FIRMAS Francisco Pomares

OPINIÓN | Padylla colgando de la soga | Francisco Pomares

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Es Padylla, este que me muerde todos los días por la izquierda, un tipo discreto y poco dado a llamar la atención, pero que a fuerza de algo tan políticamente poco correcto como decir siempre lo que se le antoja, se ha convertido según mi personal parecer en el más brillante humorista gráfico de las islas. Para que no se enfade Padylla conmigo por el piropo, diré que es obvio que no dibuja tan bien como Morgan, ni su estilo es elegante como el de Eduardo González, ni sus grafismos  poderosos y perturbadores como los de Montecruz.

Pero es que eso no es el asunto. Lo que convierte a Padylla en un humorista gráfico extraordinario no es ni su técnica de dibujo ni su sentido de la estética, sino su extraordinaria capacidad para hacer crítica política y social componiendo sus viñetas con tres trazos y la inquebrantable independencia de criterio de un tipo con sentido común. Salvando las distancias obligadas entre el patio nacional y el local, Padylla siempre me ha recordado a aquél humorista entrañable que fue Forges, otro dibujante de monos imperfectos que retrató mejor que nadie los afanes y miserias de la España surgida con la Democracia. Jamás tuvo Forges el pulso y el talento artístico de un Mingote –en todos los sentidos, un genio de proporciones olímpicas- pero se convirtió sin proponérselo en el humorista de una generación y de un tiempo que trascurrió delante de las imposibles narices de sus personajes. Con su humor cómplice, irreverente y siempre tierno, Padylla es nuestro Forges local, y es además un tipo de bondad probada y manifiesta, incapaz de sucumbir a las ferocidades que hoy son moneda de curso corriente el mundo del humor –y malhumor- hispano.

Hace tan sólo dos días, este pasado miércoles, el humorista Padylla nos obsequiaba en esta misma página con una espléndida viñeta que –parodiando el estilo descuidado e irreverente de las tiras de ‘all the things’- filosofaba a cuenta del play off en Tenerife, sobre el viejo panem et circenses con el que con tanta frecuencia el poder conforma y adocena a los gobernados. A mí, que no soy futbolero ni carnavalero, ni defensor entusiasta de ninguna otra religión popular (soy más bien del sindicato del sieso manío), la de Padylla me pareció una viñeta reflexiva y magnífica como casi todas las suyas.

Pero esta sociedad tan libre y tan abierta y tan respetuosa de las opiniones ajenas, en la que uno puede acusar de violador a un tipo porque le caiga antipático (y eso se llama libertad de expresión), o cubrir de porquería un historial sólo por entretenimiento, ocurre que hay cosas más sagradas e intocables que la madre de uno, y la más sagrada de todas parece ser ese juego que va de darse patadas y meter un balón en portería. No digo yo que no merezca el balompié respeto, como lo merecen la cetrería, la filatelia o la repostería, aunque ésta perpetre venganzas como el cupcake. Pero respetar las pasiones ajenas –por mucho que se desborden en tiempos de ascenso posible, no debiera suponer sacralizarlas el futbol hasta el extremo de impedir siquiera un chistecillo en el fragor del combate. Padylla apenas ha repetido una coña que inventaron los romanos, esos tipos con sandalias que hablaban latín, un idioma en el que hasta las bromas suenan serias y solemnes.

Por su viñeta sobre el futbol como circo, a Padylla lo han  linchado, colgado del pito y crucificado en las redes como si fuera un cartaginés en derrota, indigno de ser arrojado desde la roca Tarpeya. La legión de odiadores azules o amarillos, salidos de la grada curva (y de detrás de falsos perfiles de las ‘guerras de redes’, que aquí nos conocemos todos) ha empalado al bueno de Padylla, y aún persiste en su vana intención de convertirlo en carne picada muy especiada y con algo de grasa. Pretenden comerle la moral al humorista, y eso sería molesto, si no fuera tan estúpido como inútil.

Padylla dibuja siete días a la semana su perfecto editorial sobre la inanidad del mundo que habitamos, y ha consagrado en su rectángulo propicio un género que lleva su nombre: es el mejor periodista que  conozco, honesto, decente, autónomo, valiente. Y también es el único de nosotros, raza vil y cainita donde las haya, que -en medio del aluvión de pésimas noticias en que hemos convertido este fardo de papel ya envejecido antes de salir de rotativa- nos retrata las perversidades y bajezas cotidianas del poder y sus mentores, y al mismo tiempo nos saca una sonrisa.

Que les den, Padylla. Tú a lo tuyo: alégranos el día.

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