FIRMAS Salvador García

OPINIÓN | La formación lingüística de los periodistas (I) | Salvador García Llanos

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Agradecemos, en primer término, al profesor Hernández la oportunidad de intervenir en esta convocatoria de la Academia Canaria de La Lengua.

Nuestra intención es la de ofrecer una interpretación periodística, que no profesoral, (“…uno solo es lo que es y anda siempre con lo puesto…”, que diría el poeta), de un aspecto en el que a menudo no se repara y lo que es peor, no se cuida ni se perfecciona, como es la formación lingüística de los periodistas.

Así, nos vamos a remontar a octubre de 1985, cuando Madrid acogió el Congreso de Academias de la Lengua Española. En las conclusiones, hubo hasta dieciséis propuestas en defensa del castellano. En la primera, figura de forma explícita el factor que prueba la relación de dependencia entre la unidad de la lengua y los medios de comunicación. Dice así:

“Resulta particularmente importante el análisis de la lengua en los periódicos y revistas, porque se trata de un registro que goza de mayor permanencia que los que corresponden a otros medios de comunicación”.

Otras dos propuestas aludían a esta preocupación de los académicos de todo el mundo hispanohablante. Así quedaron consignadas:

“Hay que fomentar en los diarios, radionoticieros y noticieros de televisión, columnas o secciones de orientación gramatical”.

“Antes de señalar errores o vicios es necesario que los lingüistas analicen y describan el estado de las lenguas en la prensa”.

De aquel Congreso se recuerda aún la ponencia presentada por el profesor Fernando Lázaro Carreter, cuyos dos últimos párrafos versaron, respectivamente, sobre la influencia de los medios de comunicación en el desarrollo de la lengua y la importancia de una política colectiva de los pueblos hispanos en aras de una deseable unidad lingüística. Vamos a reproducirlos:

Primero: “Hacen falta unos organismos prestigiosos que estimulen los impulsos conservadores de la lengua (…) Las academias ya no pueden proceder como antaño. Si en períodos anteriores les bastaba con su instalación en el nivel cultural más alto, y su perfecto acuerdo con la literatura –con cierta literatura- para quedar justificados, precisan hoy, si de verdad quieren influir en la vida del idioma, acordarse con el nuevo modo de vivir la lengua en el seno de la vida social. Y, para ello, necesitan las academias una alianza estrecha con los medios de comunicación. Han de unir la autoridad que ellas deben poseer merecidamente con el poder impresionante de radio, prensa y televisión. Hemos de juntarnos todos en esta gran empresa, que no es estética, sino de honda frecuencia social”.

Y segundo: “Importa, en efecto, vitalmente a los pueblos hispanos mantener la unidad lingüística. Es ella la que ha de darles la fuerza precisa para hacerse conjuntamente importantes en un mundo de bloques. Aflójense, rómpanse los nudos idiomáticos que hacen sólida la red de nuestros pueblos y el siglo futuro conocerá la carrera de todos ellos hacia la insignificancia”.

El profesor José Luis Martínez Albertos, hoy catedrático emérito de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, cuya obra ‘Redacción Periodística’ tanto nos ayudó en la primera etapa de Diario de Avisos, intérprete de aquel Congreso madrileño y autor de un espléndido trabajo titulado “Formación lingüística del periodista”, llegó a la conclusión de que “los medios de comunicación desempeñan un papel de relevante importancia en la lucha por asegurar cierto grado de unificación idiomática”.

Martínez Albertos, que sigue recomendando “leer mucho y buena literatura”, afirmó que “el gusto por el idioma es lo que hay que conseguir”, y es ese sabor el que hay que paladear a la hora de formarse.

Por supuesto, el español lleva siglos evolucionando en su viaje por el tiempo. Hace unos años encontró un nuevo lugar llamado redes sociales que, de alguna manera, actúan como aceleradores de los cambios que se están produciendo en los idiomas. Varios estudiosos concluyen que no tiene sentido mirar este hecho con recelo. El que fuera adjunto a la dirección de El País, actual jefe de opinión de la plantilla de eldiario.es y miembro del consejo de redacción de la revista Cuadernos de Periodistas que edita la Asociación de la Prensa de Madrid, Gumersindo Lafuente, precursor del periodismo digital en nuestro país, considera que “las academias no deberían velar por la pureza del idioma, sino por su evolución. Si no evolucionara, tendríamos que acabar abandonándolo porque perdería su función”.

Lafuente lo explica con un ejemplo muy ilustrativo: “Hemos pasado de una época en la que se hablaba mucho por teléfono (nos regañaban porque hablábamos demasiado y no escribíamos cartas) a una era en la que se escribe muchísimo. Hemos pasado de un uso de la lengua más oral a uno más escrito”. Y remata: “Nunca se ha escrito tanto desde que existe el correo electrónico y se utiliza el chat. Esto nos obliga a utilizar de forma diferente las palabras y a organizar bien el lenguaje. Es una buena noticia”.

El lenguaje, entonces, resulta un instrumento de trabajo primordial en el periodismo de nuestros días. Hay que perseverar pues en las facultades de las universidades, públicas y privadas, y en centros de formación, para conceder a la carga académica dedicada al lenguaje la importancia y la dimensión necesarias.

“Cuando un profesional domina el lenguaje –puede leerse en un trabajo aparecido en el sitio digital SOMA Comunicación- hay más posibilidades de que no cometa errores. Para ello ha tenido que pasar por una formación pero el cuidado de las palabras no se ha de quedar en el título universitario colgado en el salón de los padres. Los periodistas tenemos la responsabilidad del contenido que publicamos, ya sea por el fondo en cuestión como por la forma. Igual de importantes son los mensajes que transmitimos porque sabemos que crean opinión pública, tendencias y modelo de comportamiento como el modo de expresarlo”.

Respetemos, pues, el lenguaje, base indispensable no solo de una buena escritura sino de una estimable capacidad expresiva. Las normas lingüísticas están para algo y van más allá de la ortografía, por lo que hay que recordar la gramática y la diversidad de sinónimos y antónimos. La revolución digital que también ha afectado a la comunicación ya no considera a los periodistas como los únicos que han de cuidar la lengua: están también los blogueros, vivan o no de sus portales digitales, y todas aquellas personas cuya capacidad comunicativa en las redes sociales es alta. Todos hemos de ser conscientes de la responsabilidad como comunicadores.

La Real Academia Española se esfuerza en ofrecer herramientas de trabajo que faciliten la tarea y la Fundación del Español Urgente (Fundeu BBVA) atiende dudas lingüísticas desde Twitter con una capacidad de respuesta muy alta, en tanto que su web es un lugar clave para despejar incertidumbres.

La brevedad y la concisión, la claridad y la sencillez, la vivacidad y la plasticidad deben ser los pilares o los ejes sobre los que gire el lenguaje periodístico. Por tanto, hay que describir o expresar el mensaje de la manera más sucinta y precisa, si se puede, eludir detalles innecesarios. La claridad y la sencillez del lenguaje distinguen cualquier texto y cualquier discurso. Hay que evitar expresiones oscuras, retorcidas o ambiguas y estructurar los textos de manera ordenada y bien secuenciada. Hay que aspirar a un estilo ágil y dinámico; luego el lenguaje a emplear, para facilitar la lectura y la comprensión, debe caracterizarse por el empleo de formas directas y atractivas.

Los estudiantes y los permanentes aprendices que debemos ser los periodistas hemos de ser sensibles a la evolución del lenguaje. El mal uso del idioma, esto es, los errores ortográficos, la falta de cuidado con la sintaxis a la hora de escribir o presentar las noticias, la mal entendida economía del lenguaje y, en general, todo el material informativo, es indicador de cierto déficit formativo y automáticamente genera pérdida de credibilidad.

Permitan que contemos una anécdota familiar al respecto. Una noche, durante la cena, veíamos los cuatro un programa de una televisión local en la que el locutor/presentador dijo textualmente:

-El (cargo público), a raíz de la decisión adoptada, andó desorientado.

Inmediatamente, llamamos la atención:

-No se dice andó sino anduvo.

Los dos hijos, entonces en formación de bachilleres, disconformes, replicaron casi al unísono:

-Pues lo dijo (el locutor), así que tiene que estar bien dicho.

Nos remitimos, claro, para aclarar a los hijos, a la particularidad irregular del verbo andar y a esta forma concreta del pretérito perfecto simple, antes indefinido. Tengamos presente, de acuerdo con la periodista Elena Álvarez Mellado, que las palabras y estructuras más frecuentes de un idioma son las que tienden a acumular irregularidades. Por un lado, las palabras que usamos a diario sufren más desgaste, lo que favorece o acelera que experimenten cambios más drásticos. Y por otro, el mismo uso elevado que fomenta irregularidades en los vocablos más frecuentes mantiene en mucho casos el resguardo de otras oleadas de cambio más generales que aplicamos en bloque al resto de palabras para homogeneizarlas.

Lo cierto es que errores de ese calibre –ya se ve cómo cunden- generan críticas comunes a los medios, a los periodistas, locutores, locutoras, redactores y presentadores o presentadoras. En numerosas ocasiones, artículos, conferencias o coloquios, hemos apoyado las iniciativas que fomenten la lectura entre niños y jóvenes así como el espíritu crítico a la hora de formar, incluso en la Universidad, ante la abundancia y la pluralidad de la oferta informativa. Se trata de estimular una buena escritura, el respeto por las normas ortográficas y un mejor uso del lenguaje que, en el caso del español, en virtud de su belleza intrínseca ofrece tantas posibilidades y matices, como bien lo han demostrado escritores, poetas, autores y periodistas. Todo esto, ¿qué significa? Debemos ser cuidadosos con el lenguaje. Por un respeto elemental al mismo idioma, y a los lectores, radioescuchas, telespectadores y hasta anunciantes,

(Continuará)

Un periodista colombiano de postín, Enrique Santos Montejo, uno de los fundadores del diario El Tiempo, advertía hace algunos años que el periodista estaba obligado a redactar y revisar sus escritos con el fin de asegurarse de que los mismos estuvieran bien logrados y pulidos.

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