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OPINIÓN | Previsión de obituario (ficción irónica) | Agustín Gajate Barahona

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Mañana por la tarde, si nadie lo remedia, fallecerá en su domicilio el humano desconocido que responde a las iniciales LGTBIQ y que coinciden por pura casualidad con las siglas del colectivo que busca definir y conocer su particular orientación sexual, ya que el nombre con el que fue bautizada esta persona hace varias décadas fue el de Luis Godofredo, al que se le añadieron los apellidos del padre, Trastamara de Burgos, y de la madre, Infante de Quiñones, descendientes ambos de afamadas y a la vez ignoradas familias de alta cuna y de baja cama.

El infortunado será hallado la tarde siguiente por su eventual pareja, una azafata de altos vuelos de largas distancias, que hace tiempo que no sube a un avión a causa de la crisis en las aerolíneas provocada por la pandemia de la covid-19, pero que tiene un amante piloto y algunos pasajeros. Aún así, y sin ninguna explicación racional ni sentimiento profundo que lo justifique, sigue queriendo vivir a tiempo parcial con él, en parte por culpabilidad y en parte por compasión. Lo encontrará inmóvil, sentado en un sofá individual tapizado a cuadros con diferentes tonos de marrones, de aspecto desagradable y avejentado, como el resto del conjunto y de la decoración, con los ojos abiertos y la mirada fija en la pantalla del plasma de muchas pulgadas instalado en el salón de la vivienda, con una pizza caprichosa dentro de su caja abierta sobre sus piernas, una lata de cerveza sin gluten ni alcohol en la mano izquierda y el mando a distancia de la televisión, en la derecha.

No se alarmará de entrada, ya que resultaba frecuente que no contestara a su saludo de conveniencia al llegar, pero tampoco le escuchará emitir ningún gruñido de cortesía a modo de respuesta después de insistir, por lo que empezará a sospechar que algo extraño esta sucediendo. Se acercará a él, le hablará, gritará, zarandeará e incluso abofeteará, pero su cuerpo permanecerá igual de rígido e impasible con la mirada a la vez perdida y centrada en las imágenes televisivas que se reflejan en sus pupilas dilatadas como dos agujeros negros de gusano.

Preocupada, después de bajar el volumen del televisor, llamará al Servicio de Emergencias, donde la atenderá un amable operador, que la preguntará acerca de todos los detalles sobre la situación del afectado y que, tras responder al cuestionario de calidad del servicio, enviará de inmediato una ambulancia medicalizada con soporte vital básico, que llegará varias horas más tarde, ya de madrugada. El personal de la ambulancia, tras examinar el cuerpo presente, dictaminarán que había sufrido una muerte cerebral fulgurante hacía unas 32 horas, pese a que sigue respirando y tiene pulso, ya que no se aprecian otros signos vitales de relevancia en el sujeto y mucho menos de vida inteligente.

Decidirán llamar a la policía, que no se personará en el domicilio, pero abrirá una investigación de oficio en remoto y en diferido, mientras que, su vez, trasladará el caso al juzgado de primera instancia correspondiente, que pedirá un examen médico-forense del presunto cadáver que palpita y respira. Con las primeras luces del mediodía, una jueza y un forense elegidos al azar mediante sorteo matinal ante notario, acompañados por dos agentes judiciales castigados de servicio, acudirán al lugar de los hechos y redactarán el siguiente informe:

“Varón de 49 años de edad, parcialmente calvo y canoso, sin afeitar desde hace una semana, con sobrepeso y posible obesidad mórbida, en situación de ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo) desde hace más de un año, según documentación entregada por su pareja, y cuya identidad responde a las iniciales LGTBIQ, natural y residente en esta ciudad. Se le observa sentado rígido en sofá de pésimo gusto y áspero tacto, cualidades ambas capaces de haber causado la muerte de cualquier persona con un mínimo de sensibilidad cromática y dactilar. Sobre sus piernas se encuentra una caja abierta de cartón blanco con dibujos y letras de diferentes colores que contiene una pizza caprichosa a la que no falta ninguna porción, pero en la cual se aprecia escasez de queso, jamón cocido de baja calidad, pocas alcachofas y demasiados champiñones de bote y ninguno fresco y posteriormente horneado. La cubierta superior de la caja permanece en ángulo de 135 grados respecto a la base, donde se puede leer su procedencia: Pizzería Trattoría Da Soborno Dalla Cosa Nostra, establecimiento que se cree pertenece a una organización mafiosa, pero cuya vinculación nunca ha podido ser probada.

Se procede a retirar la caja con la pizza de las piernas peludas sin depilar de toda la vida del presunto finado, que se encuentra sentado en calzoncillos de pasado blanco y actualmente con tendencia hacia un tono amarillento desvencijado, modelo del estilo Homer Simpson y con posible origen de la compra en mercadillo callejero, en puesto de tres por un euro. El torso permanece cubierto por una camiseta de posible mismo origen que la anterior prenda, de color variable entre el ocre y el verde oliva, pero no por diseño de camuflaje, sino por exceso de lavados tras superar todos los límites de obsolescencia programada tanto del tinte como del tejido sintético con el que está elaborada, por lo que se descarta el envenenamiento por contacto con la piel. Tras retirarla parcialmente hasta el cuello, no se aprecian signos de violencia, ni colores extraños, tatuajes o moratones, así como tampoco en el resto de su cuerpo visible.

Porta en su mano derecha mando a distancia y en la izquierda lata de cerveza de marca blanca de supermercado de ofertas, abierta pero aparentemente llena, con restos de rebose de espuma en el orificio de salida del fluido. Se recogen muestras del líquido interior para su análisis. Se intenta quitar de la mano la lata para analizar también el envase, pero los dedos rígidos como garfios metálicos la aferran con inusitada fuerza inercial. Tras varios intentos, con habilidad se consigue retirar la lata, sin alterar la forma de la mano, para llevarla a analizar. No se consigue separar de la otra mano el mando a distancia, por lo que se acuerda dejarla como está.

La cara del presunto cadáver se mantiene con gesto de asombro, con los ojos muy abiertos y la boca entreabierta por descenso de la mandíbula inferior entre cinco y diez grados sobre su eje respecto al cierre total de la mandíbula. El salón presenta un estado de desorden y de falta de limpieza propio de un soltero heteropaternalista vago y holgazán, que no dispone ni quiere ayuda para realizar las tareas domésticas del hogar, situación que se corrobora tras visitar el resto de habitaciones, cocina y baños.

En la pantalla de la televisión hacia la que dirige la mirada vacía y la cara de asombro del presunto finado aparecen las imágenes de un nuevo canal de reciente creación, denominado Tele Tertulia 24 Horas y en cuya publicidad de lanzamiento se indica que su programación estará dedicada íntegramente a que personas sin ningún conocimiento ni formación académica, junto a intrusos profesionales de la comunicación y personajes populares patrocinados por el mejor postor, debatan sin tregua sobre cuestiones de actualidad o totalmente intrascendentes pero que las hacen parecer importantes y sobre las que no se habrán documentado previamente, formando opiniones basadas en su experta ignorancia. Este nuevo formato releva cada hora al moderador y los seis contertulios que intervienen en cada bloque y los sustituye por otros que tratan de ser cada vez más polémicos y llegar a ser ‘trending topic’ en la red social Twitter, desde las 6 de la mañana hasta las 2 de la madrugada del día siguiente. Las cuatro horas restantes de la madrugada están destinadas a la publicidad de juego y casinos ‘on line’ y a espacios informativos de teletienda y, cuando queda hueco, a repetir los mejores momentos de las tertulias que consiguieron más niveles de audiencia o mayor impacto en redes sociales.

Una vez examinado el cuerpo presente y el lugar de los hechos, tras recoger las oportunas muestras y pruebas periciales que se van a tener en consideración para este caso, la señora jueza, de común acuerdo con el médico forense, ordena no levantar ni recostar al presunto cadáver vivo, en espera de evaluar su evolución durante los siguientes días antes de tramitar su defunción registral, aunque a distancia y en remoto, a través de una pulsera de actividad que se le coloca en la muñeca de la mano donde antes portaba la lata de cerveza. En esta decisión, la señora jueza también ha tenido en cuenta el testimonio de la pareja circunstancial del presunto finado, que la informó de que no tenía contratado ningún seguro de decesos para entierro o incineración, y que era su voluntad donar a título póstumo su cuerpo a la Facultad de Medicina de la Universidad, pero que en el último reconocimiento que le practicaron rechazaron dicha donación, por la cantidad de patologías que presentaba, ya que los profesores galenos no querían ni estresar ni traumatizar a sus alumnos con un caso tan imposible como el del infortunado.”

Tras finalizar el informe y guardar el documento en el archivo informatizado de texto de la tableta oficial que conecta con la parcela encriptada de nube virtual que corresponde al juzgado, los dos agentes judiciales saldrán del domicilio tras la jueza y el forense y comentarán entre ellos: “Esto se está convirtiendo en una nueva pandemia”.

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