FIRMAS Salvador García

OPINIÓN | Las tesis de Agustín Gajate | Salvador García Llanos

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“El brezal está triste. Cerraron todos los guachinches del camino al terminarse el vino elaborado con las uvas de la última cosecha. No se escucha la algarabía de las conversaciones solapadas por familias y amigos alrededor de una cuarta o media de aquel dulce elixir transparente y ligeramente dorado por los rayos del sol, que se acumuló primero en los racimos y luego fue fermentado en la oscuridad, hasta adquirir el suave sabor afrutado que invita a disfrutar de la gastronomía local, de la vida, de los sueños del amor…”.

Agustín Gajate Barahona se inventa una palabra –o mejor cabría decir un palabro- para dar título a cuarenta relatos escritos entre 1982 y 2019 “en momentos puntuales dispersos en el tiempo, a partir de una idea, un sentimiento o una experiencia”, según desvela en un primer intento de situar al lector. Reflicciones, que es el vocablo, empieza así, con la tristeza del brezal que forma parte de una atrayente descripción tan consustancial a las vivencias, al costumbrismo de los habitantes del norte tinerfeño.

Pero, por muy triste que evolucione el brezal, y a pesar de la dispersión temporal, Gajate vuelca sus propuestas como si de un ejercicio lúdico se tratare. “La momia del guanchinche”, titula ese primer relato. Y construye sus tesis, acreditando la imaginación que no se frena porque la combinación de pensamientos y emociones da para sugerentes resultados que impulsan la lectura de los textos que se suceden hasta proporcionar una ilación que termina dando sentido ordenado a la obra.

Un sentido que empieza a explicarse desde los dos ingredientes que justifican el título: la reflexión y la ficción que sustancian la escritura del autor, fabricada sobre hechos presuntamente reales, pero que –tal como relata- “con el paso de los años, se almacenan entre los recuerdos y, al reproducirse sobre el papel, se impregnan de conocimientos y experiencias que no se poseían cuando sucedieron, además de que pueden haberse omitido detalles a causa de su olvido”. Ahí brota el espacio-tiempo donde Agustín Gajate piensa, reflexiona, critica y hace gala de incesante imaginación.

Ese es su compromiso, no solo acreditado en esta obra sino en entregas anteriores. El de un libre pensador y un ser eminentemente creativo, como le definiera el escritor e historiador Juan Francisco Santana Domínguez en un artículo de opinión publicado en El Día en las pasadas vísperas navideñas. Dice Santana que Gajate emplea un “léxico brillante” para ir construyendo “un lenguaje connotativo y poético que nos lleva como en volandas a disfrutar de la lectura”.

Así, el propio articulista, identificado con numerosos relatos del autor de Reflicciones, aprovecha para aludir a uno de sus textos, “Una reflexión sobre la función social del escritor en Canarias”, publicado en 1989. “El escritor y el poeta deben ser seres comprometidos con su tiempo y así mismo ser la voz de aquellos que, por diferentes circunstancias, no la tienen”, sostiene Santana, quien confiesa haber releído los relatos “pues son temas… que abordan cuestiones sociales de rabiosa actualidad: cierres de empresas editoriales, problemas a los que se enfrentan los marginados, el dormir en la calle y entre cartones, el coleccionismo (tema que me apasiona), la belleza física o los sabores y olores…”. El propio Gajate añade otras, enfocadas desde una perspectiva literaria: crisis climática, memoria histórica, el legado de los guanches o los desastres ecológicos que provoca el ser humano ‘civilizado’.

Gajate siente admiración por el autor portugués Fernando Pessoa, inventor de los heterónimos, una gran creación estética que caracteriza toda su obra. Los heterónimos, a diferencia de los seudónimos, son personalidades poéticas completas: identidades, que, en principio falsas, se vuelven verdaderas a través de su manifestación artística propia y diversa del autor original. Entre los heterónimos, el mismo Fernando Pessoa pasó a ser llamado ortónimo, ya que era la personalidad original. Con el tiempo, y con la maduración de las demás personalidades, el propio ortónimo se convirtió en un heterónimo más entre otros.

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