas, y un buen recorte a la presión fiscal está hoy entre lo más granado y efectivo que puede ofrecerle a su público un gobierno que pierde adeptos.

Las propuestas de Truss en materia fiscal son bastante insensatas, pero no es eso -o al menos no únicamente eso- lo que está provocando el rechazo de los ciudadanos al partido conservador. Ni mucho menos. Lo que está destruyendo hasta lo insospechado a la derecha británica es su comprobada capacidad para la autofagia. Los ciudadanos -más especialmente los ciudadanos conservadores- rechazan el desorden, la falta de disciplina interna en los partidos, y la incapacidad para articular un discurso político comprensible. Y son esas tres cosas -desorden, indisciplina e incapacidad política- las que definen hoy perfectamente el panorama en el que anda instalado el viejo partido de Winston Churchill, un primer ministro que tampoco fue especialmente bien tratado por los suyos.

Tras la dimisión de Truss -la ocupante de más breve estancia de todos los huéspedes del número 10 de Downing Street- la mayoría de los británicos se preguntan qué salidas hay a una situación política que Starmer -poco dado a la bronca o la exageración- no ha dudado en calificar como “las puertas giratorias del caos”.

Mientras,  Boris Johnson está decidido a presentarse a la repesca, y se apresura a buscar el apoyo de cien de los 360 diputados de su partido, algo que en absoluto tiene garantizado, y fracciona al partido en dos mitades irreconciliables. Es cierto que Johnson es uno de los posibles repuestos que más valoran los afiliados, pero entre los diputados y los dirigentes no cuenta con demasiadas simpatías: su último gobierno acabó con la salida  de 60 ministros y altos cargos,  incapaces de asumir las excentricidades y escándalos del premier, aún bajo investigación judicial. Es un tipo que despierta grandes simpatías entre afiliados y votantes conservadores, y se le reconoce su perfil condottiero  en apoyo a Ucrania, pero la mayoría de sus parlamentarios y altos cargos lo detestan.

En esa situación de guerras de familia y disputas bizantinas,  los laboristas tienen perfectamente claro que aquí ya se le ha pasado el arroz a quienes llevan una docena ininterrumpida de años gobernando. Después de un último e inútil mandato de solo 44 días de duración,  el Reino Unido del rey Carlos se parece mucho más a Italia que a sí mismo.

La derecha británica se ha hecho cada día más de derechas, se ha instalado en un nihilismo autodestructivo y ha abandonado el espacio en el que los partidos democráticos ganan las elecciones, que es el espacio de centro. Los tories han regalado el centro político al laborismo, esta vez sin que el laborismo haya tenido que inventarse siquiera una tercera vía.

Hagan lo que hagan los tories, el laborismo tiene ya el poder al alcance de la mano.

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