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FIRMA | Prosa y prisa | Francisco Pomares

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La visita de la Organización Internacional de la Energía Atómica a la central de Zaporiyia parece responder a un guion cinematográfico: el deterioro de la central se ha hecho evidente a los inspectores, ya sólo funciona a plenitud uno de sus seis reactores, y la primera impresión –a pesar de la prudencia profesional mostrada por el jefe de la misión- apunta en la dirección más alarmista, la de que una fuga radiactiva incontrolable no es una hipótesis desdeñable, especialmente si no se interrumpe la ocupación militar de la planta, algo que Rusia ha dejado claro que no va a ocurrir. La situación es surrealista: el ejército ruso controla la central, pero son trabajadores ucranianos quienes la sostienen, y la electricidad que no se gasta en la refrigeración de los reactores, fluye libremente hacia Ucrania, mientras la artillería rusa continúa reduciendo sus ciudades a escombros. La verdad es que esta es una guerra muy rara, en la que los adversarios se matan sin tregua, pero no vuelan los gasoductos del adversario, o permiten salir el grano del enemigo por sus puertos. Lo único que parece de verdad importante en esta guerra es derrotar las palabras del enemigo.

El pasado 29 de agosto, las tropas ucranianas, acompañadas al parecer por unidades partisanas, iniciaron a primeras horas de la mañana la ofensiva destinada a retomar la región de Jersón, controlada por los rusos desde los primeros días de la invasión. Tres días después, la confusión sobre los resultados de la ofensiva es enorme: las fuentes occidentales aseguran que marcha muy bien, y que Ucrania recupera terreno, mientras Rusia afirma que Ucrania no ha logrado controlar ni un palmo de su territorio ocupado. Lo poco que se sabe ya con algo de certeza es que la ofensiva sobre la ciudad de Jersón no comenzó por donde se esperaba, desde el sur, sino por el norte, y que ha logrado penetrar algunos kilómetros. También se sabe que los Himars cedidos por EEUU han hecho su trabajo, creando problemas a los rusos, castigando los puentes sobre el Dniéper que permiten aprovisionar al ejército de Putin y provocando el aislamiento de parte de las unidades al norte de Jersón. A falta de mejor información, por las redes circulan videos que muestran cómo las fuerzas ucranias han tomado posiciones rusas, y se entretienen filmando los enseres y armamento de los ocupantes huidos. Pero es difícil discernir si esas imágenes son anecdóticas, o representan realmente un avance significativo.

Lo que es obvio es que la ofensiva va para largo. Los rusos necesitan resistir –una retirada a Crimea antes del invierno sería catastrófica-, con 70.000 bajas en el ejército, entre muertos, desaparecidos y heridos, su avance se ha frenado completamente, y lo que han logrado conquistar en el Dombás es un territorio poco mayor que la isla de La Gomera. Pero las fuerzas de Ucrania se han conformado en resistor o en pequeños avances en lo que –cada vez más- recuerda la guerra de trincheras de la primera guerra mundial.

Zelenski ha ganado la guerra del discurso, ha logrado aguantar el pulso y torcerle el brazo a la segunda potencia militar del planeta, pero seis meses después, tiene prisa por conseguir ya alguna victoria militar, y no puede permitirse esperar a que llegue y pase el invierno. Teme –probablemente con razón- que la combinación del frío continental y el control del combustible por Rusia, acabe rompiendo la unidad occidental y danto al traste con el apoyo militar, la única baza ucraniana no para ganar, sino para no perder. Las últimas sanciones europeas –el endurecimiento en la obtención de visados turísticos, por ejemplo- son más testimoniales que reales. Con los alemanes y franceses congelados de frio y un diez por ciento más pobres cada año, sus gobernantes, por distintos motivos, podrían hartarse de esta guerra e inclinarse por la negociación. Pero… ¿Qué salidas tiene la negociación para Ucrania?  Ucrania no puede ceder la cuarta parte de su territorio a Putin. Para los ucranianos, la única opción es seguir combatiendo, evitar ser asesinados y que Rusia no se quede con su país. Y eso no pueden hacerlo sin apoyo. Por eso Zelenski tiene prisa: porque o es ahora o quizá no pueda ser ya nunca.

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