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VIAJES | Faroles, hoteles y condimentos. Portugal. BMW 1250 RT

Leça, Oporto.
Quiero compartirlo en redes

EBFNoticias | Willy Sloe Gin |

He tardado dos días en averiguar que a los faros en Portugal los llaman faroles. No deja de tener sentido.

El primer farol que me encuentro es el de Montedor. Allí me hice amigo de un gato. Debió gustarle la moto, porque no había forma de bajarlo del asiento.

Como fue mi primera relación con un ser vivo lusitano, me lo tomé como parte de mi experiencia viajera.

La temperatura es perfecta, chispea pero sin maldad.

Luego de despertar al susodicho gato, sigo hacia Oporto. La llegada a esta ciudad va a resultar bastante más compleja….

Diluvia y no soy capaz de encontrar hotel. Meses más tarde me he enterado de que el navegador, tiene una función que te muestra y te lleva, si te apetece, a los hoteles más próximos.

BMW R 1250 RT.

Es lo que tiene no leerse las instrucciones de estos tiestos…

Como caen “chuzos de punta”, no hay portugués ni portuguesa que se deje preguntar, así que después de veinte minutos de dar vueltas a la misma manzana encuentro un hotel muy cuco que se llama Douro.

Al cabo me entero que Douro es Duero.

¡Tremendo esto de no saber idiomas¡

El frango de recepción, (pollo en castizo), se apiada de mí y viendo los treinta litros de agua que llevo encima me larga una habitación preciosa en la sexta planta. Aclaro en este punto y por lo que queda por venir, que me espantan las alturas. Por aquello de que todo lo que está arriba es susceptible de caerse…

Es curioso que disfrutando de la moto como lo hago, me espanten las escaleras mecánicas, los ascensores, los aviones, las grúas, teleféricos, funiculares y las habitaciones que estén por encima de una segunda planta.

Habiéndome asegurado el frango que tengo un extintor en mi recámara, por lo que pudiera pasar, me armo de valor y subo a mi compartimiento.

(Por las escaleras, ¡faltaría más¡).

Después de darme un repaso con el secador del baño por todo el cuerpo, con infinita precaución, no fuera a ser que provocara un incendio, bajo con intención de almorzar lo que quieran darme.

Son las tres, en el hotel nada. Parecen vascos…

Faro de Aveiro.

Sin comer, continúo con las intenciones que me han traído a estas Tierras.

Luego de hacer unas someras indagaciones, me indica el  citado frango, que el Farol de Oporto, o sea el de San Miguel, lo tengo a unos quince minutos andando.

Por el camino más corto lo encontré a eso de las cinco treinta. 

Dos horas y media más tarde.

Gracias a Dios era todo cuesta abajo.

El famoso farol resulta ser una especie de baliza destartalada. 

No soy capaz de encontrar su linterna por ningún lado.

Lo fotografío en cualquier caso, para dar fe de que no solo he ido a Oporto para jugarme la vida en la sexta planta del Hotel Douro.

Si bajar hacia el farol fue duro, que no douro, la subida al hotel resultó interminable.

Serían las diez de la noche, hora española, cuando con la lengua llena de tierra entré en recepción.

No acaba de entender el frango, qué placer existe en lo que estoy haciendo.

Dos veces me ha visto en su vida. Una, empapado y aterido de frío, y la otra hasta los pelos de trepar cuestas.

Antes de subir a mi habitación, allá por la troposfera y como soy en un noventa por ciento andaluz, le pregunto con cierto sarcasmo que si alguna vez ha estado en el Farol de San Miguel.

Me contesta que no, que lo conoce de oídas.

Islas Berlengas, Portugal.

El diez por ciento que me resta debe ser del infierno, porque con mi peor cara le increpo:

“Mira majo, como aparezcas por Cádiz preguntándome por el Farol de Trafalgar, (que por cierto, no está descojonado), te mando hacia Torralba”.

Él no lo sabrá, pero yo sí sé que Torralba está en Albacete.

¡Qué Farol de San Miguel ni que gaitas¡…

La Plaza de Las Flores

Mi llegada a Oporto, como ya he contado, fue más parecida al bello deporte del submarinismo que a esto otro que es andar en motocicleta. 

Entiendes entonces que por muy bueno que sea un casco, hay un tope de agua que éste, es capaz de admitir.

Resulta cómico llevar la cabeza cubierta desde hace varias horas y al mismo tiempo tenerla empapada como un frango de estas tierras. 

Además resulta imposible ver nada. La visera lleva empañada desde Galicia y entre la citada visera y el anti vaho que trae el cacharro de fábrica, si buscas bien, eres capaz de encontrar dos o tres truchas.

En ruta.

En la puerta del Hotel reparo en la cantidad de personas que portan ramos de flores. Me acuerdo entonces de mi tierra, de Cádiz y de su Plaza de las Flores. 

Pienso entonces en mi acierto y suerte al haber encontrado hotel en una plaza, prima hermana de la de allá lejos…

Ya de atardecida, a mi vuelta del Farol de San Miguel, se ve mucha menos gente. 

En La Tacita de Plata encuentras gente a todas horas. Por la mañana, antes de partir hacia Lisboa, descubrí la realidad.

El Hotel Douro, aparte de estar “donde Cristo dio las tres voces”, está situado a veinte metros del cementerio de Oporto. Comprendí entonces por qué a pesar de tanta flor, toda aquella gente tenía esa cara de tristeza…

Las Malaguetas

Es la Malagueta una especie de pimiento, cruzado con las guindillas más violentas que uno haya podido encontrarse y con algún chile caído por allá, para darle si cabe más alegría a semejante condimento.

Son cosas que pican nada más verlas. Con ellas, elaboran estas gentes una especie de chimichurri, que lo mismo sirve para adobar un pollo que para propulsar al Columbia.

No tiene gracia semejante picante. Tampoco la tiene que el camarero no te ponga sobre aviso. Comprendo que entre Angola y Mozambique, que es de donde proceden estas joyas de pimientos, sean muy apreciadas. 

Por aquello de irle dando mordiscos a la guindilla mientras te persigue un leopardo. Cuanto más muerdes tú, menos posibilidades tiene el felino de agarrarte. 

Cuestión de propulsión; sin duda…

Parece que además son medicinales.

 Cuando las probé, recordé una anécdota que me contó mi hermano. Estaba cenando en un restaurante japonés con una amiga desconocedora por completo de las costumbres culinarias de Oriente.

Al ver el wasabi, se abalanzó al plato aullando:

“¡Qué bien, cómo me gusta el guacamole!” Cucharada gorda y cara indescriptible.

Haciendo el pino hubiera adelantado a un tigre de Bengala….

Escribiendo sobre todo aquello y degustado, no puedo olvidarme de la moto que me acompañó durante tantos días.

Moto perfecta, bella y noble, ajena a los picantes de gasolinas portuguesas…

BMW R 1250 RT. He vuelto con otras, sabedor de que no todo aderezo es de recibo. Necesario es disfrutar de este país hermano.

 

Si es con una BMW, mejor que mejor…

 

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