Siete horas de presidenta, siete. Ocurrió en Suecia, donde la socialdemócrata Magdalena Andersson, primera mujer elegida jefa de gobierno, después de haber recibido el apoyo de la Cámara, tuvo que renunciar al retirarle su apoyo la formación de los ecologistas. En principio, no tuvo a la mayoría en su contra pero luego la Cámara aprobó la moción alternativa de los presupuestos del bloque de derechas, lo que determinó la reacción de los verdes y la posterior decisión de Andersson.
Desde luego, una situación insólita, de esas que no abundan y que ponen a prueba el funcionamiento de los mecanismos legales y políticos de un sistema democrático. Tan breve estancia en la presidencia –siete horas, siete- posiblemente sea uno de los récords de brevedad en el ejercicio de una responsabilidad pública tan significativa desde todos los ángulos.
El caso es que hay que volver a elegir. El presidente del Parlamento, Andreas Norlén, después de constatar que Andersson mantiene los apoyos para ser investida, anunció una nueva votación para el próximo lunes, no sin lamentar el incomprensible desarrollo de los hechos, que calificó de perjudiciales para la confianza de la ciudadanía en los propios partido políticos y en el funcionamiento de la Cámara.
El Partido del Medioambiente recibió sus críticas por el proceder, dado que en las consultas y conversaciones previas no informó de que la permanencia de Magdalena Andersson al frente del ejecutivo dependía de los presupuestos. Se justificó Norlén: “De haberlo sabido, no habría nominado a Andersson y habría esperado a después de la votación de los presupuestos”.
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