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OPINIÓN | Nueva música | Francisco Pomares

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El presidente Sánchez ha rematado con un corto viaje la larga trayectoria de acatamiento de la política exterior española a la legalidad internacional, optando por lo que Marruecos, Estados Unidos y Alemania consideran hoy “la solución más realista y creíble”. Probablemente lo sea, pero es curioso que sea precisamente un hombre que se presenta a sí mismo como representante de la izquierda genuina, en contraposición a la que -con el mismo apellido socialista- gobernó este país entre 1982 y 1996, quien haya acabado suscribiendo el órdago saharaui de Donald Trump.

En fin, ya sabemos que Sánchez es –ante todo y por autodefinición- un superviviente, un animal cuyo metabolismo es capaz de adaptarse a cualquier hábitat y situación, dicho sea en términos zoológicos. Después de la monumental pifia que supuso su operación secreta de asistencia humanitaria a Braim Gali, y tras la diplomática respuesta marroquí, que consistió en lanzar contra Ceuta a miles de jóvenes desesperados, el superviviente aterrizó sobre la política real y no confesada que nos une a Marruecos, urdida en los últimos años en forcejeos, reivindicaciones al filo de la provocación, excesos de Perejil y fotos de encuentros felices del rey alauita con su primo Felipe.

Para el hijo del rey Hassan, nieto del fundador de la dinastía, cerrar el contencioso del Sahara iniciado con la ‘Marcha Verde’, significa no sólo completar la aventura de su padre, la reivindicación del irredentismo marroquí de Allal al-Fasi sobre el Gran Marruecos, sino coronar el legado de la monarquía ante una nación que avanza muy lentamente hacia el desarrollo y la democracia. Para España, este sometimiento al chantaje debía suponer sacar algo a cambio de aceptar lo que Sánchez –el superviviente capaz de todo- descubrió nada más fijarse un poco: que los territorios meridionales del Sahara Occidental son de facto marroquís, y que eso no va a cambiar. En veinte o treinta años el porcentaje de población saharaui propolisaria efectivamente nacida y criada en el Sahara, será irrelevante. Marruecos ha creado tres provincias –dos de ellas comparten territorio legalmente marroquí- y las ha llenado de leales súbditos al rey. Y no sólo son marroquís. Un enorme río de millones de dírhams que baja todos los años de Rabat hasta El Aaium está cambiando el viejo Sahara Español. Marruecos invierte per cápita en sus provincias meridionales mucho más que en el resto del país. El Sahara es hoy un tinglado mantenido por Marruecos, en el que una parte de la población saharaui emplea proletariado del Atlas (los marroquís emigrados al Sahara son hoy casi el cuarenta por ciento de los 600.000 habitantes del antiguo Sahara), y en el que los autóctonos controlan el comercio y la ganadería y obtienen más beneficio de la inversión que los propios marroquís.

Fouad Abdelmoumni, perseguido activista de derechos humanos, una de las escasas voces que hablan abiertamente en Marruecos contra las políticas del Majzén –el palacio real-, y prestigioso economista, aseguró en un informe independiente que “el coste que se paga por “el desarrollo del Sahara Occidental es, sencillamente el no desarrollo de Marruecos”. Las inversiones en el Sahara reducen entre un uno y un dos por ciento el crecimiento anual del PIB nacional. Abdelmoumni ha calculado que Marruecos duplicaría en dos décadas su renta per cápita si las inversiones y gastos que sostienen el constante crecimiento de las provincias, por propaganda y clientelismo político, no se produjeran. A eso, hay que sumar el trasvase y captación constante de efectivos del Polisario: son muchos los dirigentes del Frente que se han pasado al otro lado y son hoy altos funcionarios marroquís, alguno de ellos con rango de wali.

La legalidad internacional pesa poco en un escenario como ese. El diagnóstico del superviviente Sánchez para asumir sin anestesia ni aviso previo la propuesta de autonomía para el Sáhara Occidental, que Marruecos presentó en Naciones Unidas como su salida al atolladero de la autodeterminación, es por desgracia un diagnóstico certero. ES muy poco probable que haya nunca autodeterminación en el Sahara. En lo que se ha equivocado Sánchez ha sido en lo de siempre: su soberbia le ha llevado a actuar sin poner en común sus decisiones, sin consultar, ni consensuar. Con el Congreso de los Diputados unánimemente en contra (con la obvia excepción del PSOE), el presidente Sánchez ha escenificado en Rabat un dó de pecho que se le ha quedado más bien en falsete. Probablemente sólo saque a cambio un coro angelical de promesas palaciegas.

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