FIRMAS Francisco Pomares

OPINIÓN | Se acabó | Francisco Pomares

Hace días que venía alertándose de atentados en el aeropuerto de Kabul. Tanto EEUU como Reino Unido habían advertido de esa posibilidad en el entorno de las instalaciones, señalando incluso la posible presencia de tropa ISIS entre los concentrados en las inmediaciones del aeropuerto. Tras los dos atentados coordinados, causantes de una docena de muertos y un centenar de heridos, con miles de personas acorraladas entre las fuerzas de la Coalición y los talibanes que presionan para acercarse al aeropuerto y ocuparlo la misma madrugada del 1 septiembre, la situación es cada vez más peligrosa. Las explosiones se han producido fuera del vallado que protege el recinto, pero la pista de aterrizaje se construyó en una explanada rodeada de colinas. Alcanzar los hangares y edificios con artillería ligera desde ellas es fácil y está al alcance de unidades dispersas. Los talibanes pueden bombardear el aeropuerto si la Coalición no lo deja en las fechas negociadas. A ese riesgo se une el que supone la avalancha de gentes que quieren acceder a los aviones, que saben que embarcar es la última oportunidad de salvar la vida.

Hoy va a ser un día terrible: ayer concluyó de facto el plazo para mantener la evacuación y traslado de afganos marcados fuera de su país. El acuerdo suscrito por los estadounidenses con los talibanes asumía que el control de la instalación –hasta hoy en manos del ejército de EEUU– pasaría a los talibanes a las 24 horas del 31 de agosto. La CIA intentó una negociación in extremis con los jefes talibanes para ganar unos días, pero no prosperó. El fracaso precipitó la decisión de la Administración Biden de que sus tropas embarquen y vuelen hacia las bases occidentales antes de que concluya el día 31. La opinión pública estadounidense observa la operación con la impresión de vivir un nuevo Vietnam, por más que Afganistán haya costado 2.500 bajas a EEUU, frente a las casi 60.000 que supuso Vietnam. Los ciudadanos estadounidenses comparten la decisión de salir, apoyada por demócratas y republicanos. Lo que supondría un desastre para la Presidencia de Biden sería que la retirada se convierta en una matanza de última hora de soldados y diplomáticos. Por eso ha actuado el ISIS, siempre atento al impacto propagandístico de sus acciones.

Coincidiendo con los atentados, más allá de las declaraciones, concluye el esfuerzo occidental: los aliados europeos se retiraron ayer, y España y Francia se retiran hoy. Quedan sólo EEUU y Reino Unido, pero ahora la principal preocupación es sacar a los soldados. Sobre el terreno, concentrados en el aeropuerto de Kabul, EEUU mantiene aún más de 3.000 efectivos, y el resto de tropa aliada puede suponer un millar de militares, de los que algo más de cien son españoles. Eso sin contar el personal que aguanta intentando poner orden en la desbandada en que se ha convertido la operación. Hasta la ministra Robles advertía el miércoles que será imposible que todos los afganos ‘comprometidos’ salgan del país. Se trata de un eufemismo para evitar reconocer que decenas de miles de personas que colaboraron con las fuerzas de ocupación de la Coalición, corren serio riesgo, junto a sus familias, de ser detenidas, torturadas y asesinadas.

Aun así, la evacuación ha logrado sacar a alrededor de 90.000 personas, 1.250 de ellas en la operación española. Después de 20 años de una guerra imposible, 3.600 muertos y más de 20.000 heridos de la Coalición, después de cerca de 200.000 muertos afganos entre civiles y militares, miles de millones de dólares gastado en armamento (una gran parte ha quedado en manos de los talibanes) y de ayudas (que robaron masivamente los líderes títere), después de destruir un país y una generación, todo vuelve a donde estaba. El secretario general de la OTAN, el ex primer ministro noruego Jens Stoltenberg, decía ayer que la guerra ha servido «para evitar atentados» y proteger a Occidente. Un absurdo despilfarro de vidas y recursos, es lo que ha sido.

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